Danilo Arbilla
El secretario general de la OEA, Luis Almagro, es un hombre «del riñón de Mujica», como se dice en Uruguay. No proviene de ninguno de los sectores o partidos que integran la coalición de izquierdas Frente Amplio, que gobernó al Uruguay desde el 2005. Tampoco fue camarada de guerrilla ni parte de los Tupamaros. Viene del partido Nacional o Blanco, ( junto con el Colorado, uno de dos partidos históricos uruguayos ), al que perteneció también Mujica, cosa que no niega y de la que no reniega.
Almagro fue canciller de Mujica y unos de sus hombres de mayor confianza. Manejó la política exterior del país, con criterio muy definido, muy cercano al bolivarismo y a la corriente neoprogresista y populista de estos lares; tanto respecto al continente, como más allá de los océanos, por lo que fue bastante criticado por la oposición, pero siempre con el total respaldo de su jefe.
Todo estos antecedentes sobre Almagro es bueno tenerlos en cuenta ante las críticas que le hizo en una Carta Abierta Elías Jaua, político chavista que ocupó varios ministerios, siendo, además, vicepresidente y canciller de Venezuela. También Jaua ha sido acusado de alguna cosa fea, pero sobre esto, por ahora, la Fiscalía y la Asamblea General se han negado a investigar. Como se ve, el chavismo «paga»; esto es, mientras se portan bien.
Y es lo que ha hecho Jaua con su misiva: portarse bien.
Con el mejor estilo chavista -en el que cabalgan la ordinariez y el insulto- trata al hoy secretario de la OEA (Organización de los Estados Americanos) de procónsul de Washington, de figurín, agente del imperio y le recomienda ser «serio», entre otras lindeces.
Y ello porque Almagro ofreció que los expertos de la OEA fueran observadores en las elecciones de diciembre, se interesó en recientes decisiones judiciales que afectaron a líderes políticos venezolanos y se ha ocupado del conflicto fronterizo entre Colombia y Venezuela.
Pero no para ahí, Jaua también le carga cuentas pasadas, de cuando era canciller de Mujica, reprochándole varios casos en que actuó en el Mercosur contra los intereses de Venezuela o cuestionando la destitución de la diputada María Corina Machado o dando crédito a denuncias de organizaciones de defensa de los DD. HH.
Y esto importa. Por un lado, porque nadie puede creer que Jaua haya actuado por iniciativa propia. Sin duda cumple un encargo del gobierno de Nicolás Maduro y así, además de atacar a EE. UU., se explaya, sin formalidades ni protocolo, contra Colombia y los colombianos (todo ante la actitud increíble de Santos), acusa a México de algunas cosas y critica directamente al Gobierno de José Mujica, electo por el Frente Amplio.
Es cierto que Mujica nunca creyó en el mentado «socialismo del siglo XXI» y así lo ha hecho público -incluso privadamente prevé que el chavismo culmine en catástrofe-, pero siempre ha apoyado a Venezuela. «Tenemos una deuda de gratitud con Chávez», ha repetido.
Pero, por los dichos de Jaua, parece que habían más diferencias con el Gobierno uruguayo anterior. El propio Almagro confirma algunas. En su corta respuesta le advierte que «ninguna revolución, Elías, puede dejar a la gente con menos derechos de los que tenía, más pobre en valores y en principios, más desiguales en las instancias de la justicia y la representación, más discriminada dependiendo de dónde está su pensamiento o su norte político. Toda revolución significa más derechos para más gente, para más personas».
Asimismo, Almagro le explica a Jaua que «la Democracia es el gobierno de las mayorías, pero también lo es garantizar los derechos de las minorías. No hay democracia sin respeto para las minorías». Y en esta línea le recuerda «hay algo que está por encima de cualquier comunidad ideológica: los valores republicanos esenciales, de los cuales no podemos prescindir en ningún pensamiento, porque hacen al derecho de los pueblos y a las garantías que les debemos a cada uno de los ciudadanos y ciudadanas».
Falta espacio. Habría que transcribir toda la carta. Vale la pena leerla entera. Es de suponer que Jaua la leyó. Le convendría releerla. Es bueno que la lean los chavistas, los miembros de la alianza bolivariana, muchos progresistas del continente y también unos cuantos «prudentes» y silenciosos gobernantes del hemisferio. Puede que en algunos prenda.
Leerla, además, sirve para volver a creer en la misión y el protagonismo de la OEA, tan devaluada y barranca abajo hasta no hace mucho.
«Ninguna revolución puede dejar a la gente con menos derechos de los que tenía, más pobre en valores y en principios, más desiguales en las instancias de la justicia…»