Empleados en restaurantes, paseadores de perros, recicladores, albañiles se encontraron sin trabajo de la noche a la mañana con la llegada de la pandemia del coronavirus a Argentina, sin más refugio que el reparto a domicilio o los subsidios estatales para sobrevivir.
«La principal salida para los trabajadores precarios fueron las ayudas del Estado. Pero para todos empeoró su situación. A muchos empleados formales se les redujo el sueldo y otros vieron cómo cerraban sus empresas», explica Ezequiel Barbenza, profesor en la Universidad del Salvador.
Gustavo trabajaba en el centro gastronómico «El patio de los lecheros«, un espacio de ‘food trucks’ muy concurrido en las noches y los fines de semana en Buenos Aires. Al comenzar el confinamiento, a fines de marzo, los dueños decidieron seguir con Glovo, una de las aplicaciones para reparto a domicilio que funcionan en la ciudad.
«Pero eso solo duró un mes. No funcionó, porque ‘El patio de los lecheros’ más que la comida era un ambiente. De 180 empleados que éramos, apenas 20 tenían un contrato formal. Nos quedamos sin nada«, relata Gustavo, que pide mantener en reserva su apellido.
Este venezolano de 23 años que reside desde 2019 en Buenos Aires empezó entonces por primera vez a trabajar como repartidor con la aplicación Rappi. «Conseguir otro trabajo era muy difícil. El ‘delivery’ es lo más sencillo para un migrante«, refiere.
«Pocas barreras de ingreso»
Las plataformas de entrega a domicilio viven un boom en medio de la pandemia, con un aumento en la demanda del servicio y mayor afluencia de repartidores, al punto de que hacen fila para recibir el alta que les permita empezar a trabajar.
«Es el tipo de trabajo que fue declarado como actividad esencial en la cuarentena» frente a muchas otras labores que se vieron interrumpidas, explica Javier Madariaga, economista investigador del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento y asesor del Banco Interamericano de Desarrollo.
«Las aplicaciones tienen muy pocas barreras de ingreso. No hay un proceso de selección para definir quién es el candidato idóneo, y con muy poco capital -un teléfono, un plan de datos y una bicicleta- se puede generar ingresos de inmediato», indica.
Un estudio que dirigió Madariaga en 2018 estableció que en Buenos Aires 80% de los repartidores con aplicaciones eran venezolanos recién llegados. Ahora se estima que la mitad son migrantes y la otra mitad argentinos en esta actividad que los considera emprendedores independientes sin seguridad social.
«Para los migrantes es la primera opción, para los argentinos es la última, pero la toman ante la pérdida del trabajo asalariado«, concluye el economista.
«Aquí no hay trabajo»
Julia, empleada doméstica de 52 años, dejó de trabajar con el inicio del confinamiento. Su esposo y su hijo albañiles tampoco han podido laborar en estos cinco meses. Ella sigue cobrando el salario de la casa a la que acudía dos veces por semana, pero no el de la oficina que limpiaba como trabajadora informal y que cerró.
Dos veces ha recibido el Ingreso Familiar de Emergencia, un subsidio de 10,000 pesos (unos 100 dólares) mensuales que estableció el gobierno del centro-izquierdista Alberto Fernández para los trabajadores informales.
Habitantes de Merlo, en las afueras de Buenos Aires, ninguno ha intentado buscar otra actividad. «Para trabajar hay que ir a la capital, pero no tenemos manera de tomar el transporte público«, dice Julia, en referencia a las restricciones sanitarias. «Aquí en la provincia no hay trabajo«, remata.
El desempleo fue de 10.4% en el primer trimestre de este año, pero se estima que desde entonces se han perdido decenas de miles de puestos de trabajo.
Un informe del BID prevé que la crisis ocasionada por la covid-19 puede generar una pérdida de hasta 17 millones de empleos formales en América Latina.
«Gran universo de precariedad»
Barbenza sostiene que la pandemia sacó a la luz la dimensión del trabajo precario en Argentina.
«El Ingreso Familiar de Emergencia inicialmente apuntaba a unos 3 millones de personas, se anotaron 12 millones y fueron seleccionados 9 millones. Esto revela un universo de precariedad muy grande» en un país de 44 millones de habitantes, señala.
Barbenza destaca que la precariedad se profundiza tanto en la ciudad como en el campo, donde sufre especialmente el sector de la agricultura familiar.
«La pandemia acentuó una tendencia que ya se venía dando en el mundo. Había aumento de la riqueza, pero poca generación de empleo o de empleo de calidad», concluye.