ENFOQUE: Nuestra maltrecha educación y la pandemia

La educación es el principal camino al desarrollo de un pueblo; con la pandemia, la ya deficiente calidad de la educación pública está en caída libre.

Gonzalo Marroquín Godoy

A finales de 2019, un balance de la calidad educativa en el sector público arrojaba datos alarmantes: apenas el 11% de graduandos alcanzaba el índice internacional adecuado en matemáticas y sólo un 35% lo lograba en el nivel de lectura. En el ciclo básico la situación no es mejor, una muestra clara de las enormes deficiencias.

Cuando hicieron pruebas a los docentes, se encuentra una de las razones para entender por qué la educación es tan mediocre en el sistema público.  Solamente un 50% de los maestros responden correctamente a la capacidad de enseñanza de lectura y tan sólo el 54% de ellos tienen conocimientos de estrategias de enseñanza.

A eso hay que sumar el desastre en logística que mantiene permanentemente el ministerio de Educación, pues no hay año que logren entregar a tiempo los libros para los estudiantes, no se diga mantener cierta calidad en la infraestructura de las escuelas.  Eso sí, año con año, Joviel Acevedo logra que haya un aumento a los maestros, sin que el mismo tenga que ver con la calidad educativa.

Es decir que, antes de la pandemia, la calidad de educación que el Estado brindaba a niños y jóvenes era de muy mala calidad –por no decir ¡pésima!–.  ¿Qué ha pasado durante los años 2020 y 2021? Pues mucho me temo que la situación ha empeorado de manera alarmante.

Guatemala es uno de los países más retrasados en Latinoamérica en cuanto a conectividad de los estudiantes a internet –prácticamente inexistente en el sector público–, lo que significa que los estudiantes no han tenido esa herramienta durante los dos años y entonces las clases deben ser a distancia, es decir, de la peor calidad posible.

Veamos las deficiencias durante estos dos años: los libros de estudio del 2020 se entregaron hasta el último trimestre del año y lo mismo sucederá en el 2021; los maestros ya eran malo en cursos normales, seguramente la mayoría son inútiles para responder a una educación como la que debieran estar dando; Guatemala no puede usar la televisión, ni la radio para los cursos a distancia; y no hay ni siquiera control sobre la deserción escolar, que seguramente ha sido muy alta.

Es decir, que si nuestra niñez y juventud ya tenía un hándicap por la mala educación que recibe, ahora esa desventaja será mayor y, por ende, Guatemala será un país aún menos competitivo.

La fórmula de nuestra educación pública es terrible.  Veamos: mal sistema educativo; maestros mediocres –la mayoría–; autoridades que no velan por la puntual entrega de los libros de estudio; cero conectividad a internet y acceso a tecnología informática; las frecuencias de radio y televisión no se usan para educar; directores de escuelas ineptos; y un sindicato que solamente se preocupa por firmar jugosos pactos colectivos a cambio de favores políticos para el Gobierno. Todo eso no puede más que traducirse en un resultado frustrante: ¡Pésima educación!

Unicef ha anticipado que lo que sucede en los países que, como Guatemala, no están a la altura de la emergencia por el covid-19, se verán rezagados en su competitividad, tomando en cuenta las abismales deficiencias.  Ya estábamos mal en educación pública, pero ahora estamos todavía más lejos de los países avanzados.

De esto se habla y se dice poco, pero no es difícil saber cómo estamos.  Sólo hay que hablar con un padre de familia que tenga a sus hijos en un instituto público o escuela.  Es patético lo que se escucha. Haga la prueba apreciado lector, verá que no miento…