Mezclando técnicas publicitarias, arte contemporáneo y cultura pop, diseñadores reclutados por Fidel Castro crearon durante la Guerra Fría cientos de carteles propagandísticos, casi desconocidos fuera de Cuba, que por primera vez se exponen en Londres gracias al tesón de un coleccionista.
En 1966 Castro fundó en La Habana la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL). Y para propagar su mensaje revolucionario, la revista ilustrada Tricontinental, publicada cada dos meses en español, inglés, francés y árabe y distribuida a través de grupos políticos en todo el mundo.
Contenía artículos de personalidades como el Ernesto «Che» Guevara o el líder afroamericano Malcom X; pero también del filósofo francés Jean-Paul Sartre o la actriz estadounidense Jane Fonda.
Y plegados en su interior, sus números encerraban grandes carteles en honor a las luchas armadas en Palestina o Laos, de solidaridad con movimientos como los Black Panthers o de condena de la guerra de Vietnam y el bombardeo atómico de Hiroshima.
De un Che Guevara con un toque psicodélico hasta un dios maya con un fusil kalashnikov, cien de ellos se exhiben desde el viernes y hasta el 19 de enero en el museo londinense House of Illustration bajo el título «Diseñado en Cuba: gráficos de la Guerra Fría».
Pero estos pósters, acompañados por 70 números de Tricontinental, son una pequeña parte del tesoro recopilado por el británico Mike Stanfield durante 25 años de viajes a Cuba para reunir casi la totalidad de las 850 obras creadas por estos diseñadores gráficos entre 1966 y 1992.
«Esta exposición es una revelación, la mayoría de personas que vengan no conocerá este material», asegura a la AFP su director, Colin McKenzie.
Para organizarla, su equipo fue a La Habana en febrero y entrevistó a algunos de los artistas aún vivos, sin saber que la OSPAAAL, cuya actividad era ya escasa, dejaría de existir cuatro meses más tarde.
Subvertir la publicidad capitalista
Lejos de la estereotipada estética de la propaganda soviética, estas imágenes irreverentes y provocadoras utilizan y subvierten las técnicas publicitarias del capitalismo.
Antes de la revolución cubana (1953-1959) «muchos de estos artistas trabajaban en publicidad, así que sabían lo que funcionaba en la publicidad estadounidense de los años 1950, una época de auge en que las agencias de Madison Avenue creaban ese sueño americano, esa ilusión de la vida fantástica en los suburbios, y ellos habían trabajado en cosas así», señala McKenzie.
Colores psicodélicos de la cultura pop, fotomontajes, tipografía vanguardista, todo vale.
Jesucristo carga al hombro un fusil de asalto, un faraón egipcio aparece rodeado de jeroglíficos de granadas y el propio Fidel Castro salta de un tanque para impedir la invasión de la Bahía de Cochinos.
Pero el blanco predilecto es Estados Unidos y sus símbolos.
En una imagen un astronauta de la NASA pisotea a un grupo de afroamericanos para alzarse hasta la luna. En otra, un revolucionario puertorriqueño asesinado sangra las barras y estrellas de la bandera. Una tercera representa a un hombre crucificado sobre un símbolo de dólar.
En una época de escasez, los colores de impresión disponibles en Cuba eran limitados y el papel utilizado, de baja calidad, tenía una mala absorbencia que da a las obras su particular aspecto.
La libertad creativa era «total, a veces demasiado», asegura en un vídeo de las entrevistas uno de los artistas, Olivio Martínez Viera, para quien estos «carteles eran armas de guerra».
Todo se hacía a mano y con urgencia, en respuesta a los acontecimientos: «Decían: necesitamos en diez días un cartel porque en Vietnam la cosa está fea», relata otro diseñador, Pepe Menéndez.
Pero estos creadores no podían salir de la isla, señala Rachel Stoplar, responsable de la House of Illustration, así que hacían prueba de imaginación.
«Uno no tenía ningún conocimiento siquiera y tenía que empezar a buscar información», recuerda otro veterano artista cubano, Rafael Morante Boyerizo.
Aunque se produjeron unos nueve millones de estos carteles, la mayoría no sobrevivió al tiempo. Son «raros, extraordinarios y merecen ser mucho mejor conocidos», afirma Stoplar.