Se debe recordar un axioma en el ambiente político-electoral: Nadie que no tenga al menos el 70% de conocimiento público gana una elección. Algunos candidatos saben esto, pero los 5 minutos de fama que dan las aldeanas elecciones, es lo más que alcanzarán en su paso por este bello paisaje. |
José Alfredo Calderón
Historiador y analista político
Muchas personas aún se sorprenden de la campaña electoral anticipada en redes, como si no estuvieran al tanto de lo que siempre pasa en este paraje de sueños truncados. El proceso de cooptación del Estado lleva varios años desde el gobierno del Partido Patriota, pasando por el arlequín Morales y el actual. No es casualidad que, iniciando el nuevo gobierno, y contando con solo 17 diputados, lograran ganar la Junta Directiva del Congreso, para luego enfocar toda su atención en el Tribunal Supremo Electoral.
Se puede acusar de corruptos y cínicos a los operadores de los últimos tres gobiernos, pero nunca de poco previsores. Ellos ya diseñaron los posibles escenarios para 2023 y 2027 y con un TSE a su medida, los resultados prometen sonreírles – en perjuicio, claro– de los intereses nacionales.
Ya he repetido hasta la saciedad que las masas no cuentan porque subsisten dentro del desamparo de su propia precariedad, mientras las élites, por su propia naturaleza espuria, no moverán un dedo para cambiar el statu quo que tantos privilegios les ha dado. Quedan entonces la pequeña burguesía y las heterogéneas y dispersas capas medias, las cuales, muy rara vez hacen causa común con los intereses populares.
La escasa porción de ciudadanía que tiene cierto grado de entendimiento sobre la gravedad de la situación debería estarse preguntando sobre las estrategias para contrarrestar esta ola neofascista que logró cooptar, ahora sí, en un 99%, este Estado famélico y profundamente corrompido. Sin embargo, las historias sobre Pepe Le Pew y Bad Bunnyparecen consumirgran parte de su tiempo.
Cuando de política se trata, ya no se está preguntando sobre la truncada segunda ola de reformas a la Ley Electoral y de Partidos Políticos –LEPP– o cuáles debieran ser las acciones para evitar más Jimmys y Giammatteis en los próximos comicios de 2023. En cambio, lo que hay, es una rendición manifiesta al cambio y las preguntas se reducen a conocer a los gallos de la contienda siguiente, pues ya solo dos años faltan para otra edición de lo mismo.
Las interrogantes giran en torno a la curiosidad de cuántos y quiénes disputarán la carrera vertiginosa al Guacamolón. La respuesta es obvia pero la inquietud se manifiesta fuerte ante nuestra carente memoria. Todos los que fracasaron en 2019 ya alistan reciclajes, nuevos colores, reediciones de discursos gastados, “nuevos” partidos o los mismos “pero con nueva administración”. Los que jugaron en las líneas intermedias desde lo local, ahora aspiran al premio mayor porque según ellos ya les toca. Unos y otros, sin diferencias mayores más allá de lo que pueda lograr un marketing pueblerino y barato.
Haré un breve repaso general por lo que hubo y seguramente habrá. De entrada, les digo que no se preocupen por la tendencia, naturaleza y caracterización de cada cascarón autodenominado partido político, pues todos son lo mismo y no encontrará proyecto, programa ideológico ni ningún otro signo cualitativo que los diferencie.
Muy posiblemente las élites no tengan, de nuevo, un candidato único. Las pugnas interelitarias se manifestarán nuevamente y cada fracción del capital apostará a sus gallos. La historia política dentro de la llamada apertura democrática (1985 en adelante) solo registra dos elecciones con candidatos unificados en torno a las élites: Álvaro Arzú en 1995 y Oscar Berger en 2003. En el resto, el capital emergente, el corporativo o transnacional y el oligárquico, optan por sus candidatos predilectos, aunque al final, en segunda vuelta, deban apoyar SIEMPRE al más conservador.
Los candidatos pasados que cumplen con este requisito son: Sandra Torres, Zury Ríos y Thelma Aldana. Una agresiva campaña de mercadeo político podría llevar a algunos a ese ansiado pero difícil 70%: Roberto Arzú y Edmond Mulet. Pero ojo, hay candidatos emergentes que cumplen con esta condición: Neto Bran es el caso paradigmático: reelecto alcalde en Mixco, su histrionismo barato le ha valido mantenerse en el top of mind del respetable público votante.
Entre los “enanitos” volveremos a ver a Julio Héctor Estrada de CREO, Luis Velásquez (en cualquier micro partido) Manfredo Marroquín (dependerá del apoyo de sociedad civil) Manuel Villacorta (en cualquier partido dada su flexibilidad) y, en el caso de Isaac Farchi, si bien era de los favoritos de parte de las élites más conservadoras, sus magros resultados lo sacan del ring. Además, VIVA que fue la plataforma que lo apoyó en 2019, es muy cercana a Zury Ríos y no sería muy inteligente dividir el voto de la extrema derecha. Por cierto, la casada por enésima vez ya tiene dos alfiles fundamentales en la Corte de Constitucionalidad: Roberto Molina Barreto y Luis Rosales y 7 comparsas más que asumen el 14 de abril próximo y que se unirán fácilmente para logar que la encartada pueda violar la Constitución Política de la República y participar, como ya lo hizo una vez.
De la izquierda solo podemos mencionar a Thelma Cabrera, un caso especial, porque sus votos son muy personales como lo demostraron los resultados con una sola diputada de 160 y cero alcaldes en la última contienda para el Movimiento para la Liberación de los Pueblos –MLP–. En estas condiciones, sería como “el achiote en el arroz”, como dijera el gran Mario Monteforte Toledo respecto a Mario Solórzano Martínez, como el único ministro progresista del gabinete del gobierno de Serrano.
Respecto del resto de competidores de las últimas elecciones, unos están en la cárcel, otros están perseguidos y otros no entusiasman ni a su propia familia. Conforme surjan nuevos caballitos en el carrusel, les iré contando.