No es asunto de ceguera o de torpeza, tan solo de continuar con las cuotas de poder y el reparto de recursos entre una élite que ha tomado control. Me refiero a la corrupción generalizada en el deporte federado. Poco ha servido que tres de los intocables dirigentes que durante más de una década estuvieron a cargo de la federación de futbol estén bajo el escrutinio de la justicia norteamericana. Las cabezas de muchas de las federaciones de otros deportes, la CDAG, el Comité Olímpico y estructuras conexas conforman otra de las expresiones de impunidad que insisten en mantenerse tras una burbuja que solo llega al nivel de los señalamientos.
Una prueba más del descontrol, del descaro y la resistencia para advertir sobre los cambios necesarios, la vemos en ocasión de la participación de la delegación de deportistas en los Juegos Olímpicos que dan inicio este día en Río de Janeiro. La suma de esfuerzos, premios, desvelos, sudor y sacrificios de los veintiún deportistas que conforman la delegación real contrasta con la repetición de la desvergüenza de seudo-dirigentes y oportunistas que se suben al barco del festín. Viáticos injustificados, boletos sobrevalorados, viajeros que no tienen vela en el entierro, hasta compra de maletas; toda una gama de gastos fuera de sentido.
En su momento, el otorgamiento de recursos vía asignación constitucional seguramente tuvo sentido. Pero desde hace unas tres décadas, se ha desviado abruptamente ese sentido original. Todas las federaciones reciben asignaciones, aunque como en toda estructura, hay unas cuantas consentidas y otras que viven al margen. Los resultados son asuntos que transcurren al margen por la vía de limosnas vistas como pequeñas concesiones, pero especialmente de los recursos que cada deportista logra gestionar a costa de enormes esfuerzos que transcurren por vías distintas a las estructuras formales que apelan, en su mayor parte, a procesos de enriquecimiento, tráfico de influencias y toda una gama de acciones ilegales.
Como un indicador similar al que ocurre en otras instituciones públicas, los actos de corrupción en las organizaciones del deporte federado han dado paso a una siguiente faceta: la incorporación de actores representativos de estructuras criminales que de la mano del financiamiento de equipos de la liga mayor del futbol, por ejemplo, participan del arca abierta. Eso no es todo. Con la llegada de ese tipo de personajes, el esquema se vuelve complejo. Se aceita conveniente el manejo político y se crea un círculo que contribuye a consolidar el esquema oscuro y a garantizar su vigencia por más períodos. La mezcla de intereses entre simples ladrones, narcos, dirigentes desvergonzados y algunos otros salidos de los partidos y de estructuras de instituciones estatales conforman una fauna de escándalo. Así observamos exministros, exmagistrados, exfiscales, exdiputados, cabecillas de familias de cola larga en el mundo de lo ilícito metidos en el fastuoso mundo del deporte guatemalteco. Miles de millones de quetzales que se van por la banda y que en lugar de servir para apuntalar el desarrollo de las promesas del deporte, la consolidación de la élite, la masificación a nivel nacional, las participaciones dignas en eventos internacionales, se traduce en el beneficio económico de unos cuantos.
Otro indicador de tal degradación, se da cuando ex deportistas deciden pasar a integrar esos negocios sucios. Caen en la tentación, se alejan de los propósitos holísticos del deporte y mejor deciden acceder a las mieles de la trampa. Vaya incoherencia, pero jugada conveniente para sacar raja de lo que les fue adverso durante épocas. Vaya forma, también, de promover nuevos cuadros que al igual de lo sucedido en los partidos políticos, se meten en esos espacios para reproducir las prácticas de las actuales dirigencias; muchos de ellos saldrán corregidos y aumentados, producto del proceso cíclico de los círculos de la corrupción.
Es hora de revertir ese conjunto de tramas provenientes de estructuras que gastan a manos llenas lo que no es suyo, construyen esquemas de poder perverso, engañan a ilusos a un costo sumamente alto: postergar las oportunidades de desarrollo de grandes segmentos de hombres y mujeres, especialmente jóvenes, que tienen un conjunto de talentos y propósitos que bien pueden conducir a cambios positivos y significativos para un país deseoso de nuevos modelos de ciudadanía.
No es asunto de ceguera o de torpeza, tan solo de continuar con las cuotas de poder y el reparto de recursos entre una élite que ha tomado control.