Viaje al horror de los campos de concentración de un fotógrafo en busca de su madre

Rostros esqueléticos, miradas aterrorizadas, pilas de cadáveres o las puertas de un horno crematorio. En mayo de 1945, un fotógrafo de la AFP documenta el horror de los campos de exterminio nazis.

Exfotógrafo de moda, prisionero evadido tras la derrota del ejército francés y parte después de la Resistencia al invasor alemán, Eric Schwab es uno de los primeros nombres que se suman al servicio de fotografía de la AFP tras la refundación de la agencia en agosto de 1944.

Corresponsal de guerra, sigue el avance de las tropas aliadas y se convierte en testigo de los horrores descubiertos a medida que se liberan los campos de concentración en Alemania.

Schwab tiene además una obsesión personal: encontrar a su madre Elsbeth, judía alemana, de la cual no ha tenido más noticias desde que fue deportada en 1943.

Una de sus primeras fotos publicadas representa el portal del campo de Buchenwald, con la terrible inscripción «Jedem das Seine» (A cada uno lo suyo). Unos días antes, Heinrich Himmler ha dado la orden de liquidar el campo. El lugar está sembrado de prisioneros raquíticos ejecutados de un balazo en la cabeza.

En Dachau, Schwab realiza retratos que dicen todo sobre el sufrimiento de los deportados. Un prisionero tiende su brazo, mostrando el número tatuado en su piel. Un hombre con traje a rayas atraviesa una empalizada agujereada con una mujer detenida en el burdel del campo.

La esperanza también está presente, como en los rostros de ese grupo de franceses que asisten al izamiento de la bandera tricolor con la Cruz de Lorena, símbolo de la Francia libre. O esos sacerdotes polacos, alemanes y franceses, detenidos en el campo, que celebran una misa en la capilla.

Es en Theresienstadt (actualmente Terezín, en República Checa), en una región en pleno caos donde la población huye ante al avance de las tropas soviéticas para pasar a la zona controlada por los estadounidense, donde se produce lo increíble: en mayo de 1945 Eric Schwab descubre a una mujer endeble y de cabellos canosos con un gorro de enfermera. Es su madre, por entonces de 56 años, que escapó a la muerte y se ocupa de niños sobrevivientes. 

El reencuentro le provoca una emoción tan grande que por pudor no toma ninguna fotografía. O, si lo hace, no queda ningún registro. Tras la guerra, Schwab se instalará con ella en Nueva York.

Los testimonios visuales sobre el horror de los campos de concentración fueron ampliamente difundidos a partir de 1945. Pero Eric Schwab no tuvo de inmediato la fama de otros fotógrafos que documentaron la liberación de los campos. Como ocurre a menudo para un fotógrafo de agencia, su trabajo fue reproducido en la prensa, pero no apareció firmado.

Hubo que esperar varios años para que su talento fuese reconocido, por ejemplo la calidad de sus encuadres y la fuerza de sus retratos. Sus fotografías se convirtieron en íconos de un periodo terrible de la humanidad. Una gran parte de ellas se encuentra en los archivos de la Biblioteca Nacional de Francia.

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