Para muchos en Tulsa, escenario en 1921 de una de las peores masacres raciales en Estados Unidos, la elección de la ciudad por el presidente Donald Trump para su primera reunión desde el comienzo de la pandemia reaviva una herida «siempre dolorosa» .
El presidente conservador, a menudo acusado por sus detractores de difundir mensajes racistas mientras hace la apología de los Estados Unidos tradicionales, originalmente había planeado organizar su mitin en Tulsa el 19 de junio, «Juneteenth», un día para conmemorar el fin de esclavitud.
Ante las reacciones indignadas que ese proyecto suscitó, particularmente de parte de parlamentarios negros, Trump anunció finalmente en Twitter que posponía el acto para el día siguiente, «por respeto» a esta fecha eminentemente simbólica.
Pero la píldora todavía tiene un sabor amargo, especialmente después de las manifestaciones masivas para denunciar la muerte de George Floyd a manos de un policía blanco, un símbolo de discriminación y brutalidad policial contra las minorías.
«Una gran mayoría de personas, si no todas, sintieron la llegada de Trump como una bofetada y una falta de respeto», dijo a la AFP el reverendo Mareo Johnson, líder del movimiento Black Lives Matter en Tulsa.
Johnson estará presente el sábado en una manifestación previa al mitin de Trump.
«Los negros, pero también los blancos, los latinos, los indígenas … muchas personas diferentes ven a Trump como un representante del odio y el racismo, en la medida en que no los condena», subrayó.
El magnate republicano, que a menudo se ha destacado por sus escasos conocimientos de geografía o historia, ¿puede no haber sido consciente de la importancia del «Juneteenth» y de la existencia de la masacre de Tulsa en 1921, ignorada por muchos de sus conciudadanos?
«Tal vez no lo sabía … Pero en este caso posponer el acto para el día siguiente ¡todavía parece una bofetada!», respondió Johnson, de 47 años, quien dijo haber sido víctima en su juventud de la brutalidad policial en varias oportunidades.
«En negación»
La masacre racial de 1921, que dejó unos 300 muertos y devastó el distrito negro de Greenwood, «sigue siendo algo muy sensible, muy doloroso», señaló Michelle Brown, directora de programas educativos en el Centro Cultural de Greenwood.
«Como comunidad todavía estamos muy enojados y conmovidos de que algo así haya podido ocurrir» en toda impunidad y sin que ninguna de las familias que todo lo perdieron en el incendio de unos 1.200 viviendas haya recibido indemnización alguna, comentó.
Tulsa lleva inscrita hasta el día de hoy esa división en su geografía: al norte los barrios negros, al sur la población blanca.
Alrededor del 15% de los 400,000 residentes son negros.
«Todavía nos cuesta hablar de esta historia en la ciudad. Recién el año pasado el estado de Oklahoma resolvió que la enseñanza de este evento fuera obligatoria en las escuelas», dijo Brown.
«Pero hay muchas personas que no conocen esta historia en Tulsa. Es vergonzoso para ellas: están en negación. No podemos olvidar lo que pasó, es parte de nosotros», subrayó.
Según ella, la llegada del presidente Trump el sábado es «una mala idea» en el actual contexto.
Las cosas, sin embargo, están mejorando lentamente.
En 2001, el estado de Oklahoma, controlado con holgura por el Partido Republicano, presentó sus disculpas oficiales por la masacre y una comisión de investigación fue constituida.
Tras años de negativas de parte de las autoridades municipales, el nuevo alcalde de Tulsa acordó financiar excavaciones en busca de fosas comunes donde las víctimas de 1921 pueden haber sido enterradas por sus asesinos.
Y, sobre todo, el municipio acaba de contratar en febrero al primer jefe de policía negro de su historia, Wendell Franklin, comenta con satisfacción el reverendo Mareo Johnson.
Hace unos años, su predecesor blanco había pedido perdón por la pasividad de la policía durante los hechos de 1921.
«Pregunté a diferentes personas de color por qué era tan difícil reclutar policías entre la comunidad afroamericana. Y muchas me dijeron que se debía a la masacre racial», señaló Chuck Jordan al abandonar su cargo.