Alfonso Portillo

Eduardo Cofiño K.

Es difícil, si no imposible, abstraerse de lo que sucede en Guatemala a nivel político, a nivel ambiental, socio-económico, a cualquier nivel. Realmente las novelas de Gabriel García Márquez se quedan cortas en cuanto a lo inverosímil de las situaciones que vivimos día a día. No solamente en esta época de elecciones, de propaganda que inunda como un tsunami las calles, avenidas  y carreteras de nuestro (otrora) bello país.

Quiero aclarar que tuve la suerte de trabajar en cuatro Gobiernos consecutivos: Arzú, Portillo, Berger y Colom. En todos a un nivel alto, como Director Ejecutivo de los únicos dos Préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), para el departamento de Petén. Un puesto técnico y político, toda vez que tenía que reportar a las altas autoridades. Gracias a Dios nunca tuve un señalamiento por parte de la Contraloría y las obras están allí, en Petén.

Los políticos peteneros nunca me apoyaron, siempre se oponen a este tipo de inversiones donde no pueden meter sus manos…Estos fondos vienen definidos y determinados los objetivos y las obras. Se ejecutan por medio de empresas y ONG, escogidas por medio de licitaciones que deben ser aprobadas por el propio Banco. No hay margen para que entren “empresas de papel”.

Pero mis reflexiones de hoy vienen más que todo a la situación por la que pasa, y pasará toda su vida, el ex Presidente Alfonso Portillo.

De cierta forma lo entiendo, por haber yo estado preso y haber sido condenado (en mi caso por tenencia y consumo de marihuana, cuando apenas contaba con 18 años, en 1971), por haber cumplido mi condena y, de acuerdo con las leyes, por entender que esta acción debiera ser suficiente para pagar mi deuda social.  Borrón y cuenta nueva, dirían por allí.

La verdad es otra: queda uno marcado para siempre. Eso de la rehabilitación e inserción en la sociedad no se da nunca más. Se convierte uno en “oveja negra”. Aunque, en mi caso, el daño causado fue únicamente hacia mi mismo. No le robé a nadie, no le hice daño a nadie. La vida me dio otra oportunidad y, aunque casi la desperdicio porque del bote salí convertido en alcohólico, tuve la suerte de que Dios me sacara de ese mundo, hace casi 30 años y que, con el tiempo, mi vida fuera “normal”…

Sin embargo comprendo el sufrimiento de las personas que son privadas de su libertad y, mientras Portillo purgaba su pena en Guatemala primero y luego en Nueva York, yo pensaba en él. Me daba lástima lo que estaba viviendo, después de haber sido Presidente.

Pero lo que más comprendía era el sufrimiento indecible por el que ha de haber pasado cuando su ex esposa (con la que mantenía una relación cordial y amigable y a la que le depositó dinero en cuentas en el extranjero), sintiéndose acorralada por la justicia, por el desprestigio, se suicidó. Puedo imaginar esa noche de Portillo, en la prisión, sintiéndose impotente, culpable…

Ese día lo perdoné para siempre. Yo se que esa noche jamás se le olvidará y el cargo de conciencia estará con él hasta su muerte.

Lo sé porque a mi se me murió uno de mis mejores amigos, estando yo en prisión y, hasta el día de hoy, es un dolor, como una cicatriz, que llevo en el alma. ¡Cómo lloré su pérdida!…Y eso que yo no tuve nada que ver con su muerte, fue un accidente automovilístico, una fatalidad por errores humanos.

Pues bien, volviendo a Portillo, lo que quería expresar hoy es que, al trabajar en cualquier gobierno uno aprende que todo lo que sucede es un reflejo de los comportamientos de los mandatarios, es decir, sucede como en un hogar, los hijos son reflejo del comportamiento de los padres. En el gobierno de Arzú, por ejemplo, teníamos una gran esperanza de cambiar el país, un líder que no tomaba alcohol, trabajador y eficiente. Con Portillo era (como el título de una famosa novela de Hemingway) una fiesta constante. El que mandaba era realmente el Vice Presidente Reyes.

Con Berger era un gobierno ordenado y se trabajaba en base a resultados y buscando la transparencia, por eso no hay ningún funcionario de ese gobierno enjuiciado…

Con Colom también se le juzgaba a uno por resultados  y la que mandaba, en mi caso personal, era Sandra Torres. Mujer súper exigente, trabajadora y profesional, así la recuerdo yo.

La otra percepción que uno adquiere, en cada gobierno, es que, como se oyen rumores de todo lo que pasa, uno va viendo qué es lo que está sucediendo en realidad. Con Portillo siempre se hablaba del robo descarado de dinero en efectivo del Crédito Hipotecario Nacional. Se decía que, en su casa que construyó en Zacapa, había varias bóvedas y que, incluso dentro de las paredes, se guardaban los millones de quetzales en efectivo…se hablaba de fiestas y abusos inimaginables. Se afirmaba del uso de drogas y mujeres…en fin, ¡un desmadre total!

Y, aunque algún trato (“deal”, en inglés) ha de haber pactado con los gringos (pienso que es por eso quería ser diputado), lo que me da tristeza es su discurso desgastado y provocativo, siempre destinado a la desunión, a la confrontación, al odio…

No me importa que no se haya podido inscribir al fin. Lo que siento por Portillo es una enorme lástima. Pobre hombre…condenado para siempre por su gran ambición económica. Cuando pudo pasar a la historia como un gran ser humano…será recordado como un pinche ladrón.