Gonzalo Marroquín Godoy
El camino al infierno está empedrado con buenas intenciones… cuando las buenas intenciones no llegan acompañadas de acciones positivas.
Los guatemaltecos nos hemos acostumbrado a escuchar las promesas llenas de buenas intenciones de quienes van a gobernar por cuatro años, para comprobar, después de ese tiempo, que el país sigue igual o peor, aunque ellos al salir aseguran que han cambiado todo lo malo que les dejaron sus antecesores.
Lógico, con el presupuesto que manejan, algo tienen que dejar, pero nunca hemos visto que las buenas intenciones se traduzcan en grandes acciones que promuevan el cambio radical que Guatemala necesita para terminar con todas carencias que tenemos en los campos de educación, salud, seguridad, infraestructura, oportunidades y pobreza en general.
Recuerdo –en términos generales– las promesas que cada presidente ha lanzado en campaña y en su discurso de toma de posesión.
Vinicio Cerezo (1986-1991), nos dijo que si, hay un camino, para el cambio, pero nunca se empezó siquiera a caminar. Las esperanzas se vieron pronto frustradas y empezó a empedrarse ese camino al infiero que ahora tenemos. Jorge Serrano (1991-1993) ofrecía un cambio: Los mismos nos quieren gobernar, lo que suponía que sería diferente. Lo fue, pero para mal, y la historia lo describe como un aprovechado que intentó dar golpe de Estado a la democracia.
Álvaro Arzú (1996-2000) llegó con el eslogan ¡Responde!, y sí, respondió desatando e impulsando la corrupción a niveles que, hasta entonces, no se conocían –privatizaciones que hicieron a muchos millonarios–. Vino luego el primer populista, Alfonso Portillo (2000-2004), y dijo que ayudaría a los más desposeídos, pero se dedicó más a enriquecerse él y su círculo cercano. El gobierno del FRG fue un descaro en corrupción.
Luego vino Oscar Berger (2004-2008) con la promesa de recuperar la economía. Lo logró parcialmente, pero no se hizo nada para cambiar el rumbo del camino del país y el sistema político se fue fortaleciendo con las características que hoy conocemos. Álvaro Colom (2008-2012), volvió al populismo solidarista, cuando en realidad lo que se intentaba era colocar en el poder a su esposa Sandra Torres. El sistema se hizo mas corrupto e inútil.
Otto Pérez (2012-2015) ofreció seguridad, pero en realidad fue seguridad para el saqueo; cayó por la corruptela generalizada. Todo lo demás, en el olvido. Jimmy Morales (2016-2020), prometió no ser ni corrupto, ni ladrón. Sin embargo, tales eran los intereses que defendía de los corruptos, que desmanteló la operación de la CICIG, que combatía corrupción e impunidad.
Cada nuevo gobierno que llegaba hacía que el sistema político mostrara sus falencias. Los sueños de cambio de la mayoría de guatemaltecos se desarmaban a los pocos meses. Los presidentes se olvidan de lo prometido y son absorbidos por ese sistema nefasto que es la causa de todos los males.
Alejandro Giammattei prometió el oro y el moro en campaña y nada se ha cumplido. Seguimos de mal en peor y, por lo visto hasta ahora, se sigue empedrando el camino al infierno. De hecho, ponen piedras y piedras a una velocidad prodigiosa.
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Para cambiar el rumbo, para salir de ese camino empedrado hacia el infierno, se debe actuar con prontitud. Por ahora no se ven posibilidades de que suceda algo así. Al parecer ni intención de hacerlo hay. Se ha promovido impunidad, se destruyó la poca institucionalidad que había, se borró la poca independencia de poderes existente y se aceleró el paso en ese camino de desgracia.
Entramos en la recta final del segundo año de gobierno y pronto vendrá el 2022, un año que empieza a tener la marca preelectoral. Eso quiere decir que se irán destapando las opciones de candidaturas y partidos. Por lo que se percibe, habrá muchas de las caras que están identificadas con esa vieja política, la misma que se ha visto cada cuatro años.
El sistema político corrupto e ineficaz que tenemos se enraíza. Nuestra democracia se reduce al voto cada cuatro años y luego, cuando el pueblo delega el poder en el ganador de las elecciones, este se olvida del compromiso de gobernar por el pueblo y para el pueblo.
Hace falta mucha presión social para exigir cambios desde ahora, porque ni siquiera hay una buena intención de provocar un cambio de rumbo.
Estamos al borde del precipicio, con un gobierno que insiste en dar el paso al frente y que nos puede traer aún peores consecuencias. Los sueños nos los postergan cada cuatro años.