Deterioro, huida de personal y luchas internas. Los fallos en un servicio de oncología para niños de Moscú revelaron una cruda realidad del sector de salud ruso, consumido por la falta de fondos, malversaciones y polémicas reformas.
El centro oncológico Blojín, enorme bloque gris construido en los años 1970 en el sur de Moscú, fue apodado por pacientes y sus familiares «Blojinwald», en referencia al campo nazi de Buchenwald.
Según varios testimonios, los locales y en especial el servicio de pediatría están en un avanzado estado de deterioro.
«Ausencia de ventilación, paredes enmohecidas, habitaciones abarrotadas». Antes de dimitir junto a unos 20 colegas, el director adjunto del servicio, Maxime Rykov, denunció en septiembre condiciones «monstruosas».
«Las rejas de ventilación se obstruyeron porque los conductos no se limpiaron en años», confirma Tamara Tsvetkova, madre de Veronika, una paciente de cinco años enferma de leucemia.
Otros médicos y padres denunciaron situaciones parecidas. Las malas condiciones sanitarias pueden favorecer complicaciones en los pacientes más débiles.
«Aterrorizado»
«En las habitaciones, no hay armarios para la ropa, los hemos comprado nosotros, al igual que las camas supletorias para dormir junto a nuestros hijos», añade esta mujer que pasó un año en el centro con su hija.
Blojín no aceptó una petición de visita de la AFP.
El deterioro de los centros de salud públicos, víctimas de la caída de la URSS y de la posterior crisis económica, es un problema conocido en Rusia.
El personal médico que dimitió acusa igualmente a la nueva dirección administrativa, llegada en junio, de haber agravado la situación al recortar los ingresos en un 35% y al modificar los protocolos de tratamientos.
La dirección del hospital, contactada por la AFP, no comentó estas acusaciones, e indicó que a su parecer el caso está «cerrado», después de que investigaciones del ministerio de Salud la exculpara.
Los médicos dimisionarios son en cambio sospechosos de haberse enriquecido a través de una fundación creada para financiar trasplantes de médula ósea. Ellos lo rechazan y dicen que recaudaron fondos privados para financiar trasplantes a falta de medios públicos.
«Realizados entre 50 y 60 trasplantes al año y el Estado financia solo una treintena. Para el resto, o abandonamos a los pacientes o buscamos financiación», explica el cirujano Igor Dolgopolov, que abandonó Blojín en noviembre, tras 20 años de carrera.
Los padres de los pacientes que la AFP ha entrevistado apoyan a los médicos.
«Son víctimas de la situación», afirma con un suspiro Nailia Tugusheva, cuya hija Amira, de cinco años, tiene leucemia. Considera inconcebible hacer reproches a estos doctores que «salvaron a tantos niños».
En Rusia, pagar una gratificación o un soborno para beneficiarse de un servicio público, en teoría gratuito, es una práctica extendida.
Preferencia nacional
Lo que más asusta a los padres son los cambios de algunos protocolos de tratamiento, después de que medicamentos extranjeros fueran reemplazados por productos rusos, más baratos.
Moscú introdujo en 2015 un sistema de preferencia nacional en los hospitales públicos para sostener su industria farmacéutica.
Unos treinta padres de niños enfermos de cáncer enviaron una carta al presidente Vladimir Putin para que dé marcha atrás, pero «nuestro mensaje no obtuvo respuesta», lamenta Tsvetkova.
La muerte de dos adolescentes de 14 y 17 años en diciembre, tras los cambios de protocolo, avivó la preocupación, aunque no se estableció una conexión entre estas muertes y los nuevos medicamentos.
El conflicto en Blojín no es el único en Rusia. Las protestas se multiplicaron en los últimos meses, así como los videos en las redes sociales que denuncian las condiciones de atención médica.
En octubre, médicos de neonatología amenazaron con dimitir en masa en Perm (Urales) por la bajada de salarios y el agotamiento. En la región de Kurgan en Siberia el cierre de un centro para tuberculosos desencadenó protestas.
En Moscú, dos especialistas rusos en trasplantes de riñón para niños muy pequeños denunciaron en noviemnbre la prohibición de un protocolo de tratamiento con medicamentos extranjeros pese a que no existe una alternativa rusa.
El gobierno asegura que está intentando reorganizar un sector ineficaz, heredado de la URSS y devastado por la crisis de los años 1990.
Esta reestructuración, lanzada en los años 2000 bajo el eufemismo de la «optimización», está destinada a permitir una mejor asignación de recursos con el cierre de hospitales en las zonas rurales y la construcción de establecimientos sofisticados en los centros urbanos.
Pero en el país más grande del mundo, esto significa que los pacientes en ocasiones se ven «obligados a desplazarse 200 km», lamenta Ivan Konovalov, del sindicato Alianza de Médicos, cuya creación promovió el opositor Alexéi Navalni.
En las zonas rurales a veces solo quedan dispensarios de primeros auxilios y las clínicas privadas se hallan en las ciudades y de todos modos sólo son asequibles para los ricos.
¿Irse?
Según cifras oficiales, entre 2000 y 2018, el número de hospitales pasó de 10.700 a 4.390 para una población de 146 millones, y el de camas para 10.000 habitantes de 115 a 71.
«Los hospitales no tienen suficientes medicamentos y los pacientes se ven obligados a comprarlos ellos mismos», afirma este sindicalista. Unos gastos que pueden ascender a cientos de rublos por jeringas y compresas, o miles de euros para algunos tratamientos.
Ivan Konovalov lamenta que el Estado gaste mucho «en las fuerzas de seguridad, el ejército, la policía y muy poco en salud».
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, los gastos en salud representan en Rusia alrededor del 3% del PIB, en comparación con el 9,5% en Francia o Alemania.
Frente al descontento, el presidente ruso reconoció «la falta de establecimientos médicos, (…), de directivos» y de equipamiento «a menudo insuficientes». Prometió para 2020-2022, 150.000 millones de rublos adicionales, algo más de 2.000 millones de euros (2.200 millones de dólares).
Unas garantías que dejan escépticos a los pocos manifestantes congregados delante del ministerio de Salud en noviembre para denunciar la política gubernamental.
«Despidos, salarios bajos … Cuando uno ve todo esto, se pregunta: ¿hay que continuar los estudios e incluso quedarse en Rusia?», afirma Daria Sosedova, una estudiante de medicina.