Aletargamiento social y sus perversas manifestaciones

Renzo Rosal

Renzo Lautaro Rosal


Pese a la importante cantidad de cargos que tiene Roxana Baldetti en su contra, las cosas no son como se creían hace un año. Evidentemente no se sabía en aquel momento los detalles y resquicios que se han puesto a prueba desde que la otrora Vicepresidente fue capturada. Queda claro que la justicia se mueve despacio, por sus propios mecanismos y porque en el camino se han presentado acciones que han retardado los procesos. A pesar de las evidencias, el recorrido previo a las sentencias condenatorias no es fácil. La estrategia tiene varios componentes, que van desde las simples acciones que buscan retrasar lo más posible hasta el acuerdo tácito entre muchos de los implicados, y en especial, sus cabecillas, que apuestan por darle largas a la espera que soplen otros vientos a partir que la Fiscal General deje el cargo, lo mismo que ha de ocurrir con el Procurador de los Derechos Humanos. Esperan que el tiempo transcurra rápido para que lo mismo suceda con el responsable de la CICIG y de la Embajada de Estados Unidos, actores centrales en el maremoto que movió las placas tectónicas e hizo aflorar lo que no se quería.

Tiempo es el factor colocado sobre la mesa; rememorando la frase el tiempo todo lo borra. Mientras ese elemento transcurre, los entretenimientos han hecho su asomo. Un gobierno malogrado que sigue perplejo ante un cúmulo que nunca se imaginaron. Una dosis de moralidad conservadora que apuesta por el clásico mensaje el cambio colectivo es inexistente, lo que cuenta en la transformación personal y de esa forma se convierte en el programa obligado de capacitación del aparato estatal. Lo que se avizoraba como la maquinaria que a estas alturas iría a todo vapor, ahora apuesta por detenerse, previa compresión.

Por el lado de las propuestas emergentes, cuestionadoras, que no apelan al conformismo, hay muchos planteamientos difusos, pero pocas propuestas políticas con sentido estratégico. La historia parece repetirse. Sería lamentable que los vientos surgidos en 2015 se consideraran como un temporal que arreció solo por unos momentos.

Suficientes fueron las razones y especialmente las consecuencias negativas que han quedado al desnudo con las olas de impunidad que se han cernido durante décadas, y de pronto nos dimos cuenta que pasaron sobre nosotros. Antes, experimentamos largos episodios de aletargamiento social, es decir, ese comportamiento social caracterizado por la inactividad mental, organizacional e incluso productiva en perspectiva de desarrollo humano. Ese estado surge después de momentos rudos, de crisis, tormentas. Son fenómenos que ocurren posteriores a las tragedias y a las calamidades. En esas circunstancias, se constriñen las posibilidades de crear pensamientos y acciones que superen los anteriores momentos negativos. Lo que muchos quieren es evadir responsabilidades, le toca al otro, aunque no se sepa quién sea.

En las etapas de aletargamiento social tienen a incrementarse y a encontrar cobijo las expresiones contemplativas. Un ejemplo son las jornadas de oración, las actividades de recogimiento que buscan ser el tipo de respuestas después de las intensidades y ajetreos. Ese tipo de comportamientos se traducen en expresiones como hay que darle tiempo; pobre el Presidente, tiene muchos líos que enfrentar; los críticos son los enemigos, entre otras. Esos son mensajes de cansancio, dosis de tranquilina. Contrario a la idea de que las épocas de decepción, desencanto, depravación, excesos y corrupción deberían provocar momentos de ruptura orientados a dar cara vuelta al calcetín, la realidad demuestra que tienden a imperar instantes de pasividad. En nuestro caso, eso es más peligroso, por los antecedentes de sedentarismo social y político que han dominado los ciclos de penosa historia política del siglo XX a la actualidad, por mencionar algunos períodos.

El fenómeno del aletargamiento social es más riesgoso cuando las evidencias precisan que, por lo general, se trata de un proceso donde se han activado mecanismos inducidos y artificiales. Lo primero obedece a esa eterna idea de que los cambios suenan a impredecible, desconocido y sombrío, y por tanto, mejor nos quedamos con lo que hay, aunque tampoco eso sea suficiente, pero es conocido. Se induce para modificar comportamientos y actitudes. Apelar al miedo es una opción repetida. Suelen ser artificiales, porque parten de supuestos irreales, pero que pegan lo necesario para dormir, reorientar, relajar actitudes sociales. En resumen, todo esto es lo que estimo sucede en Guatemala, en la actualidad.

 

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