- Esta es la cuarta de una serie de doce columnas sobre diferentes lugares del mundo con historia, a través de los ojos del escritor guatemalteco.
Franco Sandoval
Se nota de qué país hablaré esta vez, ¿verdad? Sí, el que ahora es gobernado mediante una dictadura, la forma que esa nación detestó durante más de un siglo. Para evitar malentendidos cito la Real Academia: “Régimen político que, por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo u organización y reprime los derechos humanos y las libertades individuales”. Como sinónimos de dictadura menciona: tiranía, despotismo, autocracia, absolutismo, cesarismo, totalitarismo, fascismo. Es el signo de los nuevos tiempos, dirá alguien. La tiranía y la dictadura fue propia de países bananeros, árabes y cafetaleros, pero ahora lo practican China, Rusia y los Estados Unidos. Les da la razón el Latinobarómetro y el Eurobarómetro según los cuales la llamada “democracia” anda en la calle de la amargura.
Estados Unidos se erigió como una gran nación a partir de inmigrantes europeos que llegaron huyendo del hambre y en busca de aventura; la máquina y la mecanización fueron sus grandes aliados; la libertad, su emblema, y las armas, tanques y bombas sus bandera de dominio. Desde hace 30 años les saltó la liebre: una industriosa China los reta en varios frentes.
Ya vuelvo con el tema; en un paréntesis comparto qué tanto me ha dado de una u otra manera ese país. Al cumplir 18 años fui seleccionado para trabajar como maestro en el Colegio Americano; después de un año de fecunda formación, seguí trabajando a medio tiempo y empecé a estudiar con beca en la Universidad del Valle. Me enviaron a Memphis, Tennessee, a mejorar mi inglés y a especializarme como docente de ciencias naturales. En la década del 2000 el Departamento de Comercio de Estados Unidos me invitó a cuatro semanas de formación en ética empresarial con estadías en Washington, Atlanta y Panamá; junto a una docena de latinoamericanos, conocí a los mejores profesores y expertos en esa materia. Así que odios y resentimientos, nada de nada. Pero tampoco han comprado mi cerebro. Señalo, de paso, que su actual presidente tiene un mérito digno de reconocerse: a pesar de estar pasado de libras tiene ritmo, es ágil para tomar decisiones. De esto mucho tienen que aprender otros mandatarios.
Para abreviar observaciones y comentarios sobre los nuevos Estados (des)Unidos planteo esta pregunta: Durante los tres meses que van del 20 de enero al 20 de abril, ¿quién tuvo más poder, el presidente de ese país (Donald Trump) o el Papa Francisco? Aparte de que me dirán tonto por plantear esa pregunta imagino que el 90% de los lectores responde que, por supuesto, Trump. Pues con el perdón de la mayoría les digo que si tuviera a mi cargo un seminario de Sociología Política yo sería capaz de demostrar que el Papa Francisco fue una persona más poderosa.
No me creen, ya lo sé. ¿Qué es poder? ¿Cuál su factor o elemento más claro y medible? El grado, tipo, extensión y duración de influencia que se ejerce. El señor Trump, garrote en mano (con aranceles, “la palabra más hermosa”, según él) manda a 340 millones, por corto tiempo (4 años) con escaso respeto y aprecio. El Papa, en cambio, tienen una mayor y mejor organizada plataforma de influencia no solo sobre 1,200 millones de católicos sino hasta de los ateos que ahora le mandan cartas de gratitud. Su “poder” es diferente; a través de un “ejército” alineado y espiritual llega a la conciencia, influye en la manera de pensar y concebir la vida humana. En esto le saca cinco vueltas (¿o siete) al señor Trump. El papa ganó más que confianza, FE en su actuar, un grado superior de poder. Recuerdo que a pueblos como los mayas eso les ayudó a construir una gran civilización. Al perderla, eso facilitó el colapso.
Vuelvo a los Estados Unidos de hoy y anoto que la moral que mostró la mayoría que votó y sigue apoyando a su presidente es el egoísmo, ver antes que nada el propio ombligo. Piensan que la solidaridad es cosa de tontos o de gente de otro planeta; la vida digna de los hermanos, tan poco importa. A segundo o tercer plano pasan la convivencia, la cultura y el espíritu. Mejor hablemos de tierras raras, esta es nuestra prioridad, se dicen.