PROVOCATIO: 48 horas en el IGSS (2ª. Parte y final)

Al final, me queda un ejercicio de humildad para recordarme lo privilegiado que soy y una bonita experiencia de camaradería con mis dos compañeros de cuarto, gente sencilla y afable con la que pasamos muy buenos ratos. Nos enseñamos a reír y la pasamos genial dentro de las carencias e infortunios.  

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político

Crónica de una aventura personal

El jueves pasado empecé a narrar mi travesía por el seguro social por una intervención quirúrgica (https://cronica.com.gt/provocatio-48-horas-en-el-igss-1a-parte/).  Haciendo gala de mi natural y permanente sentido del humor, fui describiendo las peripecias que me acontecieron pero que, en el fondo, reflejan el drama que miles de guatemaltecos y guatemaltecas viven en el necesario pero cada vez más decadente seguro social.

En el pasaje de la entrega de pashamas en la clínica 1 de Cirugía de la primera parte de mi artículo, olvidé mencionar que los ajuares los colocan desordenados en una silla y luego viene la indicación de La Seño (enfermera): ¡Escojan! Diversas tallas, estados y colores son arrebatados vertiginosamente por los nuevos internos en ese microespacio de un metro y medio cuadrado. Por eso me causó tanta risa cuando mi pareja me preguntó si las pijamas y batas venían organizadas en bolsitas como conjunto. Debo decir, sin embargo, que La Seño de la clínica No. 1, siempre fue atenta y respondió todas mis preguntas. Para el personal paramédico, todo lo que sucede ahí, viene siendo la norma.

En la primera parte, nos quedamos en el regreso al cuarto de convalecencia post operatoria, evento que le sirvió al enfermero encargado para practicar “carreritas” y carros chocones. Menos mal mi intervención no fue tan complicada, pues no quiero ni pensar qué pasa con pacientes más delicados.

Pero aún en el desierto subsahariano existen algunos oasis (como La Seño de la clínica 1), fue así como una noche antes de la intervención, una enfermera me prestó su celular personal con el que pude llamar a mi pareja para informarle que no sería operado a las 7 am como me habían indicado sino hasta las 13 horas, es decir, 6 horas más tarde. Por supuesto, esta es una acción inusual y no todos logran esa deferencia, como pude comprobarlo.

Luego de esa llamada, la incomunicación y la consiguiente angustia de mis familiares por conocer si había salido bien, si necesitaba algo y cuándo saldría. La trabajadora social (que no proporciona su nombre) es muy atenta al dirigirse a uno como paciente, pero se torna piedra con nuestros seres queridos cuando llaman por información. Si se logra la comunicación a los números telefónicos proporcionados, que es un triunfo en sí mismo, la respuesta es lacónica y contundente: “Solo le puedo indicar que el paciente está en la cama 8 del sexto nivel de cirugía.”, sentencia que solo incrementa la angustia e incertidumbre.

En mi caso personal, no me puedo quejar de abusos o faltas de respeto, pues, aunque el servicio es malo, la atención –en términos generales– no es mala.[i] Infaltable relatar la anécdota del llamado no tradicional a los enfermeros.  En hospitales de verdad, existe un timbre a un costado para llamarlos. En nuestro caso, el paciente necesitado fue don Julio, quien recién operado y con 74 años, pidió ayuda, pero su voz no fue lo suficientemente fuerte. Luego probó Osiel, mi compañero de Jutiapa, quien gritó más fuerte pero el enfermero siguió brillando por su ausencia.  Finalmente, saqué a relucir mis 30 años de teatro con voz potente y a gritos de los tres, por intervalos, logramos que atendiera el encartado.  La necesidad era porque los dos urinales (para tres hospitalizados), se llenaban muy rápido. Lo lógico hubiese sido que existieran visitas periódicas para ver si los pacientes necesitan algo, pero eso ya sabe a gula.

Cómo olvidar el estruendo que rompió con la tranquilidad de medianoche del jueves 10 para amanecer viernes 11 interrumpiendo nuestro sueño, pues un grupo de enfermeras (incluido el enfermero de marras) se carcajearon al unísono, despertándonos a los tres encamados por hernia, identificados con los números del 7 al 9. De ahí en adelante, reconciliar el sueño fue difícil porque el jolgorio continuó  y la ansiedad por salir de aquel lugar nos inquietaba.

Otro elemento para destacar es cómo varios pacientes sin independencia de movimiento y que requieren cuidados especiales, se bañan solos, sentados en una silla, sin la presencia de un enfermero o enfermera que los auxilie y esté pendiente de cualquier emergencia. Afortunadamente, en mi caso, no necesitaba de esos cuidados, tan solo tenía que estar atento a las permanentes pozas de agua, pues la limpieza periódica de los cuartos contrasta con la de los baños.

Siempre en el tema de limpieza, vi a personal de mantenimiento manipular bolsas de basura sin los guantes de rigor, lo cual, a estas alturas, ya no causa mayor sorpresa. Ni qué decir de la ausencia de caretas en todo el personal. Ya habíamos pasado también por la experiencia de no tener toallas, pues lo que dan son sábanas para secarse así como la suerte o infortunio de contar con una almohada decente, pues a don Julio le tocó una cosa amorfa que parecía cualquier cosa menos almohada. Motivo adicional para hacer de ello, chascarrillos.

Otra nota cómica surgió cuando un médico nos explicaba sobre las dietas necesarias en nuestro caso. En plena exposición estaba cuando volteó a ver nuestros platos de desayuno y la cara le cambió, pues nos comentó que lo que había en las bandejas era todo lo contrario a lo que deberíamos comer. Reímos los tres del cuarto. Por cierto, la alimentación siempre estaba fría, pero con hambre, no hay pan malo.

Llegó el día de salida y uno solo se enfoca en que no haya ninguna dificultad para que lo dejen salir. Es viernes y nos han dicho que después de almuerzo saldremos a las 13 horas. Sigo sin saber qué médico me operó, qué procedimiento exactamente hicieron y por qué ese en particular.  Para hablar con los médicos y paramédicos uno tiene que parecer calilla, aunque sus caras de molestia sean advertidas fácilmente.

La romería de médicos y enfermeras es impresionante. Algunos personajes se repiten y otros cambian. Hablan entre ellos y ellas únicamente, como en lenguas. Cual narrador deportivo, pasan al pie de cada cama con riguroso pero apresurado protocolo; alcanzo a escuchar algo así como: “Paciente José Calderón cama 8, fue sometido a cirugía…” y luego deja uno de entender por la velocidad y palabras técnicas complicadas que usan. Al final pasó un médico y espeta: “Bueno, ahora sí hagan sus preguntas”, cuestión que debió ser advertida un día antes por las enfermeras para que uno se prepare, pues a estas alturas, uno sigue abrumado y con unas ganas locas de abandonar el lugar.

Al fin te sueltan y salgo contento. Me dirijo al elevador y nuevamente cabe Segismundo y medio mundo, chish el distanciamiento social. Me encamino a farmacia y me dan dos medicamentos, de los cuales, no sé nada, pero me meto a San Google y lo resuelvo. Mi próxima cita es el viernes 25 de junio y ahí sabré si todo resultó bien o, por lo menos, va bien.

El humor ayuda mucho y cada limitación la celebré junto a enfermeras y personal administrativo, al mejor estilo de La Vida es Bella de Roberto Benigni.

Al final, me queda un ejercicio de humildad para recordarme lo privilegiado que soy y una bonita experiencia de camaradería con mis dos compañeros de habitación, gente sencilla y afable con la que pasamos muy buenos ratos. Nos enseñamos a reír y la pasamos genial dentro de las carencias e infortunios.

Durante la convalecencia postoperatoria, ninguna llamada ni seguimiento. Días después que no veo mayor mejora, me las ingenio para enviarle fotos de mi cicatriz a un médico amigo, del IGSS precisamente, quien consulta a su vez con otro galeno cirujano del seguro social y me da asesoría técnica.  La orientación general de lavarme con agua y jabón que me dieron al salir contrasta con la nueva orientación de usar Neobol y Sulfaplata en la herida. En 24 horas, todo mejora.

Sorprendentemente, recibo comunicación del IGSS, “preocupados” por mi experiencia y mi columna publicada en la Revista Crónica, la cual por razones de espacio no comentaré aquí. Deseo que el espíritu satírico de mis quejas pueda ayudar a otros y, sobre todo, mejorar la institucionalidad, pues he sido férreo defensor de esta conquista de la Revolución de 1944 y he defendido su autonomía, como cuando se quiso replicar la experiencia chilena de las AFP, Administradoras de Fondos de Pensiones, lo cual no era más que una privatización de la dictadura Pinochetista, lo cual, en la práctica, resultó un fiasco para la clase trabajadora del Sur.

Mal con el IGSS, pero peor sin él. Eso sí, debe mejorar y pronto, pues las capas medias son fácilmente seducibles como pasó en Chile y en las actuales condiciones, sería muy fácil privatizarlo, con las consiguientes implicaciones en contra de los más vulnerables.

Como le dije a la relacionista pública de la zona 6 quien me llamó, estoy en la mejor disposición de aportar, pues en realidad, no se necesitan de las 14 reingenierías que medio en serio, medio en broma mencioné en la primera parte de mi artículo la semana pasada. Empatía y una plataforma de atención y servicio decente, así como una comunicación eficaz y un sistema correctivo puntual y oportuno, no son difíciles de lograr. Incluso, si a tecnología e infraestructura vamos, se debe tomar en cuenta la enorme disponibilidad de fondos con la que cuenta esta institución, sin contar con los más de 40 mil millones de quetzales de deuda del Estado.  

José Alfredo Calderón E.

Historiador y analista político


[i] Atención y servicio son conceptos parecidos pero diferentes. La atención es cómo lo tratan y el servicio es el resultado concreto y efectivo para resolver una necesidad o petición.

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