En el siglo pasado, los golpes de Estado militares fueron algo común en Latinoamérica, como también lo fue que en algunos de ellos se viera involucrada –aunque fuera solo para dar su OK– la embajada estadounidense. ¡Y vaya si lo sabremos nosotros! Era la época de la Guerra Fría, cuando en Occidente no se aceptaba que hubiera gobiernos como los de Jacobo Árbenz o Salvador Allende, por sus vínculos con la izquierda o el comunismo.
A finales del siglo XX terminó aquella confrontación (este-oeste), al tiempo que a la región volvía la democracia con grandes bondades, pero con muchas lecciones por aprender, tanto para los pueblos que caminaron titubeantes bajo el yugo de la bota, como para la clase política que durante el período de las dictaduras o gobiernos militares, apenas si recibía un papel secundario en tiempo de crisis.
Así despedimos un siglo y recibimos el nuevo milenio. Sin Guerra Fría, pero en medio de una revolución que impacta a todo el planeta: la informática y las comunicaciones al instante. Estamos en la era en que la información se ha vuelto un bien de todos –o de muchos, en los países más pobres y menos desarrollados–, en un mundo en el que es casi imposible mantener secretos políticos, esconder la corrupción o actuar a espaldas de las sociedades o pueblos.
La corrupción, las conspiraciones y la perversidad de algunos gobernantes es algo que siempre ha existido y seguirá existiendo en la humanidad. La diferencia es que en el siglo pasado se podían esconder, por siempre o por mucho tiempo, mientras que ahora se pueden llegar a descubrir en tiempo real o destaparse con el paso del tiempo… pero no mucho tiempo.
Los movimientos golpistas fueron desapareciendo por la tendencia antimilitarista que construyeron las sociedades más democráticas, pero hay que reconocer que en los primeros años de cada democracia se vio la necesidad de denunciar estos intentos, porque la respuesta de los pueblos y de la comunidad internacional era de rechazo contundente, y los gobernantes civiles recibían apoyo incondicional. Si no, que lo diga Vinicio Cerezo, quien sobrevivió a dos movimientos que intentaron derrocarlo en los primeros años de su gestión.
Apelando a esa respuesta es que algunos gobernantes caen en la tentación de esconder su corrupción detrás de la denuncia de supuestas conspiraciones, ¡y qué mejor que vincularlas a esos actores del pasado! Para ellos, es importante mencionar a Estados Unidos y el concepto de golpe de Estado, como vía para demandar respaldo popular e internacional. Golpes y Washington, dos socios del pasado que, ahora, se vinculan en las supuestas conspiraciones.
En Brasil, el Partido de los Trabajadores (PT-oficial) y su presidenta, Dilma Rousseff, han sido expuestos por múltiples actos de corrupción, que podrían llevar a la mandataria a un impeachment o juicio político en el Congreso de su país. Ante esta posibilidad, la presidenta, en vez de someter su administración a la Justicia, ha salido a decir que todo se debe a un intento de golpe de Estado. El pueblo brasileño no le cree, y su popularidad ha caído estrepitosamente.
Nicolás Maduro, en Venezuela, recurre a lo mismo; una lección que aprendió de su antecesor Hugo Chávez. Él ve conspiraciones detrás de su fracasada política económica, que ha llevado al pueblo al borde de la desesperación, con una hiperinflación que no se veía en la región desde hace muchísimos años. ¡Conspiración, conspiración de Washington!, grita a cada momento. Lo mismo ha hecho en varias ocasiones en Ecuador, Rafael Correa.
Dicen que lo harán, pero nunca presentan pruebas de la existencia de estas supuestas conspiraciones. Aquí fue novedoso que Alfonso Portillo, ya siendo expresidente, dijera que a él lo juzgaron en Nueva York –por lavado de dinero, lo que supone corrupción– por una conspiración entre Estados Unidos y la clase oligarca de nuestro país.
Ahora, es Otto Pérez Molina quien ve conspiración -en el caso La Línea- de Washington con la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), que funciona con fondos de Estados Unidos, pero también de varios países de Europa y Canadá.
Los casos de corrupción en el continente brotan por todos lados. No son exclusividad de una ideología, pero sí de la clase política. En Chile, el hijo de la presidenta Michelle Bachelet; en Panamá, sale a la luz toda la corrupción del exgobernante Ricardo Martinelli; en el vecino El Salvador, Francisco Flores enfrentará a la justicia por las mismas razones.
¿Hay conspiraciones? ¡Sí las hay!, pero de los políticos corruptos; lo otro, es la respuesta de la justicia, de la informática, de los métodos modernos, en donde se saben más y mejor las cosas. Hay conspiraciones de las sociedades, pero para mejorar la situación. A esa conspiración se le puede llamar de transparencia y de justicia. La impunidad, esa que les gustaba a los militares y por la que ahora claman los políticos, se ve complicada por la modernidad… ojalá que se siga ese camino y se repudie el grito de ¡Conspiración!, ¡conspiración!
El expresidente Otto Pérez ve conspiración de Washington con la CICIG, en el caso La Línea, por el que guarda prisión preventiva.