Turistas: por favor, no vengan (Parte I)

EDUARDO COFIÑO

Eduardo Cofiño K.


Tenía mucho tiempo de no escribir así, a mano, sentado en un banco de madera frente al lago Petén Itzá. Es algo incómodo, comparado con las facilidades que nos proporcionan las computadoras que, no solamente permiten correcciones instantáneas en cuanto a las faltas de ortografía, sino que, además, por mi edad, cada día me cuesta más escribir a mano.

Aunque mi intención original era otra, me viene a la mente, sin razón y sin sentido, un libro especial de uno de mis escritores favoritos, Martin Amis, hijo del gran escritor Sir Kingsley Amis (del que no he leído ni una jota).  Ah, esas familias de genios. Para retomar el hilo de esta columna, Martin Amis, famoso por una novela, London Fields, aunque el libro que me viene a la memoria ahora es uno que se llama House of Meetings, buenísimo.

Dejada atrás esta introducción irrelevante y literaria, paso a mi tema de hoy. Pero, de verdad, el idioma inglés es cautivante, pues, no solo contiene miles de palabras que describen perfectamente objetos y situaciones, sino que, además, permite que se inventen palabras o verbos, en fin, mi próxima novela será escrita en inglés. O tal vez no, quién sabe.

Ahora sí, paso a lo que venía, aunque ya haya perdido relevancia en mis prioridades de hoy: Turistas: por favor, no vengan.

Primero quiero asegurarles que agosto ha sido el peor en ingresos de turismo extranjero, por lo menos aquí, en Petén. En mi pequeño hotel, el Gringo Perdido, registramos el record histórico de menos ventas. ¡Jamás había habido un mes de agosto tan pésimo, por Dios Santo! Me tomé el tiempo de ir a visitar a algunos de mis vecinos, en cuenta el lindísimo hotel Camino Real, al cual nunca le cumplieron con el ofrecimiento gubernamental de asfaltarle hasta su ingreso y, pese a ser la inversión turística más grande en todo Petén, allí está, casi incomunicado, ahora, por la falta de mantenimiento de la carretera de terracería, que, como todas las carreteras de Guatemala, se encuentra en pésimo estado. Pues sí, para seguir con el temita este, visité a algunos de mis vecinos, pequeños y grandes hoteleros, y todos se quejaron de la falta de turismo, sobre todo en un mes que, históricamente, era bueno para nosotros.

Me imagino que en toda Guatemala habrá sido así, a no ser aquellos hoteles que se beneficiaron de las fiestas agustinas de nuestros vecinos salvadoreños. No fue ese el caso de nosotros, en el Petén.

Entras a Guatemala por el Aeropuerto Internacional La Aurora, pasas por corredores obscuros, con alfombras grises y gastadas y, sin la comodidad del aire acondicionado, común en todos los aeropuertos del mundo, observas las goteras que caen en cubetas de plástico situadas estratégicamente, ¡bienvenidos al país de la eterna verguiadera!

Se te ocurre cambiar un poco de dinero y allí es la primera bajada de pantalones que te dan: el cambio, en la Casa de Cambio, donde unas chavas te llaman como que fueran las sirenas de la Odisea (¿o era la Ilíada?) y caes de estúpido. El cambio, adentro del aeropuerto, es un verdadero desfalco. ¿Por qué nadie dice nada?

Gracias a Dios no se te ocurrió entrar al baño…

Haces las colas interminables para cumplir con los requisitos de Migración, recoges tus valijas y sales a la calle, donde una multitud desordenada, multicultural y multilingüe, espera a sus respectivos viajeros. Tienes suerte si venías a un hotel con reservación: te esperan con un letrerito con tu nombre.

Antigua, por favor, murmuras con tu español imperfecto y te llevan hacia allá. A la ciudad de las eternas rosas. Ahora de las eternas buganvilias, pues rosas no hay por ningún lado…

Después de una hora o más, debido al tráfico y, principalmente, al absoluto desconocimiento de los pilotos, privados y públicos, pero peor los públicos, de las reglas de manejo internacionales y mundiales, especialmente la que dice: usa el carril izquierdo solo para rebasar, llegas a la Antigua. Verdaderamente te impresionas por la belleza de sus calles empedradas, por el paisaje de un cielo celeste y sin nubes, por la majestuosidad de los volcanes, que se observan a lo lejos, como guardianes de una ciudad sin tiempo. Uno de ellos, echando boquerones de humo obscuro, te arrebata la paz, por unos instantes, nada más. Todavía te da tiempo, después de chequearte en un hotel boutique de maravilla (la oferta y la demanda, ¿sabes?, ha provocado que en Antigua los servicios hoteleros sean de primera calidad) de ir a dar una vuelta por el Parque Central. Un grupo de personas de la iniciativa privada, animados por la elección de una nueva administración municipal, lo ha remozado, dejándolo a nivel mundial, es decir, realmente espectacular. La Antigua, a tu criterio, pasa el examen. No te das cuenta que los drenajes están por colapsar, entre otros problemas más profundos, invisibles al ojo del turista.

De Antigua te diriges, un par de días más tarde, hacia Atitlán: El lago más bello del mundo, dicen por aquí, los que no han tenido la suerte de visitar otros países, como Suiza, por ejemplo, o Austria, para seguir ejemplificando. En la ruta hacia el lago te percatas de la gran cantidad de basura que abarrota las orillas de la carretera y te das cuenta, también, de la malísima calidad de la misma. Pero el paisaje verde y diverso te distrae de eso. Te impresiona la cantidad de personas, tanto en los pueblos como a la orilla de la carretera.

¡Atitlán!, divino. Pero no te metas al agua, la contaminación ha provocado el desarrollo de la ya famosa Hydrilla Verticillata, una planta acuática invasora, que puede producir salpullidos y otras molestias corporales, pero que, en ultima instancia, es la señal de que el lago más bonito del mundo se está muriendo irreversiblemente. No te preocupas de esto, no es tu patria. Te fumas un puro de marihuana que has obtenido sin dificultad, producto nacional.

Luego de unos días inolvidables, visitaste otros pueblos de arquitectura horrenda (¿porqué no los pintan todos de algún color, para que sean menos aberrantes?), pero super buena onda, más marihuana, parranda, sol y artesanías, te regresas a la capital (¡visita el zoológico!, te aconsejaron. Y tenían razón.) Para tomar el vuelo a Petén: El Corazón del Mundo Maya.

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