Tichit, la joya del desierto mauritano que se apaga

En la pista que lleva Tichit, una ciudad perdida en el desierto del centro de Mauritania, los jalones blancos y rojos que sobresalen de las dunas indican el camino en el que todavía quedan restos de huellas de neumáticos difuminados por las borrascas de arena.

Solo eso baliza la única pista de 200 km que une Tijikja a Tichit, una ciudad de pocos habitantes declarada patrimonio mundial de la Unesco por su singular arquitectura.

Apenas se ven vehículos. «Puede pasar un mes sin que venga ninguno», dice Chérif Mokhtar Mbaka, profesor de inglés en el instituto comunal.

Situada en lo alto de una pequeña colina en medio del desierto de rocas negras, Tichit la vieja está integrada por decenas de casas de piedra gris con una arquitectura muy particular que jalona las estrechas callejuelas de arena.

AFP / John Wessels Una mujer camina por la ciudad comercial de Tichit, en Mauritania, el 22 de enero de 2020

Con 2,470 habitantes censados en 2016, esta joya del desierto está cayendo en el olvido. Sus habitantes miran al pasado preguntándose que ocurrió.

Durante ocho siglos, entre el siglo XI y el XIX, la ciudad fue uno de los principales ejes de caravanas del Sáhara. Las caravanas de camellos que venían de Marruecos paraban aquí unos días antes de seguir la ruta a Tombuctú y la desembocadura del río Níger.

«El declive empezó cuando el comercio comenzó a preferir las rutas marítimas a las terrestres», en el siglo XVII, explica Chérif Mokhtar Mbaka. «Hoy se ha acabado, y la población se enfrenta a numerosos problemas».

Atrás quedó el tiempo de hacer negocios. Un solo camión llega a la ciudad cada mes con suministros de arroz, mijo o pasta para los comerciantes locales y regresa cargado de sal de sebkha, el salar cercano que se sigue explotando.

Recuerdos del París-Dakar

AFP / John Wessels Thierry Tillet, explorador y arqueólogo, con su caravana de camellos en el desierto entre Tichit y Aratane, en Mauritania, el 26 de enero de 2020

Atrás quedó también el rally París-Dakar, que tenía una etapa en Tichit y atraía a deportistas, periodistas y turistas. «La vieja pista de aterrizaje construida por los franceses en la época de la colonia fue acondicionada para el rally; llegaban decenas de aviones pequeños», recuerda Mohamed Teya, un notable del lugar.

Con el deterioro de la seguridad y la actividad de los yihadistas en el Sáhara, la carrera fue trasladada en 2009 a Sudamérica. La pista de aterrizaje ha desaparecido.

Atrás quedó también el tiempo del saber. Durante siglos, Tichit fue un centro de la cultura islámica. De esta época subsisten los edificios declarados y cuidados con esmero por la Unesco y el gobierno que imponen que las nuevas construcciones mantengan el estilo, y los viejos manuscritos de páginas amarillentas y una escritura cuidada.

Estos se apilan en cualquier sitio. Hace un par de décadas, el director del liceo local Mouhamedou Ahmadou creó un club para salvarlos y una casa alberga desde entonces viejas recopilaciones. Pero no hay medios para conservarlos. AFP / John Wessels Un hombre carga sacos de sal sobre un camello a las afueras de Tichit, en Mauritania, el 28 de enero de 2020

«Estos manuscritos son como los viejos y los niños: son frágiles», explica Ahmadou. Ciudades como Tombuctú en Malí, reconocida por sus escritos, reciben financiación extranjera, «a veces incluso hasta salas para mantener a la temperatura adecuada los manuscritos», dice. «¡Miren aquí, estamos en el corazón del desierto y hace calor!»

Cuando saca alguna obra de los estantes escritas en su mayoría durante las conquistas árabes de los siglos VII y VIII, todo el mundo tose por el polvo que se levanta.

Soñar con irse

«Tichit está olvidada», dice lacónicamente su alcalde, Hamadou Lah Medou, de 38 años.

Su aislamiento hace que la vida sea más cara, y en caso de enfermedad, los habitantes tienen problemas para ir hasta Tijikja, la capital regional. «Se necesita una carretera», dice.

Tichit tiene un hospital que ofrece los primeros auxilios e incluso una ambulancia, «uno de los seis vehículos de Tichit», sonríe Mohamed Teya.

Pero la gasolinera -dos bombas y un cartel colocado en la arena- suelen estar vacías.

AFP / John Wessels El desierto entre Tichit y Aratane, en Mauritania, en una imagen del 25 de enero de 2020

Algunos turistas pasan todavía, aunque muchos menos desde que Francia desaconsejó en 2019 los viajes a esta región por razones de seguridad.

Las callejuelas están casi siempre vacías. Solo algunos niños juegan y los más viejos beben té.

No hay nada que hacer aquí. Los jóvenes prefieren irse. «No hay trabajo ni oportunidades», lamenta Gildou Muhamedou Babui, de 34 años.

El joven ha tratado de encontrar trabajo en Nuakchot y Atar, las grandes ciudades del país. Pero tampoco hay trabajo. Regresó y lleva la contabilidad de la municipalidad después de haber encadenado trabajillos.

Algunos, dice, trabajan con las palmeras. Otros extraen sal de la sebkha para las caravanas de paso por un puñado de oguiyas pese al duro trabajo manual -cortar la sal, cargar centenares de kilos en los dromedarios. «Es todo», concluye.

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