El nuncio se mete a jalarle las orejas a Mr. Todd Robinson y el prelado Vian torpemente lo secunda.
Se apoyan, los dignatarios de la Iglesia, en la famosa —traída y llevada, según sean las circunstancias— Convención de Viena, sobre relaciones diplomáticas, de la cual algo sé luego de haberme desempeñado, por varios años, como embajador de Guatemala ante la República Italiana, la República Helénica y Colombia. Es, por decirlo así, la Carta Magna —específicamente— de todo embajador, pero a pesar de la bombástica presentación que de ella hago, no se la respeta, como a todas las leyes humanas. Y esto lo debiera saber muy bien don Óscar Julio —prelado nacional— don Henry Denis Thevenin y Mr. Jimmy, también conocido como Big Pitahaya, el negrito lindo de Amatitlán, hoy presidente de la República, hecho presidencial que ni él se imaginaba por insólito e inaudito. Siempre tiene, él, cara de pellizcame por favor, que todavía no me lo creo, ni yo tampoco.
La Convención de Viena es encomiable y no cabe duda de que debería ser respetada y cumplida por todos: tanto tiburones, como sardinas. Tan respetable como los Derechos Humanos que todos se pasan por donde no les da el sol, especialmente en los miserables países del tercero o cuarto mundo, como el nuestro, en que vivimos de la limosna que, buena y caritativamente, nos dan los países cooperantes y, no digamos, el que representa Mr. Todd Robinson, cónsul imperial del país más fuerte de Occidente.
Y por allí debemos comenzar: Antes, la derecha, los opresores, la oligarquía —hoy llamada CACIF— amaban, idolatraban y adoraban a los Estados Unidos de América. Cuando La Fruta Amarga era amarga para nosotros y dulcísima para la United Fruit Company de los Dulles, Eisenhower, Castillo Armas y sus huestes esquipuleras de la Liberación.
Hoy, mucho más de 20 años después, como en la novela de Dumas, la tortilla dio vuelta. Pero no la tortilla del lumpen, sino la tortilla de los valores o, más bien, de las conveniencias avaras y voraces de la oligarquía, que no se conforma con un poco, sino que sigue queriéndolo todo, a pesar de que esto ya no se usa: lo de ser recontra azadón. A ver cuándo lo entienden Armando de la Torre, el señor Minondo Ayau, el señor Méndez Ruíz y un larguísimo etcétera.
La tortilla ha dado vuelta en el último año ¡ligeramente!, a favor del lumpen y las clases bajas; y ha sido Mr. Robinson quien ha tenido el papel estelar que, cual en una película de vaqueros —y según la óptica o punto de vista socioeconómico de quien la vea— enfocará en él a un demonio de la divina comedia de Mr. Morales, o a un arcángel promisorio y justiciero. Yo no lo veo ni como Satán ni como San Rafael Arcángel. Sino como el enviado de Barack Obama —emperador negro ¡insólito!, de Occidente y también de Oriente, si Rusia y la China se dejan— que le ha indicado a Mr. Robinson —su obediente servidor— que ¡no más desmanes en Guatemala! Y no en aras de mejores relaciones comerciales, sino para que gente como la Baldetti y el Pérez —y demás hunos— no continúen traficando con el polvo níveo que se esnifa. Este es el quid de la cuestión. La orden del imperio es: no más traficantes de cocaína en Guatemala, apañados por el Ejército y la Policía, principalmente. Por esto es que cayeron la Gruesa y Negoción y no por las manifestaciones en el Parque Central. Eso fue orquestación de la oligarquía conchabada con las redes suciales, porque en aquel momento convino estar bien con Mr. Robinson. Pero ahora, pasada aquella tormenta, conviene pararle los pies al procónsul, o más bien, aparentar como que se los paran.
En las cocinas infernales del poder se aderezan platos que, la mayoría de las veces, son sibilinos e inescrutables como los caminos del Señor. Los peones, las torres, los caballos y los reyes se mueven de diversas maneras. Porque, ¡sí, que conviene!, o porque ¡conviene aparentar! Y para lo que conviene aparentar ¡en este momento!, el señor Vian y el señor Thevenin se han movido de sus casillas con el fin de que la gente —sin mayores conocimientos de la res pública— se trague una rueda de molino portada por las eucarísticas manos del nuncio de Francisco y del arzobispo metropolitano, representantes de Dios en la tierra.
Ahora hay que poner —de acuerdo con las nuevas circunstancias y por el rumorear de la llamada sociedad civil, que también baila al son que le toquen— como palo de perico, a Mr. Robinson y apelar a la Convención de Viena y dar a entender —desde el palacio de la Nunciatura Apostólica— que el embajador y la embajada injieren —es decir, shutean— en las cosas íntimas de Guatemala y en la soberanía incólume del país.
Pero si así fuera, y si los Estados Unidos no respetan nuestra majestad, somos nosotros mismos los responsables y culpables ¡y nadie más! Limosneros con garrote que aparentamos no darnos cuenta de que, el que paga la orquesta manda en la fiesta.
Con el nuncio ya no me meto, pero con usted, prelado, sí. ¿O es ingenuo o se hace? ¿No se da usted cuenta de que los países cooperantes y Los Estados Unidos nos mantienen? ¿Y que el mantenido no tiene boca con qué hablar? Por lo tanto usted no la tiene, a menos que sea para cantarnos y deleitarnos ¡otra vez!, con la inolvidable: Y sigo siendo el rey que, con tanto placer le escuchamos —frente al cuerpo diplomático y los poderes del Estado— en el Parque Central. Encore, s´il vous plaît; y, en esta Guatemala del bataclán, mejor recordemos a José Alfredo Jiménez.