Muere Hosni Mubarak, el déspota caído con fama de corrupto

Hosni Mubarak paseó su silueta baja y fornida y sus gafas negras durante 30 años por la escena internacional, pero la historia recordará al expresidente egipcio -derrocado durante la Primavera Árabe- como el dirigente de un régimen corrupto.

Fallecido este martes a los 91 años, el exjefe de Estado se vio obligado a dimitir ante el alzamiento popular de 2011, mientras que se había convertido en uno de los dirigentes africanos con más tiempo en el cargo.

Hosni Mubarak era vicepresidente de su país el 6 de octubre de 1981, cuando su destino dio un giro. Vestido de uniforme junto a Anuar el Sadat durante un desfile militar, escapa a las balas de los islamistas que apuntaban contra el presidente egipcio, artífice de un acuerdo de paz con Israel firmado dos años antes. 

Levemente herido durante el atentado, el expiloto militar, conocido por su salud de hierro y su estilo de vida austero, sustituye al presidente, asesinado. Durante su vida, escaparía a seis intentos de asesinato más.

Permaneció tres décadas al frente de su país, durante las cuales el estado de emergencia siempre se mantuvo en vigor.

«La historia me juzgará»

Mucho antes de su caída, sus detractores le recriminaban que era un corrupto, que le faltaba carisma y que no supo poner en marcha las reformas necesarias. 

«Tenía esa imagen de personaje corrupto por las actividades de sus hijos y sus vínculos con los empresarios del país», explica Mostafa Kamel el Sayyed, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de El Cairo, aludiendo a los turbulentos negocios de los dos hijos del mandatario, Alaa y Gamal.

Después de ser derrocado, el presidente tuvo que responder a una serie de acusaciones de corrupción. Tanto él como sus dos hijos fueron condenados a tres años de cárcel por el desvío de unos 10 millones de euros.

Sin embargo, «la economía tuvo una tasa de crecimiento respetable» durante los años de Mubarak, matizó El Sayyed, quien precisó que su mandato estuvo marcado por «un cierto grado de libertad de expresión, con televisiones independientes y diarios opositores» que fueron autorizados por la presión de Estados Unidos, firme aliado del país.

Hasta el último momento, el presidente defendió su balance: el 1 de febrero de 2011, en pleno levantamiento popular -que acabó por precipitar su caída- declaró que «este país, yo lo he vivido, he hecho la guerra por él y la historia me juzgará». 

Y aunque se trataba de un líder pragmático y con fama de campechano, pronto acabó siendo percibido como alguien orgulloso y alejado del pueblo, que se apoyaba en un temible aparato policial y un sistema político dominado por un partido único a su servicio.

En un contexto de sospechas de fraude, se celebraron elecciones. En 2005, salió vencedor y su principal opositor, Ayman Nur, fue encarcelado.

Pese a su oposición férrea al islamismo radical inspirado en Al Qaida, no logró impedir el fortalecimiento de un islam tradicionalista inspirado por el influyente movimiento de los Hermanos Musulmanes.

Pilar moderado

En política exterior, Mubarak se mantuvo siempre como alguien abiertamente proestadounidense, y preservó el acuerdo de paz con Israel contra viento y marea. Se impuso como una figura familiar en las reuniones internacionales e hizo de su país un pilar moderado dentro del mundo árabe.

Nacido el 4 de mayo de 1928 en una familia de la pequeña burguesía rural del delta del Nilo, Mohamed Hosni Mubarak escaló puestos en la jerarquía militar hasta llegar a comandante en jefe de la Fuerza Aérea y fue nombrado vicepresidente en abril de 1975.

Su esposa, Suzanne, dejó su huella en la presidencia al intervenir en el ámbito de las desigualdades entre hombres y mujeres e hizo que su marido pareciera alguien moderno. 

El otrora autócrata, que pretendía pasarle el relevo a su hijo Gamal (algo que enfadó enormemente a los egipcios), finalmente fue destronado por la Primavera Árabe. 

En sus últimos años, aparecía enfermo frente al tribunal, transportado en camilla dentro de una jaula metálica. Su salud dio lugar a múltiples rumores, difundidos por los medios y las redes sociales, sobre si estaba aquejado de depresión aguda, cáncer, un accidente cardiovascular o problemas respiratorios. 

Se convirtió en el primer presidente egipcio en ser procesado, y no fue autorizado a abandonar el hospital militar en el que estaba detenido hasta marzo de 2017. Había sido condenado a cadena perpetua, pero al final fue absuelto, por complicidad en la muerte de 846 manifestantes durante la revuelta. 

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