Brexit: Dios salve al rey no unido de Europa

rodolfo bay

Por Rodolfo Bay


En el mundo occidental que hoy vivimos, tenemos demasiadas opciones de información, en teoría interesantes, ya sea porque las mismas son atractivas, llamativas, tristes, deplorables, o simplemente lejanas a la realidad —y que por ende nos tele transportan más allá de nuestros problemas del día a día—. Tanto que a veces no nos damos cuenta de que lo que está pasando lejos puede cambiar nuestro destino mucho más de lo que creemos.

Así, en estos días, todos nos quedamos acongojados, deprimidos y tristes, por las noticias como la matanza terrorista en Orlando o la muerte en la misma Florida del pobre niño en las fauces de un caimán. Desconectamos de noticias tan desagradables e imposibles de olvidar, con la Eurocopa o la Copa América, o simplemente vivimos nuestro día a día, queriendo pensar, que lo que ocurre allá fuera, no nos puede afectar.

¿Y cómo nos vamos a preocupar entonces por unas elecciones en unas lejanas frías y lluviosas islas? Unas islas que ahora parecen más el recuerdo de viejas épocas, cuando las mismas gobernaban los siete mares, y que algunos creerían ahora que son más un cuento o una película, que la verdadera realidad.

¡Mis queridos lectores, estos días estamos viviendo historia! Dichas islas quizás sean en los próximos tiempos el epicentro de unos cambios permanentes para el mundo. Este 23 de junio, en Europa hay en juego mucho.

Este jueves 23, en el Reino Unido, se vota, si los ciudadanos de dicho estado, uno de los más antiguos de Europa, mantiene su unidad con Europa, o levanta anclas y zarpa hacia lo desconocido.

Desde muchas partes del mundo, incluida esta, o desde muchas partes de Europa, incluida mi patria, se mira a los británicos como unos rebeldes sin causa. ¿Cómo es que se atreven arriesgar quizás el proyecto más bello jamás implementado en la faz de la tierra, donde pueblos lejanos, enemigos, supieron sentarse y pacíficamente crear los cimientos para el mayor proyecto de paz, concordia, donde todos reconocían que en armonía se podía crecer más que en conflicto? Y ese proyecto nació, creció y ya es una realidad, con una unidad de mercado, ciudadana, pero aún solo parcialmente en el campo de la política y la economía —pues; por ejemplo, no hay unión monetaria para el caso de los británicos—.

¿Cómo es que estos ingleses —como algunos llaman erróneamente a todos los británicos—, testarudos dirían de ellos algunos, quieren salirse y minar la esperanza de unidad en armonía no solo de Europa, sino del mundo? Parecería una locura de una noche de verano, unas ganas de ser diferente por serlo.

¿Cuántos se han puesto a pensar el motivo de esto? ¿Alguien cree que una decisión tan seria y con tantas implicaciones, puede ser solo el resultado de un antojo de medio pueblo —pues ocurra lo que ocurra en las elecciones, la división está ahí, entre los euro-escépticos, y los pro-europeos—?

Europa, que surgió en un sueño de libertad, vivió una infancia y adolescencia de alegría y fraternidad con la integración en sus senos de viejas dictaduras de la derecha y la izquierda, vive en su madurez el liderazgo de estados con mentalidad centralista, más inclinados a la burocrática, que quieren dirigir quizás demasiado desde Bruselas, como en las viejas épocas de los imperios europeos, se dirigía —salvo siempre las rebeldes islas británicas—, desde Roma, Toledo, Madrid, París, o Berlín.

Cuando uno llega a Europa de paseo, a mi tierra, sí es verdad que uno a primera vista siente una gran libertad. Ya sea para entretenerse, para viajar donde quieres, para el deporte, para comprar lo que quieras, para tener unas vacaciones largas, para comer lo que se desee. Todo suena muy alegre, bueno y libre. Pan y circo, como dirían los Romanos.

¿Mas existe la misma libertad para desarrollar un negocio? ¿O el sistema solo favorece a las grandes empresas, y sobre todo a los grandes bancos, que saben que hagan lo que hagan, por muy desastroso que sea, nunca quebrarán? ¿Es verdad que cada vez hay más reglas, reglamentos e impuestos para los emprendedores, que aplastan cualquier sueño de negocio del pequeño o mediano empresario?

¿No es cierto también qué hay impuestos cada vez mayores para desarrollar infraestructuras, pero también para engordar a una burocracia cada vez mayor? ¿No es verdad que alrededor de toda la Unión se inventan impuestos y multas ridículas, como las que castigan a veces por ir a una velocidad menor en tu vehículo de la que puede ir una bicicleta, solo con el objetivo de recaudar, ya no de proteger la vida humana?

Quizás los ciudadanos del Reino Unido, como el estado fundador de la democracia moderna de forma evolutiva, y no cortando cabezas, sabe un poco sobre la libertad. Y una libertad burocratizada, dirigida, y neo-corporativista no es una libertad completa.

Quizás los ciudadanos de aquellas islas lejanas que voten a favor de la salida de Europa, no es que desprecien Europa, sino al modelo de la Unión Europea que en algunos aspectos se ha impuesto, en la que a veces los burócratas quieren saber más del día-día individual, que sus propios ciudadanos.

Ojalá Europa entienda este mensaje, sea que el voto haya sido por escaso margen a favor de la separación o hacia la unión. Pues si no lo entiende, quizás el Reino Unido zarpará este 23 de junio o algún día futuro hacia otros rumbos —quizás hacia Estados Unidos, como predijo un viejo profeta—, otros en el Este quizás la sigan, y Europa, quedará anclada en Beuropa (Burócrata Europa).

Y eso será un mal día para quien parta, por la incertidumbre, pero peor para el que se queda, si no se da cuenta que se quedó anclada en un intervencionismo cada vez mayor que nunca fue símbolo de prosperidad. El que se va no sufre, siempre sufre más el que se queda.

Hoy solo puedo gritar ¡Dios salve a Europa!, o como decían mis viejos ancestros desde la isla de Wight, donde sus barcos veloces zarpaban hacia la libertad, ¡Dios salve a la Reina!