Un grupo de monjas budistas combate los estereotipos a base de kung-fu

Después de sus oraciones matinales, se entrenan con aficionados a la lucha, espada en mano. Son un grupo de monjas budistas y luchadoras de kung-fu del Himalaya, que han decidido recurrir a las artes marciales para combatir estereotipos sobre el papel de la mujer en esa región, donde la cultura del patriarcado está muy arraigada.

«En el Himalaya, las chicas nunca son tratadas en condiciones de igualdad ni tampoco se les dan las mismas oportunidades, y eso por eso por lo que queremos impulsar a las chicas», declaró a la AFP Jigme Konchok Lhamo, de 25 años.

«El kung-fu nos ha ayudado a romper una lanza en favor de la igualdad de género, pues nos sentimos más seguras, más fuertes física y mentalmente», agregó. «Hacemos kung-fu para dar ejemplo a otras chicas». 

Las monjas pertenecen un monasterio de la montaña Amitabha de Nepal (800 miembros), afiliado a la histórica escuela Drukpa de Budismo Tibetano.

En 2008, en el marco de su misión para implantar la igualdad de género en el budismo, el líder espiritual Su Santidad Gyalwang Drukpa las animó a aprender kung-fu y oponerse a las normas tradicionales que prohíben que chicas y mujeres salgan de los límites de los monasterios, dirigir oraciones o ser ordenadas completamente. 

Animadas por su destreza en el combate, las monjas viajan por todo el sur de Asia para impartir clases de autodefensa y promover la concienciación sobre el tráfico de seres humanos en una región donde pocas veces se informa de los casos de violencia contra las mujeres. 

También llevan a cabo largas travesías a pie y en bicicleta por la montaña para llegar a las comunidades más remotas. 

Hace poco, realizaron una trayectoria en bicicleta de 3 meses y 8.370 kilómetros desde Nepal a las montañas de Ladakh en el norte de India «por la paz», que las llevó a multitud de aldeas donde predicaron su mensaje de igualdad de género y empoderamiento.

Lhamo, que visitó Nueva Delhi a principios de noviembre antes de recoger un premio internacional en Nueva York por los esfuerzos de las monjas para inspirar a chicas jóvenes, se hizo monja con 12 años, pese al desacuerdo de su familia. 

«Al principio, hubo muchas críticas. A la gente no le gustaba en absoluto porque estábamos rompiendo las normas», dijo Lhamo, después de que ella y sus compañeras hicieran una demostración de sus habilidades.

«Pero ahora cuando volvemos a esos lugares la respuesta que recibimos es positiva», comentó. 

«Nos llaman de las escuelas. Colocan a las chicas en la parte de delante y a los chicos detrás. Les dan a las chicas las mismas oportunidades de hacer preguntas y de hablar con nosotros» que a los chicos, añadió. 

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