Eduardo Cofiño
Definitivamente, es un hecho comprobado: uno sabe que, efectivamente, está comiendo mierda (así, con las manos llenas, embarrándose la cara), cuando las circunstancias y los motivos que lo colocan a uno en la situación actual (y con toda razón) son suficientes para que se le destruya la vida para siempre. A veces, seguir viviendo es el peor castigo: el ostracismo, la humillación y la historia se encargarán de martirizarlo hasta la muerte.
Pero cuando uno entiende, acepta y comprende que dichos motivos y circunstancias son única y exclusivamente efectos resultantes (simple ley universal: a cada acción corresponde una reacción) a ciertas conductas y actuaciones equivocadas, muchas veces provocadas por otros actores, pero igualmente ignoradas, tratando, quizás, de tapar el sol con un dedo, volteando la cabeza hacia el otro lado, entonces, cuando acepta todo esto, se ha dado un paso en la dirección correcta. ¡Por fin!
Por supuesto, este conocimiento y aceptación de los hechos provocan de inmediato una reacción altamente humana y natural: uno come menos mierda que cuando no se aceptaba la situación…ya come uno con medida, frugalmente, por ponerlo de alguna manera correcta. Come uno mas que “heces”, con tenedor y cuchillo Cristófel, en vajilla Rosenthal y cristal de Baccarát.
Es como cuando siendo el capitán del barco que se hunde uno se esconde en su camarote, sin percatarse que algunos subalternos se han ahogado, otros han huido, o que, simplemente, al igual que uno, han escondido la cabeza en el agujero del avestruz. Negándose a sí mismo el derecho y obligación de atisbar por la ventana del barco, la lucerna (incultos). Aún así, el barco se va a hundir.
Seguramente uno cavila, en la soledad de esa cárcel de oro, pero cárcel al fin, y se hace las siguientes preguntas:
¿Quién iba a pensarlo cuando celebrábamos los triunfos con licores y espléndidos manjares, aún antes de haber tomado posesión del cargo de Presidente de la República?
¿Quién iba a pensarlo cuando un pueblo nos aclamaba y ponía su futuro, sus esperanzas, sus sueños, en nosotros, en nuestro equipo de trabajo?
¿Quién se iba a imaginar que mi Vicepresidenta se volvería cínica y perdería hasta el mas mínimo recato, restregándole al pueblo en la cara sus desfachateces y sus excesivos lujos, sus frases sin sentido, envidiables hasta por el propio Cantinflas?
Y hoy estoy aquí, borracho y solo, como dice la canción, sin atisbar una luz al final del túnel, a sabiendas que las pruebas saldrán poco a poco, que las cuentas bancarias, las comisiones recibidas y los robos serán descubiertos, y que mis amigos mas íntimos me traicionarán, tratando de salvar su pellejo. ¡Sálvese quien pueda!
Y para el resto de la vida uno se pasará preguntándose porqué, porqué el Presidente se dejó cegar por la avaricia, por el poder, por el hambre desmedida de acumular bienes, cosas materiales que, de todas formas, se iban a acabar, tarde o temprano. Sucede siempre, el dinero no dura para toda la eternidad, gastarlo es fácil, facilísimo. Producirlo, acrecentarlo y cuidarlo, eso es lo difícil, para eso hay que ser empresario, no político.
Ahora yo soy el que pregunta:
¿Cómo no se percató que si, por tan solo cuatro años, hubiera mantenido la conducta adecuada de un caballero, de un hombre honrado, de un verdadero jefe de estado, esto mismo provocaría que, para el resto de la vida (Mujica, es el ejemplo mas claro) tendría un prestigio que le permitiría dar charlas, conferencias y pláticas (ciertamente, bien remuneradas, apreciadas y aplaudidas, ¡Mujica, Mujica!, ¡qué hombre tan inteligente, por Dios santo!), para el resto de la vida,: para el resto de su vida, óigame bien, digo, para puntualizar en esta afirmación, a donde usted llegara sería recibido con cariño, con aplausos y con admiración?.
Mas sin embargo hoy me encuentro sentado aquí, escribiendo éstas reflexiones, privado de mi libertad y a las puertas de un juicio que será, seguramente, complicado, turbulento, largo y doloroso. No importa si al final (¡ay la justicia guatemalteca!, como en el caso del expresidente Portillo: aquí se le declara absuelto y, sin embargo, él mismo se declara culpable, ante los jueces del imperio…) el veredicto es de absolución, eso ya no importa, la memoria del pueblo es implacable…cargará uno con este peso insoportable para siempre.
Y a mí, Eduardo Cofiño, pseudo escritor de esta pinche columna, leída por unos cuantos monos de la selva petenera, que también se muere, me da una tristeza indecible que las mas altas autoridades del país estén sufriendo éste escándalo porque, al final, no solamente nosotros los elegimos, nosotros los pusimos allí, sino que, también, de alguna manera, ellos representaban lo que somos todos los guatemaltecos…de alguna manera todos somos corruptos: valuamos nuestras propiedades en cantidades monetarias inferiores al valor de mercado, no exigimos facturas ni pagamos los impuestos correspondientes y, en caso de ser necesario, le damos un soborno, una mordida al “chonte» corrupto…
Pero no se preocupen, tripulantes y pasajeros de este barco que se hunde; con lo de la comida de mierda, de verdad muchá: no va a alcanzar para todos…
¡Guatemala, Guatemala, Guatemala!