Ante el Covid, el festival de Venecia adquiere el aire de un baile de máscaras

En el Lido de Venecia, los trabajadores todavía están ocupados con los preparativos finales en vísperas de la inauguración este miércoles del Festival de Cine de Venecia.

Todo parece casi normal, si no fuera por el muro que han montado en un costado del tapete rojo para proteger del coronavirus a las estrellas y los actores que desfilan frente al legendario Palacio del Cine, al borde del mar.

En vez de la muchedumbre de curiosos y aficionados que suelen agolparse cada noche bajo los flashes y ovaciones del público, el muro resulta una fortaleza inexpugnable. 

Desde la avenida que separa el palacio de la playa, no se logra ver nada, salvo un muro gris que envía un mensaje claro: «¡Aléjate. Aquí no hay nada que ver!».

Pese a que Italia encara un resurgir del virus menos fuerte que en otros países europeos, como ocurre en Francia, los organizadores no han querido correr ningún riesgo: el uso de mascarilla es obligatorio en todos los lugares, tanto en las salas de proyección como en los espacios al aire libre, así como el gel desinfectante y los controles de la temperatura en todos los accesos. 

«Este año en Venecia confundieron el festival con el carnaval: estamos como en un baile de máscaras», bromea un periodista italiano con un colega. 

«Espero que todos respeten las reglas», confía por su parte Roberta Zoppé, del bar «La Dolce Vita», donde vende helados desde hace cerca de diez años a pocos pasos del palacio. 

¿Que cómo veo el festival de este año? No sé qué pensar, navegamos a vista, es inaudito», responde mientras levanta los brazos hacia cielo. 

A una cuadra de distancia, la dueña del restaurante «La Tavernetta», que desde hace 27 años funciona durante el festival, tiene las ideas más claras.

«Los estadounidenses y los chinos no van a aparecer este año», comenta Adriana Filipelli, cuyos ojos azules resaltan aún más por la mascarilla. 

«Venecia aún vive»

Filipelli está encantada de recibir a sus clientes, aún si tiene que respetar las normas anti-Covid.

«Si uno se organiza bien, es más sencillo respetar las reglas», pregona. 

Alrededor del palacio, todos circulan con las mascarillas: los periodistas que corren a retirar la acreditación, los guardias de seguridad que desalojan a los curiosos, los electricistas que ajustan luces … 

En la alfombra roja, Alberto Barbera, el director de la Mostra, con su impecable elegancia, concede entrevistas a periodistas que han venido de todo el mundo para cubrir el primer festival internacional tras el confinamiento.

La decisión de celebrarlo contra viento y marea suscita escepticismo a algunos venecianos. 

Es el caso de Walter, conductor de un taxi acuático, que prefiere permanecer en el anonimato.

«Casi no hay películas, solo unas pocas producciones italianas. Es un festival político, que tenía que realizarse pase lo que pase, incluso sin contenido, para demostrar que Venecia sigue viva», afirma con tono perentorio. 

«Cuando vienen las estrellas sí que tenemos mucho trabajo, pero este año tenemos además que evitar los traslados. Para mí este festival es solo una cuestión de imagen», asegura mientras amarra su barco al muelle.

Más optimista resulta Betelehem Pilastro, una mesera de 21 años, que trabaja en el quiosco «Mojito».

«No sé qué esperar, lo que necesito es trabajar mucho. Cada año, la Mostra es una aventura», sonríe. 

«La ausencia de las estrellas podría tener mucho impacto, pero estamos contentos de que la Mostra se celebre y ofrezca trabajo a tanta gente!» explica la bella joven. 

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