Cuatro removedores giran a mano centenares de botellas en la penumbra de una cava. Parece una estampa típica de las prestigiosas bodegas de champán francés. Pero estamos en Pinto Bandeira, una de las zonas productoras del cada vez más reconocido vino espumoso del sur de Brasil.
«Esta región de la Sierra Gaúcha (en el estado de Río Grande do Sul, fronterizo con Argentina y Uruguay) lo tiene todo para elaborar unos espumosos de alta calidad, competitivos a nivel mundial», dice a la AFP Carlos Abarzúa, enólogo de la bodega Família Geisse, mientras descorcha un Extra Brut que, en la copa, generará un hilo de finas burbujas.
Famoso por su cachaça y su poderosa industria cervecera, Brasil es el menos conocido de los países vitivinícolas del Cono Sur. Su producción es mucho más modesta que la de Argentina y Chile y sus caldos raramente se encuentran en las estanterías y restaurantes de otros países.
En la década del 70 desembarcaron grandes multinacionales como Moet & Chandon, atraídas por el terroir de la Serra Gaúcha, un cordillera con verdes y húmedos valles que concentra el 90% de la producción vitivinícola del país, y poco a poco el sector fue especializándose en espumosos.
«Argentina es conocida por su Malbec, Chile por su Carmenere, Uruguay por su Tannat. Brasil no tiene variedad emblemática. Su especialidad son los espumosos», sostiene André de Gasperin, vicepresidente de la Asociación Brasileña de Enología (ABE).
«La Sierra Gaúcha es una región más fría, con una buena altitud, ideal para las uvas blancas, con mayor frescor, una acidez elevada y una buena maduración, como ocurre en la región de Champagne en Francia», agrega.
Una DO «exclusiva»
En los últimos años, los espumosos brasileños, cuyas cepas dominantes son Chardonnay, Pinot Noir y Riesling Itálico, han ganado decenas de medallas en concursos internacionales.
En el Catad’or Wine Awards de 2018, el más importante de América Latina, el Garibaldi Moscatel de la Cooperativa Vinícola Garibaldi fue elegido el mejor del Cono Sur.
Una opinión compartida por los consumidores brasileños, como muestran los datos de la Unión Brasileña de la Vitivinicultura (Uvibra).
En 2018, el 66,2% de los espumosos vendidos en el país fueron brasileños y el 33.8% importados. En vinos tintos y blancos la estadística se invirtió: 11.8% nacionales y 88,2% importados, la mitad de ellos de Chile.
Enclavada en un valle frondoso y ondulante de viñedos, la vinícola Familia Geisse es la única de Brasil que solo produce espumosos por el método tradicional o champenoise (con una segunda fermentación dentro de la botella).
Un producto más complejo y con más cuerpo que el hecho con el método charmat (el mayoritario en Brasil, en el que la segunda fermentación se realiza en grandes tanques de acero inoxidable).
Familia Geisse trabaja desde años junto a otros cuatro productores de vino de Pinto Bandeira, una lluviosa subregión de la Serra Gaúcha, en la creación de la que según ellos será la primera denominación de origen (D.O) «exclusiva de espumoso» de los países vitivinícolas del Nuevo Mundo.
Hasta ahora solo hay una D.O. de vino en Brasil, la de Vale dos Vinhedos, otra subregión de la Serra Gaúcha.
El reto del acuerdo con la UE
Pero el auge del espumoso brasileño podría verse eclipsado por el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (UE), firmado en junio, que de ser ratificado podría suponer la entrada masiva de champán francés y cava español.
«Con el acuerdo, los aranceles van a bajar y van a entrar muchos más productos para competir en el mercado nacional (…). Sabemos que en Europa el sector vitivinícola tiene bastantes subsidios», explica Abarzúa.
Para el investigador Jorge Tonietto, de la unidad Uva y Vino de la agencia brasileña de investigación agropecuaria Embrapa, el acuerdo con la UE es todo un reto para los productores brasileños, sometidos a elevados costos de producción y altos impuestos con una escala de producción pequeña.
«Si hacemos buenos productos, lo vamos a conseguir. Brasil es un mercado interesante, con perspectivas de crecimiento. Estamos en un país que consume, no necesitamos vender fuera. Esa proximidad puede sernos ventajosa en el aspecto competitivo, por conocer mejor al consumidor o trabajar el enoturismo», agrega.