En un taller cerca del centro histórico de Damasco, Mohamed al-Hallak sopla en un largo tubo de metal, inflando el vidrio rojizo. Pese a la falta de clientes, él y sus hermanos tratan de salvar del olvido una artesanía siria debilitada por varios años de conflicto.
«Somos la última familia que trabaja en vidrio soplado en Damasco, temo ver desaparecer el oficio», confió el sexagenario de sienes canosas y la silueta redonda.
Hace girar su tubo con destreza para enfriar la pasta de vidrio, antes de meterla de nuevo en las llamas.
Sentado delante del horno, en la media penumbra de su taller con techos altos, se ayuda de una gran pinza de hierro para dar finalmente a su obra la forma de un vaso.
Él y sus dos hermanos, Mustafá y Khaled, aprendieron este oficio pluricentenario de su padre, que lo heredó de su abuelo.
«Las piezas que trabajamos tienen alma. Con las máquinas, no. Es automático», dice Hallak.
No hay quien lo compre
A los 62 años, reconoce no pudo transmitir a sus hijos los secretos de esta artesanía. «No han querido aprender el oficio porque económicamente no es rentable», explicó.
El artesano se queja de la falta de clientes, ya que la guerra expulsó a los turistas extranjeros que deambulaban por los bulliciosos callejones de la ciudad.
A través del vecino Líbano, su comercio todavía llega a enviar algunas piezas a clientes apasionados de la artesanía, especialmente en Francia o en Suecia. Pero «no es suficiente», dice.
«No hay nadie que compre el cristal hecho a mano, solo los empleados de embajadas o algunos hoteles y restaurantes», explicó Mohamed al-Hallak.
Con su espalda encorvada, decora pacientemente con coquetos motivos blancos un pequeño recipiente azul, con la ayuda de un estilete.
Uno de sus cristales cuesta más del doble de los fabricados industrialmente en el mercado local.
La técnica del vidrio soplado es atribuida a los fenicios, que lo desarrollaron particularmente en Sarepta, una ciudad en la costa mediterránea entre Sidón (actual Saida) y Tiro, en el sur de Líbano.
Según una leyenda, mercaderes fenicios cocinaban sus alimentos en una playa de arena en ollas sostenidas por bloques de natrón, cuando vieron que dicho material se fundía y se transformaba en una sustancia desconocida, descubriendo así la posibilidad de trabajar el vidrio.
El presidente de la Asociación de Profesionales de la Artesanía Oriental, Fuad Arbache, confirma que la familia Hallak es la última activa en ese campo en Damasco, «y quizás incluso en toda Siria».
Aunque dice tener la esperanza de atraer a las nuevas generaciones hacia los oficios artesanales, organizando talleres de sensibilización, reconoce que la guerra desencadenada en 2011 ha hecho tocar fondo al soplado del vidrio.
«Esta profesión depende principalmente de los turistas y de los visitantes que venían del extranjero. Hoy, lucha por su supervivencia», concluyó.