Este fragmento del poema del escritor español Antonio Machado (1875-1939), puede aplicarse al esfuerzo de vida que ha librado la activista Norma Angélica Cruz Córdoba, quien se atrevió a desafiar la impunidad imperante en el sistema judicial de Guatemala, –particularmente en los casos de abusos contra mujeres y niñas– con el fin de clamar justicia.
Cuando no existía en el país una Comisión Internacional Contra la Impunidad (CICIG), tiempo en el que pocas voces se levantaban para demandar el fiel cumplimiento de las leyes y el justo castigo para quienes las violan, Norma Cruz inició una virtual cruzada en solitario, en defensa de los abusos a mujeres, y arremetió contra el muro de impunidad construido en los tribunales, en donde ha sido difícil que la justicia se imparta con equidad, mucho menos en casos en los que una de las partes tiene poder o influencia.
Ella sufrió en el seno de su familia un caso de abuso sexual (1999), y pronto comprobó por experiencia propia el calvario que muchas víctimas deben enfrentar cuando comparecen ante el juez, quien, además, termina siendo, en ocasiones, nuevo victimario de los derechos de las mujeres que han sufrido de abuso.
Derivado de esa frustración que sufrió en tribunales, en 2003 decide la creación de la Fundación Sobrevivientes, enfocada, precisamente, en brindar ayuda a las mujeres abusadas, sin importar su condición social. Desde entonces la fundación atiende entre 1,500 a 2,000 casos por año, y ha logrado cerca de 3,000 sentencias condenatorias.
La fundación ha crecido y tiene representación en varios departamentos del país, tomando en cuenta que muchas veces se reportan abusos contra mujeres indígenas que no tienen el conocimiento legal ni los recursos para llevar sus casos a tribunales y exigir sus derechos.
La sola presencia de Norma Cruz en un proceso judicial por abuso sexual, trata de personas, o cualquier figura delictiva por feminicidio, es garantía para las víctimas, puesto que implica que su voz será escuchada adecuadamente, que contará con asistencia legal y que los juzgadores no podrán actuar al margen de la ética.
Es pertinente señalar que ella ha realizado importantes aportes en diversas leyes aprobadas en los últimos años por el Congreso de la República, entre ellas: la Ley de Adopciones – que detuvo los abusos que se hacían con la comercialización de niños–, la Ley de Femicidio, la Ley Contra la Explotación Sexual y Trata de Personas, además de ser la principal impulsadora del exitoso programa Alba-Kenet, que procura, por medio de una alerta temprana, impedir que desparezcan niños y niñas.
Norma Cruz ahora padece una enfermedad que la obliga a un retiro parcial en la conducción de la Fundación, pero será su hija, Claudia María Hernández Cruz, quien seguirá los pasos de su madre. La activista, sin embargo, no se retira del todo, y continuará, mientras su salud se lo permita, asesorando y participando en algunos de los juicios.
Esta mujer de gran coraje se ha convertido en auténtico símbolo de la lucha por la justicia en la torre de tribunales. Jueces, magistrados y empleados de tribunales la respetan y admiran, por más que a muchos de ellos los haya señalado en determinados procesos. Ella ha demostrado que no se debe claudicar en los juicios, aunque estos se compliquen, como ha ocurrido con el emblemático Caso Siekavizza, en el que también a intercedido.
Son miles las mujeres y familias que muestran gratitud hacia Norma Cruz y su Fundación, por haber recibido un apoyo que, de otra manera, jamás hubiesen tenido.
Ahora que tanto se alaba la lucha contra la impunidad que libran el MP y la CICIG, es válido decir que Norma Cruz hizo camino al andar en la lucha contra la impunidad; y lo hizo sola, sin el respaldo de una institución como las mencionadas. Eso demuestra la entereza y gran corazón de esta guatemalteca ejemplar.