Crónica-Historia
El malestar de la población en contra de la dictadura ubiquista tuvo un fuerte brote en junio de 1944, lo que provocó la renuncia de Jorge Ubico. Sin embargo, la Asamblea Legislativa eligió como presidente interino al general Federico Ponce Vaides, quien pretendió seguir con el régimen represivo, hasta el día en que el pueblo dijo ¡basta ya!
En la mañana del 20 de octubre de 1944, los capitalinos se despertaron alarmados por una serie de explosiones. En el cuartel Guardia de Honor se había iniciado un intenso bombardeo en contra de los cuarteles Matamoros y San José. Estaba en marcha una revolución cívico-militar en contra del gobierno del presidente Federico Ponce Vaides.
En junio anterior, protestas ciudadanas se atrevieron a desafiar la dictadura de 14 años del general Jorge Ubico Castañeda y lograron su renuncia. El día 24, un valiente grupo de 311 distinguidos ciudadanos firmaron una primera carta al Presidente, reclamando respeto a los derechos de la población. Al día siguiente se producen manifestaciones de maestros y mujeres, con el saldo trágico de la muerte de la maestra María Chinchilla. La paciencia popular se agotaba.
Aquellos 311 valientes entregan el día 26 una segunda carta a Ubico, en la que formalmente le solicitan su renuncia. Entre los firmantes de esa petición se encontraba el médico de cabecera del dictador, el doctor Mario Wonderlich. Ante la sorpresa general, el 1 de julio el presidente envía su carta de renuncia a la Asamblea Legislativa, que la acepta y nombra como presidente interino a Ponce Vaides.
La Revolución
Maestros, obreros y universitarios venían oponiéndose a que el gobernante interino continuara con las prácticas represivas de Ubico, pero Ponce Vaides parecía no querer el cambio. Se exigía que hubiera libertad de expresión y de organización, elecciones libres y que la justicia fuera aplicada igualitariamente, entre otras peticiones.
Aunque se organizó el Frente Popular Libertador, de estudiantes universitarios, la respuesta era la misma. El 1 de octubre es asesinado por las fuerzas represivas del gobierno el periodista Alejandro Córdova —El Imparcial—. El malestar popular se acumulaba y el gobernante interino no parecía dispuesto a respetar las fechas de las elecciones, que se habían fijado del 17 al 19 de diciembre. La mesa estaba servida para un pueblo inconforme y despierto.
Es un grupo de universitarios quien contacta a militares jóvenes para iniciar el movimiento revolucionario. Son oficiales de la Guardia de Honor, entre ellos el capitán Francisco Javier Arana, los mayores Manuel J. Pérez y Carlos Aldana Sandoval y el coronel Humberto Díaz. Entre los civiles destacan algunos nombres:Jorge Toriello Garrido, Enrique de León Aragón, Silverio Ortiz, Julio Bianchi y Mario Méndez Montenegro, entre otros.
Desde la noche del 19 de octubre queda todo coordinado. Se ordena a la tropa estar preparada desde la madrugada, se distribuyen armas entre civiles, se verifican los canales de comunicación y se establecen objetivos a lograr al día siguiente.
El ataque a Matamoros y Fuerte de San José —ubicado en donde hoy se encuentra el Gran Teatro Nacional— fueron no solo el despertar para los citadinos, sino el inicio de las hostilidades. Se desplazaron piezas de artillería para atacar el viejo Fuerte —depósito de armas y municiones del Ejército y, por lo tanto, bastión indispensable de tomar o neutralizar— y Matamoros, mientras unidades de tierra neutralizaban la Fuerza Aérea y tanques se colocaban frente al Palacio Nacional en señal de desafío.
Pronto varios universitarios se fueron sumando al movimiento y obreros armados aparecieron en la ciudad bajo el liderazgo de Silverio Ortiz, un veterano de luchas contra el dictador Manuel Estrada Cabrera. Así las cosas, parecía que los revolucionarios avanzaban, mientras las fuerzas leales no alcanzaban a detener aquel movimiento creciente.
Civiles armados se enfrentaron con las fuerzas regulares en los barrios La Reformita, La Palmita y Santa Cecilia, pero a media mañana se supo de la rendición de los cuarteles Matamoros y San José; la suerte estaba echada. No tardó mucho en verse la bandera blanca que daba por terminada la resistencia del gobierno y el presidente Ponce Vaides.
Para entonces se había solicitado la mediación del cuerpo diplomático, y los rebeldes, desde la embajada de Estados Unidos, solicitaron la renuncia oficial del mandatario. Tras cuatro horas de negociación, a eso de las 4:00 de la tarde se acordaron los términos de la capitulación.
Arbenz, Toriello y Arana integraron la Junta de Gobierno que preparó el retorno a la democracia en Guatemala en 1944.
Ponce obtuvo protección de la embajada de México, situada frente al Palacio Nacional, y luego partió al exilio. El gobierno revolucionario que se integró procedió a degradarlo y expulsarlo de las filas castrenses, por considerar que su comportamiento había sido indigno de la institución.
El expresidente Ubico permanecía en su residencia en Guatemala, pero temiendo que una turba pudiera sacarlo a la fuerza y lincharlo, solicitó la protección de la embajada inglesa, cuya delegación organizó su protección y le acompañó hasta su salida al exilio rumbo a Nueva Orleans, Estados Unidos.
Al caer la tarde del 20 de octubre, la ciudad mostraba un ambiente de fiesta después de la violencia que se había producido por la mañana. No se estableció de manera precisa el número de muertos, pero hubo bajas tanto entre militares y civiles revolucionarios como militares leales al Gobierno.
Entonces se convocó a la cúpula de líderes del movimiento, que procedieron a nombrar a una Junta Revolucionaria cívico militar, integrada por dos militares que participaron activamente en el levantamiento, Jacobo Árbenz y Javier Arana, y al civil Jorge Toriello, a quien llamaron luego El Ciudadano, por ser representante de la ciudadanía.
Esta Junta Revolucionaria procedió a convocar a elecciones para Asamblea Constituyente —que redactó la Constitución de 1945—, y para presidente de la República, elección que se realizó en las fechas previstas originalmente —17 al 19 de diciembre— las cuales fueron ganadas por Juan José Arévalo, quién gobernó hasta 1951.