Hace un año se produce el despertar ciudadano. Se deja atrás la indiferencia y miedos para alzar la voz contra la corrupción, impunidad y la clase política, desde La Plaza. Hay exgobernantes en prisión, pero también estancamiento en el quehacer político. Se siente de nuevo la necesidad de enviar mensajes a las autoridades para construir un mejor país. ¿Volverá La Plaza?
Redacción de Crónica
Con un gobierno débil y opaco, que está por cumplir cien días en el poder, y un Congreso que vuelve a las andadas en actos de corrupción se recuerda con cierta nostalgia que hace un año principiaba a gestarse el movimiento #Renuncia Ya, que llenó por primeramera vez la Plaza Central el 25 de abril y continuó así por cuatro meses para exigir el fin de la corrupción, la impunidad y repudiar a la clase política.
Ese despertar ciudadano, que no se había visto en los 30 años de democracia, logró la renuncia de los exgobernantes Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, ahora en prisión preventiva, sindicados de actos de corrupción.
Esas manifestaciones masivas constantes y pacíficas, que se congregaron sábado a sábado en la Plaza de la Constitución, también hicieron que el Organismo Judicial (OJ) empezara a actuar con independencia en casos de alto impacto.
A un año de ese movimiento histórico, todo parece indicar que no fue suficiente, porque la clase política no ha cambiado —incluso ahora pretende el engaño de una reforma a la Ley Electoral y de Partidos Políticos que les permite continuar sin grandes cambios—, y las viejas prácticas afloran poco a poco en los poderes del Estado, particularmente el Ejecutivo y el Legislativo, envuelto este último en nuevos escándalos vergonzosos.
Esas exigencias de cambio y de poner fin al saqueo del Estado fueron bien aprovechadas por el candidato presidencial —ahora gobernante— , Jimmy Morales, para venderse como un político diferente que ofrecía transparencia y lucha contra la corrupción. Le bastó con presentarse como Ni corrupto, ni ladrón, para alcanzar el doble triunfo en las urnas.
Sin embargo, cuando está por cumplir cien días en el poder, no ha demostrado voluntad política para transparentar su gestión y su actuar al frente del Ejecutivo ha sido el mismo de la vieja clase política, que la población rechazó masivamente tanto en La Plaza como en las votaciones para el cargo de Presidente de la Nación.
El comportamiento de los diputados del Congreso de la República tampoco evidencia un cambio. Y los mayores escándalos los ha protagonizado la bancada del partido que llevó al poder a Morales: el Frente de Convergencia Nacional (FCN-Nación), nutrido por el transfuguismo.
La bandada oficial, que empezó con 11 parlamentarios, se ha convertido en el mayor promotor y receptor de tránsfugas en el Legislativo, a tal punto de ser actualmente la principal fuerza política con 36 diputados.
A ello se suma la romería de diputados al ministerio de Salud, que tiene el objetivo de sugerirle nombres para plazas al titular de esa cartera, Alfonso Cabrera, y las coacciones a las que están siendo sometidos los Gobernadores departamentales por diputados oficialistas, para que les otorguen empleo a amigos y les cedan el control de los presupuestos de los Consejos Departamentales de Desarrollo.
Las presiones han llegado, incluso, a la humillación y a insultos racistas, un ejemplo de ello es la denuncia presentada ante el Ministerio Público (MP) por la gobernadora de Alta Verapaz, Estela Ventura, contra cuatro diputados del FCN-Nación.
En voz de la ciudadanía
Existe en la ciudadanía, a un año de las históricas y masivas movilizaciones, según se infiere en las redes sociales y de lo expresado por ciudadanos que participaron en las manifestaciones, sentimientos que van desde la satisfacción por lo logrado hasta la frustración y sensación de que todo fue insuficiente. Así como de la necesidad de volver a unirse y salir nuevamente a manifestar para depurar a los diputados al Legislativo e impulsar las reformas que el Estado necesita para lograr el desarrollo social.
De esa cuenta, están aquellos que creen que el movimiento cumplió con su propósito de lograr la renuncia de Pérez Molina y Baldetti, luego de que saliera a luz una investigación de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) y el MP, que evidenciaba la existencia de una red de defraudación aduanera integrada por altos funcionarios de gobierno y de la cual posteriormente se determinó que era dirigida por el entonces binomio presidencial.
También están aquellos que consideran que la población se percató de que su voz cuenta y que se logró que la justicia actuara de manera independiente y se respetaran los derechos ciudadanos.
Otros se sienten frustrados porque los cambios que la nación necesita están estancados, porque ahora se dan cuenta cuán enraizada estaba la podredumbre y la corrupción, puesto que los políticos están volviendo nuevamente al abuso de poder y privilegiar los intereses personales o de partido y las prácticas corruptas. En este sentido, no ven una luz al final del túnel; en conclusión, creen que el esfuerzo fue insuficiente y que solo se limpió un poco el aparato estatal.
Existe, entre otros, cierto lamento por la apatía de la población de salir nuevamente a las calles y porque ese despertar ciudadano se haya diluido. Entre ellos, priva la certidumbre de que hacen falta nuevos líderes que aglutinen a todos los sectores sociales, y que prendan nuevamente la mecha de la inconformidad y la demanda, para que se hagan los cambios que el país necesita. Mientras ellos no surjan, dicen, todo seguirá igual.
A pesar de los diversos sentimientos, que existen entre los ciudadanos a un año del inicio de las históricas manifestaciones, hay uno en común, que empieza a ganar terreno nuevamente.
Este es, la necesidad de salir nuevamente a las calles y tomar la Plaza de la Constitución para expresar otra vez, a una sola voz, el repudio y castigo de la clase política corrupta. Existe, hasta el momento, el consenso de que las baterías se deben enfocar esta vez en el Congreso de la República, el cual es necesario depurar.
Al respecto, un 90 por ciento de internautas encuestados, en las redes sociales de la revista Crónica, considera que es hora de que la ciudadanía regrese a las calles para expresar su repudio a la clase política tradicional y demandar acciones concretas contra los corruptos. El restante 10 por ciento, por el contrario, considera que no se debe hacer.
Un buen paso, pero…
Las manifestaciones que se dieron el año pasado en contra de la corrupción y las prácticas de la clase política tradicional han sido catalogadas de satisfactorias a victoriosas; aunque, también se reconoce que fueron insuficientes y que se debe seguir exigiendo un cambio al sistema de partidos políticos.
Bernardo Silva, se encadenó en mayo del año pasado a las puertas del Palacio Nacional de la Cultura y se mantuvo en huelga de hambre para exigir la renuncia de Baldetti y Pérez Molina.
Ahora, un año después, considera que las protestas masivas y espontáneas del 2015 fueron exitosas pero no suficientes para desbaratar el sistema político corrupto.
Los resultados de las manifestaciones del año pasado no han sido suficientes para cambiar el sistema político, lo que ocurrió fue solo una muestra de lo que somos capaces de hacer cuando comprendemos que el poder radica en el pueblo, afirma Silva.
La lucha ahora debe ser no contra algunas personas, como ocurrió el año pasado al pedir la renuncia del binomio presidencial, sino contra una mafia politiquera que no responde a ningún interés del pueblo y que es, sobre todo, el sistema mafioso que se tiene actualmente en el Congreso de la República, agrega Silva.
Sin embargo, también se reconoce que existe la falta de un liderazgo para poder presionar los cambios que necesita el sistema de partidos políticos, para que no se repita lo que sucedió en las elecciones pasadas, en las cuales se logró sacar a un grupo de parlamentarios cuestionados, pero ya hay otro en esas curules, así como en ministerios y secretarias.
Al respecto, el sociólogo guatemalteco e investigador de la Universidad de Puebla, en México, Carlos Figueroa Ibarra, asegura: Más que un liderazgo personal, que tiene sus desventajas, lo que habría que esperar es que un grupo de personas pueda posicionarse en la opinión pública con actitudes sustentadas y conocedoras sobre el Estado y sus posibilidades reales de transformación y lo que se necesita; como por ejemplo, las reformas del Estado, además, el grupo debe poseer la capacidad y opción de entenderse organizativamente con la sociedad.
Si eso sucede, concluye, podría darse la posibilidad de ir construyendo un sujeto político de la transformación que Guatemala necesita como profundas reformas en el Estado, en la política, en la democracia, en el sistema de partidos políticos caracterizados por uno de los mayores transfuguismos parlamentarios y políticos de toda América Latina.
Mientras que Oswaldo Ochoa, otro de los miles de personas que rompieron el miedo y la indiferencia y salieron a las calles a manifestar contra los abusos de la clase política tradicional. Se destacó, porque para expresar su repudio y exigir un cambio, caminó arropado por la bandera nacional, desde Quetzaltenango, donde reside, hasta la ciudad capital. Por ello es conocido como El caminante.
Para él, se cumplió con el objetivo de que se llevara a la cárcel y se persiguiera penalmente a los exmandatarios. Pero destaca que el trabajo de la ciudadanía aún no ha terminado, porque aún faltan cambios que deben concretarse y por eso se debe seguir presionando a las autoridades que nos gobiernan.
Se debe continuar con esa acción para poder darle el toque de gracia al sistema político y lograr cambios ante el Estado tan enfermizo que tenemos, resaltó Ochoa.
En tanto que el sociólogo y analista político, Virgilio Álvarez, analiza el por qué los cambios políticos que la nación necesita se estancaron.
Al no haber unidad de acción entre la clase media que protestó espontáneamente y el movimiento sindical de trabajadores del Estado, de Salud y Educación, que dijeron —no estamos en este proceso—, entonces no hubo la posibilidad de un movimiento nacional que pusieran en cuestión el sistema, ni siquiera el político-corrupto, sostiene Álvarez.
Luego expone que esa coyuntura también influyó en las elecciones generales del año pasado en donde se castigó a candidatos considerados como políticos tradicionales y se votó por el ahora mandatario Morales, porque se consideró erróneamente que era diferente, y eso trajo como consecuencia, lo que se ve ahora, no cambiar absolutamente nada y la corrupción en el partido de gobierno es evidente, así como el manejo de la cosa pública, donde la corrupción se ha vuelto más que evidente.
Nunca se puede saber cuánto puede aguantar un pueblo ni cuándo estallará de nuevo, pero La Plaza, que por ahora está vacía, podría llenarse en cualquier momento.