Alicia Alonso llevó a la Cuba salsera a la corte del Ballet Clásico

Desafió una precoz ceguera y llevó a Cuba al Olimpo del ballet. Casi centenaria y aún enseñando danza, Alicia Alonso ejecutó este jueves un último e infinito fouetté y partió a la eternidad.

A sus 98 años, le falló el corazón y murió la bailarina que encarnó como nadie el personaje de «Giselle» y reinterpretó grandes títulos del repertorio clásico como «Carmen», «Coppelia» o «El cascanueces».

Confesó querer vivir dos centurias, y en una de ellas parió la escuela cubana de ballet, que aglutinó ritmos y razas que «bailan con el corazón», según sus palabras.

Fue aclamada «prima ballerina assoluta» -la única latinoamericana en ese selecto grupo de bailarinas excepcionales- en un país donde la danza va en la sangre y el ballet, de su mano, ha dado grandes figuras internacionales.

Nacida en La Habana el 21 de diciembre de 1920, nieta de españoles, solía andar en puntas por toda la casa. Y su padre, un veterinario militar, le exigía caminar «normal».

Él se opuso a que fuera bailarina, pero se dejó convencer por la madre. Debutó en Broadway en 1938 y guardó las zapatillas de ballet a punto de cumplir 75 años.

Ciega y con serios problemas motores, Alicia Ernestina de la Caridad del Cobre Martínez del Hoyo, su nombre de nacimiento, siguió bailando en la mente. «Bailo dentro de mí, con mis ojos cerrados», solía decir.

Se dio el lujo de realizar los 32 fouettés -giro sobre su eje en una sola pierna- de El Lago de los Cisnes con más de 40 años.

O de ejecutar «sautés sur la pointe en arabesque penchée» -como ella misma bautizó a los saltos hacia atrás que daba con una pierna en punta de pie y la otra levantada a 90 grados-, un reto para jóvenes bailarinas.

En Cuba y en EE. UU.

Emigró muy joven a Estados Unidos y terminó su formación en Nueva York. Ingresó al American Ballet Caravan, hoy New York City Ballet.

Fue fundadora del American Ballet Theatre en 1940. 

Se casó con Fernando Alonso (1914-2013), coreógrafo y director, de quien toma el apellido que mantuvo tras su divorcio en 1975.

Madre de Laura (1948), su única hija, Alicia también danzó en la compañía Bolshói de Moscú, en el ballet soviético Kirov (hoy Mariinski) de San Petersburgo y en el Ballet Ópera de París.

Tras regresar a Cuba, en 1948 fundó el Ballet Alicia Alonso que dos años después del triunfo de la revolución de Fidel Castro, en 1961, se convirtió en el Ballet Nacional, auspiciado por el estado.

Ballet grande en isla pequeña

Casada luego con Pedro Simón, director del Museo Nacional de la Danza, continuó con el baile hasta 1995, cuando se despidió tras una presentación en escenarios italianos. 

Pero continuó como directora y coreógrafa de una compañía de primer orden, en una isla de 11,2 millones habitantes, donde el ballet clásico era casi desconocido.

«No por ser una isla quiere decir que no podamos competir con el mundo», dijo en una entrevista.

A partir de 1960 comienza a realizarse el Festival Internacional de Ballet de La Habana, que adquiere prestigio y premios internacionales.

Aurora Bosch, una de las «joyas» del ballet cubano, recuerda que Alicia atrajo a los hombres a la danza, incluso con engaños, cuando en la isla se les tildaba de homosexuales por practicarlo. 

Ver o bailar

Con 20 años, la bailarina sufrió desprendimiento de retina en ambos ojos.

Le sugirieron recostarse para que el mal no empeorara, bajo el riesgo de quedar ciega. Pero ella decidió bailar y el mal continuó. Fue operada, siguió bailando y la situación se agravó. Entre ver y bailar, decidió bailar.

Simón cuenta que para entonces en el escenario había luces de referencia para Alicia, que sólo veía sombras. 

De estatura media-alta, delgada, trató de mantener la esbeltez de su cuello de cisne a pesar de los años.

Actuó como una suerte de embajadora de la revolución en tiempos de aislamiento político y tuvo una cercana relación de trabajo con Fidel Castro.

Inmortalizada en vida

En un gesto desacostumbrado en la Cuba socialista, se bautizó un edificio público con el nombre de una personalidad viva. El Gran Teatro de La Habana, sede de la compañía, se llama desde 2015 Alicia Alonso.

Algunos de sus discípulos, como Carlos Acosta, han formado nuevas compañías, y el ballet echó raíces por toda la isla.

En Cuba se hizo común la frase: Alicia nació para que Giselle no muriera. Pero ahora que Alicia parte llevada por las Willis, es Giselle la que se queda, dándole vida eterna.

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