Cuando sucede algo así, hay un refrán popular que se puede aplicar muy bien a esta cacería oficialista: … cuando los patos le tiran a las escopetas.
Gonzalo Marroquín Godoy
Corría el tumultuoso año 2015 en Guatemala. La prensa independiente –principalmente el diario elPeriódico– destapaba casi sin cesar escándalos por corrupción: el agua mágica, las grandes mansiones de fincas construidas en el occidente por el presidente Otto Pérez y la vicepresidenta Roxana Baldetti, compra de propiedades, aviones, helicópteros y demás.
La lista sería larga de enumerar. El caso es que parecía que no sucedía nada con las denuncias, hasta que la CICIG las toma como propias para investigar –más otras que tenía en la mira de su propia cosecha– y se inicia en Guatemala lo impensable: una guerra abierta anticorrupción, sin importar de qué personajes se trataba.
Cuando los primeros escándalos se destapan y se judicializan, decenas de miles de guatemaltecos salieron a La Plaza, ya fuera aquí en la capital, como en las cabeceras departamentales. La historia muestra que nadie podía escapar del brazo de la justicia. Prueba de ello, Guatemala es el primer país en el mundo en donde un presidente y su vicepresidenta, ambos en funciones, terminan su período como gobernantes en la cárcel.
Aquellas manifestaciones que duraron varios meses, robustecieron a la CICIG, que mostró con claridad a los guatemaltecos –a todos–, el nivel de corrupción al que hemos llegado. Se mostró como los partidos políticos se han convertido en un foco de podredumbre y como la clase política ha creado un entramado de impunidad como escudo para los corruptos.
Si me preguntan, pienso que la CICIG cometió algunos errores, más que todo por no medir el poder que las estructuras mafiosas podían llegar a tener. Estas, muy hábilmente, se enfocaron en desprestigiar a su enemigo y la fórmula utilizada fue la de reavivar la confrontación ideológica que por largo tiempo ha existido –aunque estaba bastante adormecida– y tocaron la tecla ideal para ellos al asegurar: la CICIG es de izquierda y su persecución es ideológica.
Miles de aquellos que llenaron la plaza cayeron en la hábil jugada de divide y vencerás. Se formaron bandos y los que creen en la lucha anticorrupción reciben la etiqueta de izquierdistas; los que no, se ubican a sí mismos en la derecha ideológica.
Grave error. La corrupción no tiene ideología. Han robado Chávez, Ortega, Castro y compañía, como lo han hecho Pinochet, Fujimori y varios presidentes guatemaltecos de línea conservadora, algunos investigados, como Pérez, Arzú y Jimmy Morales, para citar a quienes se les abrió algún proceso.
Pero la estrategia funcionó. Aquel cazador –la CICIG– terminó cazado. Sacaron a Iván Velásquez y parecía que se terminaba la lucha anticorrupción. No se contaba con la figura del pequeño pero determinado fiscal Juan Francisco Sandoval, quien tomó la estafeta y continuó la lucha, aunque limitado y controlado por su jefa, la fiscal Consuelo Porras, ya para entonces convertida en pieza clave para desarmar la Fiscalía Contra la Impunidad (FECI).
El presidente Alejandro Giammattei, en entrevista con CNN dijo que no tengo ninguna investigación abierta en el MP. Eso sí es cierto, porque la única que empezaba a mostrar posibilidades, la de la Trama Rusa, se cerró casi de inmediato con la salida de Sandoval, porque era parte de la estrategia Giammattei-Porras.
Insinuó que en el caso Odebrecht habrá sorpresas. Primero, dijo que el MP es independiente y no le obedece. Entonces, ¿por qué Porras le filtra información para que él sepa del tamal que le están cocinando al cazador Sandoval? Ese escándalo de construcción es más grande, pues involucra incluso a unos 108 exdiputados –además del expresidente y la exvicepresidenta–, por haber recibido coimas.
Giammattei junto a Porras y la alianza oficialista, quieren cazar al cazador. Lógico, les resulta incómodo y qué mejor que recurrir a la misma estrategia que se utilizó contra Velásquez y la CICIG. Le acusan de ideologizar los casos que investiga y así se mantiene dividida a la sociedad, además adormecida a causa del covid-19 y los problemas que este genera.
Aquellos que una vez fueron a La Plaza y cantaron el Himno Nacional a favor de la lucha anticorrupción, pueden preguntarse: ¿No es mejor para el país estar del lado del cazador y soñar que algún día se volverá a combatir la corrupción y la impunidad? Es para la Guatemala de nuestros hijos, nietos y futuras generaciones.