La vieja y popular canción interpretada inicialmente por el colombiano Tony Camargo e inspiración de su paisano Cresencio Salcedo, queda como anillo al dedo para el finalizado 2015. Será definitivamente inolvidable para quienes tuvimos la suerte de vivirlo. Por primera vez desde el retorno a la democracia y, al final de cuentas, en la historia del país, hubo un rechazo casi unánime, expresado de múltiples formas, hacia la corrupción.
En la segunda mitad del siglo XX sufrimos los elevados niveles de corrupción de Ydígoras y Lucas García, para mencionar a los más destacados. Con el primero, la “Operación Honestidad” fue el argumento principal utilizado por Peralta Azurdia –un hombre realmente honrado– para legitimar el golpe que depuso al pintoresco general, pero se limitó a recuperar algunas fincas nacionales que fueron negociadas de forma lesiva. Luego, el golpe del 23 de marzo de 1982 incluyó entre sus motivos la corrupción luquista, pero fuera de encarcelar a algunos exfuncionarios, que fueron saliendo gradualmente, y de indicar que quien tuviera pruebas de acciones ilícitas las presentara a los tribunales, el régimen de Ríos Montt no hizo mayor esfuerzo por sentar precedentes.
A lo largo de los últimos 30 años fuimos viendo cómo la corrupción alcanzaba cotas cada vez más altas, como si se tratara de batir récord, ante una ciudadanía pasiva, que parecía resignada. Ciertamente ya se había superado aquella etapa en la que se expresaba hasta cierta admiración por el funcionario corrupto –“aprovechó la oportunidad”, “el que no roba es baboso”–, pero el mal tenía visos de irremediable. La ciudadanía estaba como anestesiada. Pérez Molina y Baldetti mantuvieron una popularidad arriba del 70 % hasta inicios de 2015. La desmesurada e innecesaria publicidad gubernamental y un cinismo inigualable les permitían presumir de un envidiable grado de aceptación. Y Baldetti alimentaba aspiraciones de llegar a la presidencia después de un, seguramente, desastroso gobierno de Baldizón.
A partir de abril de 2016, cuando también parecía inevitable la victoria de Baldizón, y con el Partido Patriota y Sandra Torres apostando a llegar al segundo lugar, para ganar con el voto de rechazo al “Líder”, sucedió lo que parecía imposible. En cuestión de meses teníamos, caso único en la historia de América Latina, a un presidente y una vicepresidenta que se vieron forzados a renunciar por la irresistible presión popular, encarcelados y sometidos a proceso. Y seguramente serán condenados y despojados de los bienes mal habidos, para dejar una lección que resulta imprescindible. Solamente de esa forma, con el castigo a los malhechores de ese gobierno, se recobrará la confianza en el Estado de derecho. Porque es notorio que cometieron imperdonables acciones delictivas y dejaron al aparato público al borde del colapso.
Si examinamos la historia de América Latina, eso solamente había sucedido cuando los dictadores aplicaban aquella máxima atribuida, entre otros gobernantes latinoamericanos, a Manuel Estrada Cabrera: “Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”.
El segundo hecho trascendental es la derrota de quien pensaba que ya le tocaba, que la conformidad había alcanzado su punto máximo y los guatemaltecos estábamos encandilados por su personalidad, su conocimiento de Guatemala y su autoproclamado carisma. La derrota fue apabullante, así como la de Sandra Torres en la segunda vuelta. Es cierto que a nadie se le puede considerar un cadáver político, pero es igualmente evidente que las posibilidades electorales futuras de ambos personajes están desvanecidas. Cualquier aparición de ellos dentro de cuatro o de ocho años concitará el mismo rechazo.
Será también inolvidable para Alejandro Sinibaldi, cuya primera participación abría, en el peor de los casos, la posibilidad de jugar al “ya le toca”. Pero el año viejo se llevó esas ambiciones.
Tampoco podrán borrarlo de la memoria los hermanos Alejos. El mayor se perfilaba para ser el hombre más rico de Guatemala, como ejemplo de empresarios que emergen gracias a los resortes del poder público. De paso, terminó con las pretensiones presidenciales de su hermano menor. Y también Portillo, quien regresó de prisión con el propósito de convertirse en un factor de poder político, pero fue neutralizado por un valiente Tribunal Supremo Electoral. Sin embargo, la lucha apenas comenzó. Solo entre diputados y alcaldes que se han enriquecido en los cargos públicos tienen para rato el MP y la CICIG. Debemos demostrarles que todo un pueblo los apoya en esta batalla decisiva.
Por primera vez desde el retorno a la democracia y, al final de cuentas, en la historia del país, hubo un rechazo casi unánime, expresado de múltiples formas, hacia la corrupción.