Nadie piensa que el manejo de una pandemia sea sencillo, ni que vacunar a ocho millones de personas sea pan comido, pero todo se complica si las cosas no se hacen bien.
Gonzalo Marroquín Godoy
La pandemia por covid-19 lleva trece meses en el país –desde 13/3/2020–, y al parecer nos encontramos en medio de una tercera ola, mucho más agresivas que las anteriores, al extremo que los hospitales nacionales –y algunos privados–, están a tope con las camas para atender pacientes con esta enfermedad. El problema evidente es que hemos aprendido poco en el manejo de la crisis.
En las decisiones y actuaciones del Gobierno se encuentran incongruencias, lentitud y desorden, mientras que en la población –en muchos casos confundida–, no existe la conciencia marcada de la importancia que hay de combatir con prevención esta terrible enfermedad, que ya ha cobrado la vida de al menos 7,500 personas, entre un total de 218,000 casos.
El tema de la vacunación –la solución final–, es uno de los más patéticos. Como sucede cuando se habla de salud, educación, pobreza o desnutrición infantil, Guatemala ocupa los últimos lugares en Latinoamérica, algo que nos debe preocupar, porque significa que algo no se ha hecho bien y que más bien las cosas no se han tomado con la debida seriedad.
En efecto, solamente Paraguay, Venezuela tienen menor índice de vacunación y Honduras está como nosotros. Todos los demás países nos superan. A la fecha hay apenas 1,823 personas vacunadas con las dos dosis, aunque han recibido la primera 160,282 personas. El problema es que no se sabe siquiera cuando se recibirán más lotes de vacunas, por parte del sistema Covax, el mismo que el presidente Alejandro Giammattei criticó desde España en ocasión de la Cumbre Iberoamericana, que resultó en realidad un fiasco de reunión, porque solamente se contó con la presencia de dos mandatarios de nuestro continente.
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Una de las situaciones que causa mayor preocupación, es la falta de liderazgo del ministerio de Salud. La titular, María Amalia Flores, muestra buena intención, pero está supeditada a las decisiones del presidente e incluso en la última mesa de coordinación creada con el sector privado, ni siquiera se incluyó a un representante de la cartera responsable de lidiar con la crisis sanitaria.
Y no hay vacunas porque no se han explorado otras vías más allá del Covax. En mi caso, tuve conocimiento de que se podían adquirir vacunas por una vía privada. Se podían obtener de la propia farmacéutica –a un precio apenas superior, pero muy poco–, la cantidad de dosis que se requirieran. Cuando lo supe, no lo podía creer.
Traté de hablar con la ministra para darle la información, pero ni siquiera mostró interés en hablar, ni conmigo ni con las personas que podían asegurar la compra. Eso fue hace unos dos meses.
Luego las incongruencias. El presidente dice: vayan todos a la playa –para Semana Santa– y aumentó el deschongue social. Lógicamente la población percibe en esos mensajes que no hay crisis sanitaria. Ya vemos como estamos ahora. La mayoría de países tomaron medidas restrictivas para el feriado, mientras en Guatemala se fomentaba terminar con el distanciamiento social. Ahora se pagan las consecuencias.
El Salvador vacuna más rápido que nosotros, porque las autoridades son más creativas, agresivas –en el buen sentido de la palabra– y trabajan en una sola dirección.
Muchos guatemaltecos han viajado a Estados Unidos a vacunarse. Aquí ni se ha pensado que hay escuelas y un montón de centros que se usan para elecciones, que pueden servir de centros de vacunación y otro montón de soluciones que están a la vista. Ni siquiera hay facilidad para crear la inscripción de quienes quieren inmunizarse.
En fin. Mal manejo y falta visión, planificación, comunicación asertiva y una campaña de concientización para unificar criterios y caminar, la mayoría, en la dirección correcta.