Cuando el jamaiquino Nesta Carter arrancó en la final de la prueba de 4 X 100 metros en atletismo en Londres, sabía que el triunfo no dependía de él, sino de un equipo, y que Michael Frater, Yohan Blake y Usain Bolt, debían hacer también su mejor carrera y recibir cada uno de ellos la estafeta mientras ya estaban corriendo en la pista para ganar todo el tiempo posible. Se hizo a la perfección y el resultado fue una medalla de oro para cada uno y el récord olímpico y mundial de 36.84 segundos.
En esta carrera se producen tres transiciones –acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar, a otro–, y cada una debe ser precisa en extremo, porque un fallo mínimo puede ser la diferencia entre oro, plata, bronce o un papel secundario. No basta con ser el más rápido, hay que ser el mejor.
¿A qué viene todo esto?, se preguntará el lector. Pues quisiera hacer una comparación con la transición que supuestamente se está llevando a cabo entre el Gobierno de Alejandro Maldonado y el de Jimmy Morales, que debe asumir las riendas del país a partir del 14 de enero próximo, con retos gigantescos por delante.
Hay que partir de dos realidades claras: el país necesita acciones inmediatas para enfrentar el caos provocado por una clase política corrupta e irresponsable durante las últimas tres décadas, y la enorme expectativa y exigencia que hay por que el nuevo Gobierno sea, no solo diferente –con transparencia–, sino, además, eficiente en su gestión administrativa.
Eso demanda de las autoridades un arranque sin demora, un arranque positivo que demuestre en el muy corto plazo que las cosas se pueden hacer bien, que el camino que se seguirá es el correcto y que los resultados irán llegando paulatinamente, en la medida en que se logren vencer los obstáculos enormes que se encontrarán.
El problema es que para alcanzar la cima, para imponer una marca o simplemente para hacer bien las cosas, se necesita: a) conocer a fondo lo que se pretende hacer; y b) planificar los pasos a seguir y ejecutarlos de la mejor manera. Eso no es fácil, mucho menos cuando se trata de situaciones tan complicadas como la megacorrupción, el desastre –poco natural– del sistema de Salud Pública, la falta de un política coherente en Educación, la inseguridad ciudadana, y una conflictividad social que brota cada cierto tiempo, precisamente por falta de políticas definidas, consensuadas y conocidas por todos.
Prepararse para semejante reto no es fácil. En ese punto estamos. Resulta que quien ganó las elecciones -Jimmy Morales- no cuenta siquiera con un partido medianamente significativo, no tiene a su alrededor un equipo humano con altas calificaciones y, lo peor de todo, parece estar desaprovechando la transición para aprender de una realidad que ignora, más allá de las noticias que publica la prensa.
Conocer el aparato burocrático, con todos sus sindicatos, gavetas escondidas, trucos y mañas, no se hace de la noche a la mañana. Como hacen los velocistas en relevos, antes de recibir la estafeta, hay que correr un buen trecho junto a quien debe entregarla. Eso no está ocurriendo, y es un desperdicio de oportunidades.
Los ejemplos más claros los hemos visto en esa vergonzosa crisis hospitalaria, y en la discusión del Presupuesto 2016. En la primera, ni siquiera se ha escuchado la voz del candidato, mucho menos de un eventual equipo que podría estarse preparando para asumir la responsabilidad de los hospitales, puestos de salud, política de salud pública, y la relación con más de 40 sindicatos.
En el Congreso, una desprestigiada Comisión de Finanzas le abrió las puertas para que participara en la discusión del Presupuesto del año próximo y, si bien la nombró, lo hizo con gente de poca calidad y, para colmo de males, se retiró sin lograr influir en el dictamen final. Ni siquiera se dieron explicaciones de la salida de sus representantes.
El gobierno de Maldonado ha dado muestras de apertura para facilitar el cambio de estafeta. No es una concesión, sino su obligación. La campaña electoral quedó atrás y lo que se mostraba de conocimiento en ella sobre cada uno de los problemas nacionales no es más que retórica. Ahora es el momento de la verdad, y nadie podrá tener logros si ni siquiera conoce la magnitud de cada problema.
No es una excusa válida decir que la responsabilidad de Morales y su equipo principiará el 14 de enero. Nada qué ver. Desde ahora debe asumir un papel importante y activo –no de toma de decisiones, sino de preparación–, porque si no lo hace, más adelante lo estará lamentando y, lo peor, el país también.
Una cualidad de un buen líder es la de reconocer sus debilidades, porque entonces se puede esperar que intentará superarlas de alguna manera. En este caso, sabemos que hay muchas debilidades y deficiencias, pero se pueden comenzar a resolver con un buen equipo y con la preparación adecuada.
Ante las expectativas que hay y la urgencia de soluciones, lo que cabe esperar son acciones asertivas desde ahora. El tiempo que hoy se desperdicie, podría llorarse más adelante.
Como al futuro presidente le gustan las metáforas, basta con mencionar que aquél equipo de Jamaica tenía a los mejores velocistas del mundo y, aun así, hicieron tres veces la mejor transición posible. La transición pasiva a nadie ayuda.
Jimmy Morales no cuenta con un partido medianamente significativo ni con un equipo humano con altas calificaciones.