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La lucha contra la corrupción sigue siendo el tema de la agenda pública iniciada en 2015, el articulador de expresiones sociales que en otros temas tienen diferencias y distancias. Dicho desafío adquiere fuerza y unifica voces, en la medida que los escándalos continúan y se tiene claridad que las estructuras creadoras de corrupción e impunidad son más de las que se pensaban, siguen incrustadas hasta en las más pequeñas e insignificantes instituciones, los hilos alcanzan a un sinnúmero de espacios como el sistema financiero, los empresarios de alto postín, por ejemplo.
Con semejantes evidencias es inconcebible que el nuevo gobierno no parezca tener mayor intención de ponerse a tono con esta melodía. Lo que debió haber sido el marco de referencia para el desarrollo del discurso de toma de posesión, no lo fue. Después, oportunidades perdidas con las primeras acciones. Cuando se anunció la donación de medicinas, no se informó sobre la verdadera procedencia, el costo, el listado de medicinas e insumos, los mecanismos de distribución y destinos. Algo de eso se sabe pero producto de investigaciones periodísticas, y no del esfuerzo del equipo gobernante. Posteriormente, el primer episodio de tensión donde eso de la transparencia tampoco se puso en evidencia, las críticas y posterior renuncia de la ministra de Comunicaciones. Juego de clásicos argumentos y al final la pita se rompió; pero el tema de fondo sigue bajo cuestión: se nombran funcionarios que tienen evidentes conflictos de intereses.
La frase lucha contra la corrupción representa un cuchillo de doble filo. O en realidad implica compromisos evidentes, remoción de basuras, interés y acciones concretas para desestructurar las redes aún existentes, implica designación de funcionarios bajo esquemas, perfiles y mecanismos de selección distintos, se reafirma con la promoción de la independencia judicial. Por el contrario, puede ser lo contrario. Una frase provocativa pero que al carecer de contenido, hechos y decisiones concretas, se convierte en la nada pero al mismo tiempo en un boomerang que tarde o temprano retorna y se estrella cuando menos se espera. El costo de no hacer nada o muy poco resulta llamativo para una gestión de gobierno de la cual se espera mucho pero que por el contrario, tiene poco margen de maniobra, el cual a su vez, está condicionado por todos los frentes posibles. Lo que motivó la presencia y victoria de Jimmy Morales puede resultar en la razón esencial de su rápido deterioro. Esto no es presagio, sino simple escenario de continuar las actuales circunstancias.
Ahora bien, ocurre que al interior de las estructuras del poder; especialmente aquellas que tienen dificultades en impulsar contenido propio, donde alrededor proliferan grillas de interesados dispuestos a aprovechar los vacíos, unos nuevos que quieren probar las mieles y otros presionados a mutar de ropajes, la lucha contra la corrupción representa, más bien, un obstáculo, una piedra en el zapato. Bajo esas condiciones no es el argumento preciso para marcar distancia respecto a gestiones anteriores, punto de inflexión, o bien, argumento para tender puentes con la gama de sectores interesados en sentar precedentes y continuar lo iniciado hace unos meses.
Este es el momento para recuperar terreno, tomar con seriedad y sentido de país lo que en realidad implica ser producto de una propuesta desafiante, pero factible: comprometerse, como prioridad en la lucha contra la corrupción en sus múltiples expresiones, profundidades y escenarios. Lo hecho durante las primeras tres semanas han sido entretenciones, acciones superficiales, confusas, carentes de la necesaria lectura de conjunto. Queda por verse si el presidente Morales tiene el interés, los arrestos y la visión que se requiere para tomar distancia de la tendencia prevaleciente, o si por el contrario, lo que hemos visto es la representación del todo, el único menú que se puede ofrecer.