Todo se conecta, desde el modelo económico y la estructura desigual que genera, hasta los imaginarios que promueven la invisibilidad del problema de la violencia contra la mujer y, lo que es peor, su normalización y aceptabilidad como algo que ocurre comúnmente y que seguirá ocurriendo. |
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político
Las tres primeras semanas de enero asistimos a una ola de terror contra las mujeres que hubiera paralizado a cualquier país pequeño, mediano o grande, pero ya hemos comprobado hasta la saciedad que este bello paisaje no llega a país y las demostraciones de asco, horror, exasperación y rabia, se han limitado a manifestaciones individuales y algunas grupales en redes sociales, normalmente provenientes del mundo femenino, como si el fenómeno no debiera de preocuparnos a los varones, principales reproductores de un sistema patriarcal, machista y sexista; pero fundamentalmente, consumidores de un concepto de mujer como mercancía[i]. De eso y muchas cosas hablé el último domingo con mi hija radicada en Berlín, mientras sus lágrimas me carcomían la conciencia y estrujaban mi corazón. Hoy escribo desde mi sensibilidad de padre y mi responsabilidad de varón comprometido con el amor y la justicia, y desde mi reconocimiento filial de haber sido educado y amado por una madre generosa.
Ya he mencionado en muchas ocasiones cómo la violencia intrafamiliar en general y en contra de la mujer en particular, es un problema invisible que no sale reflejado en las encuestas sobre percepción de la violencia, de la cual solo se habla como fenómeno general que afecta a todos. Aún en las encuestas más generales, a la pregunta ¿cuál es el principal problema del país? La gente suele contestar que la inseguridad y la violencia. Cuando la pregunta se enfoca en el ámbito personal y familiar: ¿cuál es el principal problema que le afecta a usted y su familia? La respuesta se encamina a lo económico en primer lugar: falta de empleo, carestía de la vida, carencia de oportunidades, alto costo de la vida y otras cuestiones relacionadas al mundo económico-financiero.
He insistido que lo que no se menciona, no existe. De esta cuenta, este es el primer aporte metodológico para un abordaje científico y prioritario de la violencia contra la mujer. Se debe hablar abiertamente del flagelo, discutir en torno a él y obligar a que esté presente en la agenda nacional y la opinión pública, que no por masiva refleja la realidad, ni por pública refleja necesariamente la verdad.
Todos sabemos, aunque no lo mencionamos, que la violencia intrafamiliar es el principal problema como fuente reproductora de prácticas violentas. Generalmente, toda persona que la ejerce tuvo un hogar donde la aprendió. Pocos tienen la capacidad de romper el círculo, desaprender y adoptar un imaginario y conducta diferente con relación a la mujer y los niños.
Varias explicaciones surgen, como la de Adriana Quiñones, representante de ONU Mujeres Guatemala, quien resaltó que el aumento de violencia contra las mujeres era previsible, porque desde el confinamiento por la pandemia se observó un incremento en las denuncias, aunque muchas víctimas no se quejaban porque no contaban con mecanismos y no tenían a donde acudir para pedir auxilio[ii].
Por su parte, Mirna Santos, presidenta de la Asociación de Psiquiatras de Guatemala, indicó que la violencia contra las mujeres está asociada con el confinamiento, pérdida de ingresos o empleo, incremento de gastos cuando se tienen niños y la continuidad en el exceso del consumo de alcohol u otras sustancias luego de las fiestas de fin de año. “Durante el toque de queda se interrumpió una rutina: muchos hombres e inclusive mujeres tenían una doble vida, en el trabajo tenían una pareja y un ambiente donde distraerse, y al quedarse encerrados no se contaba con ese mecanismo para liberar esa energía, y fue una época en la cual hubo muchos divorcios, peleas y reconciliaciones”[iii]. Pero explicar una arista del problema no lo resuelve. El abordaje debe ser multi y transdisciplinario, integral y radical.
Un segundo aporte se refiere a estudiar, entender y comprender apropiadamente el fenómeno, desde su integralidad y diversidad, así como desde su carácter estructural e histórico, lo cual genera una dinámica que impacta a todos los ámbitos del quehacer humano. Debe descartarse el morbo de los consumidores de noticias, principal insumo que alimenta la industria de noticias y el mundo posmoderno que las envuelve. Vende lo escandaloso, pero eso no provoca indignación sino asombro y algún malestar, el cual, en la mayoría de los casos, es temporal y superficial.
La violencia es esencialmente estructural e históricamente enraizada en grupos vulnerables y vulnerabilizados[iv] lo cual genera una variedad de manifestaciones: violencia física, sexual, patrimonial, psicológica y otras, ya sea en forma material y/o simbólica.
Desde la desigualdad política (quien o quienes deciden), de la desigualdad económica (quien o quienes mandan) y de la desigualdad social (quien o quienes abusan desde su privilegio), surge un triángulo de poder con su respectivo imaginario social perverso que lo justifica y promueve, provocando una interminable cadena de violencias. El patrono regaña y hasta golpea al trabajador y, en los casos de mujeres, se agrega el abuso sexual. El patrón o patrona de casa particular, abusa de la empleada de diversas formas, el varón y sus hijos desde lo sexual y la señora de la casa encuentra en ella el descargo de sus frustraciones. El politiquero abusa de los empleados a su cargo y de los que, por razones de influencia política, puede amedrentar con quitarles el trabajo. La cadena de abusos sigue siendo interminable: del profesor sobre el alumno y, sobre todo, la alumna; del rentista (o intermediario) al inquilino/a; del ladino/mestizo sobre el indígena, del de la ciudad respecto al del campo, del “estudiado” en contra del que no lo es; del que vive o se viste mejor con relación al más precario. La violencia como ya dije no siempre es material, sino simbólica e incluso mixta, siendo el mejor ejemplo las iglesias: de la violencia simbólica extorsiva de las iglesias protestantes, se pasa con facilidad al abuso y agresión sexual de sus fieles, aprovechándose del hecho que el fenómeno es menos conocido con respecto a los católicos, que hacen lo propio, mediante los cada vez más conocidos y abundantes casos de pedofilia, aunque lo económico no asuma tanta importancia de este lado del espectro religioso.
Lo que quiero inferir y dejar sentado, para un abordaje científico y urgente de las violencias, es que el carácter estructural e histórico es la base primigenia de todas las violencias y, por ende, la causa fundamental a combatir, de lo contrario, seguiremos atacando los efectos y el sistema se mantendrá incólume. Todo se conecta, desde el modelo económico y la estructura desigual que genera, hasta los imaginarios que promueven la invisibilidad del problema de la violencia contra la mujer y, lo que es peor, su normalización y aceptabilidad como algo que ocurre comúnmente, que seguirá ocurriendo y que igual pasa en todo el mundo.
El tercer aporte metodológico para el abordaje de la violencia contra la mujer se relaciona con lo cultural e ideológico, que es la amalgama que cohesiona todo este edificio social de perversiones que minimizan la violencia y sus efectos. Se debe romper con la justificación de cualquier tipo de violencia y, por supuesto, con su normalización. Se debe romper con la idea mercantil de la mujer como cosa, producto, propiedad, deseo, medio, instrumento o unidimensionalidad desde lo sensual.
El Estado, los medios de comunicación, las agencias publicitarias, las iglesias, la familia como institución, por medio de sus integrantes y operadores, DEBEN CAMBIAR y de ese cambio crecería una cultura de denuncia, pues quien no lo hace, se convierte en cómplice del victimario. Pero desde lo individual también hay responsabilidades, no reproduciendo chistes o memes con contenido machista, sexista y patriarcal, lo cual no hace sino reforzar la violencia; o bien acompañando las luchas feministas desde el enfoque que las compañeras nos brinden y no desde nuestras propias y afectadas percepciones. También existen micro acciones que no resuelven, pero ayudan mucho, sobre todo, en el sentido de la solidaridad hacia compañeras, amigas, colegas, familiares, vecinas y parejas.
El Estado y todos los actores mencionados: ¿lo harán por sí solos? Seguramente no, por lo que el papel de una nueva masculinidad consciente y comprometida debe hacer causa común con las mujeres, para presionar al Estado y desterrar la misoginia, el sexismo, el machismo y otras prácticas que, aunque no se inscriban estrictamente en contra de las mujeres, ayudan sutilmente a reproducir micromachismos.
Hablar del problema y visualizarlo, darle existencia real es lo primero. Luego estudiar el fenómeno en toda su dimensión y causalidades. Finalmente, un combate consciente contra la cultura machista y todo su imaginario y prácticas culturales, promoviendo un nuevo concepto y práctica de masculinidad.
A las mujeres no les sirven las expresiones moralistas del buenismo, que va desde el “pobrecitas” al “qué barbaridad”; tampoco necesitan de los cambios gatopardistas desde lo jurídico, criminológico, mediático, psicológico, que si bien útiles, no resuelven por sí solos el problema.
Urge una pronta acción, todas y todos unidos, para construir una realidad diferente. Cada mujer asesinada nos debería cimbrar y estremecer hasta los huesos e impedirnos el sueño, de tal forma, que PARAR la violencia contra la mujer sea la prioridad de cualquier agenda que los varones apoyemos.
[i] Basta observar el inconmensurable tráfico de pornografía vía celulares “inteligentes”.
[ii] https://www.prensalibre.com/guatemala/justicia/por-que-aumento-la-violencia-contra-las-mujeres-y-por-que-son-mas-cruentos-los-crimenes-segun-las-expertas/
[iii] Idem.
[iv] Las personas y grupos que son vulnerables producto de la desigualdad social y económica, sufren también la estigmatización de su condición por motivos raciales, económicos, de sexo, condición académica o sociocultural y status económico, lo cual, los vulnerabiliza más.