- Perón y su esposa Evita se dieron a la tarea de convertir al Estado en una criatura simpática que reparte bienes; Milei, en cambio, quiere eliminar esa repartidera.
Franco Sandoval
La Argentina es un país casi plano; no tiene volcanes, pero es tierra de frecuentes erupciones cosio-políticas. Una fue impulsada por Juan Domingo Perón a partir de la revolución de 1943 y durante sus tres presidencias; la otra, reciente y en plena gesta, por Javier Milei. Hay infinidad de asuntos que caracterizan a uno y otro estilo de gobierno gestados en la que fue próspera nación.
En un esfuerzo de síntesis afirmo que Perón y su esposa Evita se dieron a la tarea de convertir al Estado en una criatura simpática que reparte bienes y servicios a manos llenas, lo que se tiene y lo que compra fiado; para defender ese “bienestar” surgió un sindicalismo que se volvió granjería y negocio. Milei, en cambio, quiere eliminar esa repartidera; haciendo del Estado un complemento de lo que personas y empresas realizan con empeño. De un Estado grande y benefactor el país pasa medio siglo después a un gobierno que grita: ¡Viva la libertad, carajo!
Entender ese enorme país no es fácil. Algunos se quedan con Messi, Maradona y una selección campeona, otros con sus tangos. Ese país ha tenido personajes en abundancia; el más solemne e ingenioso es Jorge Luis Borges, a quien le negaron el Premio Nobel de Literatura. ¡Qué despiste el de los suecos. En el otro aparente extremo, El Che Guevara, médico que le dio imagen a la revolución cubana y, queriendo vivir en eterno combate, murió crucificado por sus propios errores en Bolivia. Si estiramos la pita ideológica para uno u otro lado hay un personaje que los une a todos: Carlos Gardel, el mayor intérprete del tango. Hay que escucharlo.
Más atrás en el tiempo hay lumbreras como Domingo Faustino Sarmientos, estadista que hizo de la educación su consigna y prioridad; Bartolomé Mitre forjó la unidad del país y fundo La Nación, un faro de cultura para toda América desde su fundación (1870) hasta bien entrado el siglo XX. Prodigó apoyo irrestricto a Rubén Darío durante 25 años y tengo por seguro que sin La Nación y Mitre Darío no hubiera desarrollado tan genial transformación de la creación literaria. A mediados del siglo XX Argentina educó e inspiró a Juan José Arévalo; allí se hizo educador de corazón, dedicado escritor y honesto gobernante.
Conocí el alma argentina estando allí durante cuatro meses como estudiante de posgrado. Caminé Buenos Aires y varias provincias; a pie, en autobús (colectivo, le dicen), en tren y en avión. Fui al Monumental a escuchar apasionados gritos en el partido River Plate-Racing Club y Huracán-Independiente en el Parque Patricios. Ambos juegos terminaron empatados; excelente porque yo no tenía definidas preferencias.
Buenos Aires es una ciudad que parece una reencarnación de París, Londres y Madrid. Los ingleses llevaron la civilización del tren y sus terminales: Once, Retiro, Constitución. Su calle Florida y 9 de Julio y avenidas como Rivadavia y Corrientes son graciosas e inolvidables; igual los asados, pizzerías y conciertos musicales en el Teatro Colón o en el Luna Park.
La Argentina creció como gran productor de carne y granos. Así se alimentaron ellos y medio mundo; explotaron los metales y el petróleo; fabricaron autos, vino, productos de cuero y mucho más; formaron recursos bien calificados. Todo lo escribo en pasado porque ahora ese país ha estado casi en bancarrota, particularmente a principios de siglo cuando la gente perdió sus ahorros y los metieron en un corralito. Y aquí es donde surge y se explica el fenómeno Milei, búsqueda mágica de una motosierra que le dé vuelta a todo lo que anda patas arriba.
Debido en buena parte al torrente migratorio que recibió Argentina ese país se hizo grande. (Antes casi exterminaron a los gauchos). Llegó gente trabajadora y con hambre; de Italia, sobre todo; de España, Alemania, Rusia, Polonia. De Suecia unos cuantos se establecieron en la boca del río La Plata; allí surgió Boca Juniors con los colores de la bandera sueca (amarillo y azul).
Ese temple guerrero, luchador y a veces fanático es el que ha configurado a esa enorme y rica nación. De allí surge tanto Perón y su amada Evita (santa, para algunos), Milei, El Che, Maradona, gente llorona como Gardel o fecunda como Borges. Y otros más. Como ese es el temple argentino la crisis y el afán de compostura jamás van a terminar.