2016 se escurre sin resultados

Gonzalo Marroquin

ENFOQUE: 


Muy poco o nada positivo nos está dejando a los guatemaltecos el 2016. Si bien no había demasiado fundamento para tener viva la esperanza de cambio —sobre todo en materia política—, siempre es difícil principiar cualquier etapa de la vida sin algún buen sentimiento, pensamiento, o deseo, porque, en el fondo, siempre queremos algo mejor para nosotros, nuestra familia y el país.

El 2015 fue el año del destape, cuando finalmente el brazo de la justicia principió a desbaratar algunas de las estructuras criminales que, con el paso de los gobiernos, se han ido enraizando en el Estado, hasta convertirlo en el botín al que la clase política desea acceder para enriquecerse. Aquel ya cada vez más lejano movimiento ciudadano, así como la intervención efectiva de la CICIG y el MP crearon mucha expectativa y ¿por qué no decirlo?, fue el brote de una esperanza natural, que sin embargo se ha ido diluyendo poco a poco, paso a paso.

Aquella elección de Jimmy Morales y FCN-Nación, que para algunos supuso el inicio del cambio, se convirtió demasiado pronto en más de lo mismo. Aún resonaban frases como ni corrupto ni ladrón, o nunca aceptaremos tránsfugas, cuando el partido oficial inicia la compra de voluntades de diputados y se nutre del mayor movimiento tránsfuga que se ha visto en las diferentes legislaciones.

Por si quedaran dudas sobre la forma en que persisten las viejas mañas de la vieja política, se cierra el año con la manoseada que hace el propio Presidente, de la elección de Junta Directiva del Congreso. Grotesca, frustrante.  Confirma que de cambios de fondo… ¡nada!

La cosa sigue igual entonces. Hasta la fecha se habla de promover transparencia y de hacer las cosas de manera distinta, pero se hacen igual, al extremo de que no se ha ideado ninguna política pública de transparencia, imposible, por tanto, de publicitarla y menos aún de llevarla a la práctica.

En materia de Educación se autofelicitan por cumplir con la entrega de la refacción escolar, pero la nota más destacada, en realidad, es que no hay ninguna novedad relevante, más allá de sorprender la rapidez con que Joviel Acevedo se vuelve a ubicar como el factor determinante en las políticas educativas a seguir. 

En Salud, el desastre continúa, pero eso sí, se recetan un bono infeliz que les dice a todos los salubristas que están haciendo bien las cosas ¡como si fuera verdad!

Algo se puede rescatar en materia de seguridad —se han golpeado bandas de extorsión y secuestro, y mejorado la eficiencia de la PNC— así como en recaudación tributaria, pero no parece que sea producto de políticas dictadas desde arriba, sino más bien de la buena recomendación de funcionarios a cargo de Gobernación y la SAT.
La memoria de labores del primer año de Gobierno de Jimmy Morales será igual a la que, en su momento, hicieron los gobernantes de turno al cumplir 12 meses de gestión: Grandes logros, metas que ningún gobierno alcanzó antes —todos lo han dicho—, un país transformado, con nada que envidiar al País de las maravillas. Por cierto, cada uno de ellos ha presentado esa visión en Naciones Unidas (ONU), en donde deben pensar que Guatemala es uno de los países más desarrollados del Planeta.

Pero la realidad sigue siendo la misma. Pasa un año y nada se hace para cambiar nuestra realidad, que no es otra que la de mostrar algunos de los peores índices de Latinoamérica en materia de desarrollo humano —pobreza, salud, educación, vivienda, seguridad, infraestructura—. Por supuesto que sería una locura pensar que en un año eso se puede cambiar, pero sí se puede principiar algún tipo de cambio. Eso no ha sucedido.

Entre nuestra ciudad del futuro y el país de las maravillas, la clase política sigue al mejor estilo de Johnny Walker: caminando tan campante. La diferencia es que ese whisky es excelente, mientras que lo que han hecho nuestros políticos es un descalabro.

En algunos casos la clase política trata de babosearnos —a la ciudadanía— con el simple maquillaje de las cosas. Se maquilla la reforma política —la que se hizo no dará cambios sustanciales, y la de segunda generación, igualmente mediocre, llegará tarde o, en el mejor de los casos, apenas será otro retoque visual—, se maquillan parques y bulevares, se castiga a pequeños contaminadores de ríos y se perdona a los gigantes, se habla de políticas públicas, pero ninguna existe más que en palabras o maquillaje.

El año se escurre… como tantos antes. En eso tampoco hay cambio. Pero la preocupación que debe existir entre la sociedad es ¿qué pasará en 2017 y más allá? Cuando hay una luz al final del túnel, las cosas frustran menos y se hacen esfuerzos para llegar a ella. El agravante es que la única luz que se mantiene encendida, la de la Justicia —por las acciones del MP y CICIG—, también corre peligro de debilitarse y extinguirse, en buena medida, por los esfuerzos de sectores o personas afectadas o que se sienten en peligro.

El movimiento ciudadano no parece a punto de volver a La Plaza, principalmente porque la división se manifiesta con profundidad ¡otra vez! entre distintos sectores de la sociedad. Aun así, lo último que debemos bajar son los brazos, porque la lucha para lograr cambios es de largo plazo, paciencia y tenacidad.

 

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