Para variar un poco de mis otras columnas de opinión, donde siempre trato de escribir para que se entretengan, para intentar y crear buena literatura o a saber para qué. Pero seguramente, para satisfacer mi egocentrismo, mi autoestima, para perder mi tiempo un rato —y el de ustedes, cuatro micos lectores—, hoy deseo comentar sobre uno de los miles de temas que inundan nuestra vida en este país imposible que se llama Guatemala.
Vida que se torna caótica, porque el país es un caos. Hay caos en lo social, en lo económico, en lo ambiental, en lo educativo, en el tema de seguridad, de posesión de la tierra, en el tema gubernamental, y mil etcéteras más que llenarían esta columna en la que puedo escribir no sé cuantas palabras, como dos páginas y un pedacito de otra, en letra tipo helvética y a un tamaño de catorce, aunque en la revista lo reduzcan nuevamente a ¿doce? Aquí no mando yo, de plano.
Pues sí, el tema al que me quiero referir es el de las tarjetas de crédito y, mas aún, al de la Ley de Tarjetas de Crédito, recientemente aprobada por el Congreso y en vigor desde principios de mes.
Hago la aclaración de que no, no soy abogado, pero cosas extrañas veréis, mi querido Sancho, me he leído la Ley de arriba para abajo, de abajo para arriba y artículo por artículo. Una y otra vez. He intentado entenderla en sus fundamentos, objetivos y finalidades, pues.
Y me imagino, que siendo la tarjeta de crédito un medio tan funcional, eficiente y práctico, para pagar, consumir, adquirir y comprar todo tipo de objetos y/o servicios, es un tema que a la mayoría nos afecta. Sobre todo, a los que estamos metidos en el sistema económico imperante. El Capitalismo.
Me imagino también que los bancos clasificarán a sus tarjetahabientes en excelentes, buenos, regulares, malos y pésimos —cliente tipo A, B, C, D y F, los llamaría yo, tan ingeniero como siempre, pero estudiando una Maestría en Administración de Recursos Humanos. ¿Quién lo iba a decir? A estas alturas de la vida. ¡Ay, Dios!—. Y en esta clasificación imaginaria, yo estaría entre los clientes excelentes, tipo A: aquellos que gastan cantidades suficientemente altas —sobre una media nacional que, supongo, ellos calcularán— y pagan a tiempo. Somos aquellos a los que nos obsequian las benditas tarjetitas.
Sin ser abogado, repito, creo que cualquiera que tenga un poco de inteligencia, lógica y sepa leer medianamente bien, debería ser capaz de entender cualquier ley. ¿No están redactadas para que nosotros, el pueblo, las entendamos y las cumplamos?
La leí detenidamente, repito, porque había varios aspectos del uso de las tarjetas que me molestaban, en especial, el cobro de intereses que aplicaban cuando, de repente y —en mi caso— muy de vez en cuando, pagaba algún gasto —normalmente, los ocasionados por viajes— en dos, tres y hasta cuatro pagos. Por lo general, los clientes tipo A, pagamos puntualmente y, por lo mismo, seguramente existen los clientes tipo A+ —ei plos, in inglish—: aquellos que, además de consumir bastante, pagan siempre a plazos pues, obviamente, el negocio se vuelve mas rentable para los bancos, por los altísimos intereses que le cargan a uno. Pero, debo aclarar esto: uno lo ha aceptado, es un negocio y uno ha aceptado los términos. Hasta aquí todo bien, gracias.
Entendámonos, el negocio es redondo:
Los bancos emisores de las tarjetas también le cobran a los negocios que permiten que se les pague por este medio. O sea, usted llega a mi negocio y me compra un par de zapatos y el banco me descuenta un ocho por ciento. O algo parecido. Yo ya lo tengo incluido en el costo y, por eso, si uno paga en efectivo, le deberían descontar ese porcentaje.
En lo que le pagan al negocio, le ganan intereses a tu dinero, time is money, comúnmente decimos que se están columpiando con tu dinero. En el negocio bancario todo es basado en las grandes cifras, o sea, que aunque a ti en lo personal no te parezca mucho, multiplicado por miles como tú, se vuelven cantidades inimaginablemente enormes. Lo mismo sucede con cobros como el seguro contra robo o clonación, la renovación y otros pequeños gastos que aparecen por allí, como escondidos entre todos los demás.
En el sistema bancario mundial, lo importante son, al final del día, las UTILIDADES que se reportan a los socios. Y uno, como socio, quiere mas utilidades año con año. ¿Verdad? No nos detengamos en nimiedades, como el concepto de USURA, por ejemplo.
Pero lo que me molestaba en realidad no son los altísimos intereses que uno aceptaba sin chistar, firmando esos contratos redactados con una letra pequeñita, casi ilegible. Lo que me molestaba es que, si alguna vez pagabas en cómodas mensualidades, te cobraban los intereses ¡sobre el saldo original! Un verdadero robo.
En una oportunidad me equivoqué al mandar el cheque y aboné todo mi saldo menos cien quetzales, y al mes siguiente me cobraban los cien quetzales ¡mas los intereses sobre el saldo original! De qué cuenta, o sea: te cobraban intereses sobre un dinero que ya habías pagado. Era una verdadera cabronada. Ahora ya no será así.
Y, ni modo, los bancos se ajustarán y ya están aplicando medidas como que, ahora debes cancelar o abonar a los quince días de recibido el estado de cuenta y ¿qué pasará si uno anda de viaje? Ah, es cosa de ricos: que paguen, no importa si los bancos abusan o no. Uno los necesita, uno es socio de algunos de ellos, al fin.
También han aumentado sus tarifas por renovación, no entiendo porqué.
Y seguiremos usando las tarjetas de crédito, tan útiles y eficientes, endeudándonos más de la cuenta, comprando cosas innecesarias que no nos darán felicidad, porque ahora todo es desechable, pagando a tiempo o en mensualidades, utilizando ahora una, ahora la otra, para mantener un buen crédito en los bancos, hasta que la muerte nos reclame para siempre. Ojalá, cuando eso suceda, esté al día con mis pagos.