¿Qué pasaría si la vida fuera un largo viaje?
El otro día, cuando llegué al lavamanos y quise lavarme la cara, me encontré con una intrusa que, a esas horas de la madrugada, estaba haciendo grandes esfuerzos para subir, escalar, salir y escapar de la tortura de haber caído en la trampa de estar atrapada en las paredes lisas de la cerámica pulida del lavamanos. Era una araña. Una arañita que tenía una cabeza casi del tamaño de un alfiler, pero unas patas largas que le daban la figura de un saltimbanqui.
Mi primera intención fue sacarla de ahí, pero sin hacerle ningún daño. Se veía cansada y me imaginé que había pasado toda la noche tratando, inútilmente, de escalar esta especie de montaña de nuestra civilización que para ella era imposible. En lugar de sacarla de inmediato, algo me hizo esperarme y me sorprendió cuando llegué a darme cuenta de que esta pequeña arañita, que era una experta trepadora, estaba de pronto rodeada de un ambiente totalmente distinto al que ella sabía cómo manejarse a diario. El lavamanos del baño de mi casa era otro mundo para ella.
Entonces, lo que se me ocurrió fue inevitable: apareció frente a mi mente la vista de un mundo hecho de grandes poros y agujeros donde, para esta arañita, era fácil agarrarse desde sus finas patas, que eran como agujas que entraban en la superficie de cualquier pared. Decidí ayudarle a salir. Corté un pedazo de papel toilette y se lo puse a su alcance. Se subió en esta especie de escalera con toda facilidad, salió del lavamanos y se quedó paralizada cuando sintió que había un enorme precipicio y que caería en el suelo. Entonces, ya un poco aburrido, le moví el papel y la obligué a saltar. Entonces ocurrió un milagrito que mis ojos y mi mente se negaban a creer. Fue un espectáculo digno del Cirque du Solei. La arañita comenzó a descender usando su saliva como una liana y descendió como agarrada de un cable que la llevó sana y salva hasta el piso. Una vez en el suelo, salió corriendo y la perdí de vista. Había regresado a su mundo. Me lavé la cara y salí a hacer mis ejercicios de la mañana, intrigado todavía por la manera tan suave y armoniosa como esta arañita había resuelto su problema.
Pasados unos días volví a reflexionar sobre el encuentro con la arañita, y lo que encontré decidí escribirlo en este artículo de Crónica, porque creo que, la imagen, se acopla mucho a lo que está pasando en estos momentos en el siglo XXI: hemos caído, como la arañita de mi lavamanos, en una trampa que no tiene agujeros, y que los tentáculos que antes utilizábamos para agarrarnos a la vida ya no funcionan más. Si tenemos suerte, alguien como yo aparecerá y nos tenderá una escalera para salir y, otra vez, aquellos que conservemos un poco de saliva, podremos lanzarnos al vacío agarrados de un hilo de telaraña y regresar al viejo mundo de donde salimos.
¿Por qué digo esto?
Tanto la flora como la fauna de este planeta están sobreviviendo ahora en un mundo que no tiene nada que ver con su origen ni con el que permitió su evolución. Están atrapados en un lugar donde sus antiguos modos de sobrevivir ya no sirven y, por eso, una gran mayoría se encuentra en extinción. A los humanos nos pasa lo contrario. Como tenemos una enorme capacidad de adaptación, algunos podrán sobrevivir a las nuevas condiciones y vivir en un mundo de una superficie tan plana y tan lisa que existen muy pocas posibilidades de treparse y salir de la trampa en la que hemos caído. Me refiero, especialmente, al tipo de personas y organizaciones que siguen pensando que el mundo está hecho para nuestro bienestar y que podemos controlar los eventos que ocurren a nuestro alrededor a través de la fuerza y el poder que da el dinero. Ese tipo de personajes, aunque no se nota, también está a punto de extinción. En Guatemala, este tipo de personajes en extinción aparecen todos los días retratados en todos los medios de comunicación habidos y por haber y, por el momento, su larga fila pertenece al grupo de los políticos, pero dentro de poco cubrirá también a aquellos empresarios y gente de la sociedad civil que, como la arañita, ya no pueden adaptarse al mundo acelerado que ha creado la revolución tecnológica de las comunicaciones.
¿Qué hacer
Esta pregunta debe ser el tema principal de nuestra preocupación. Por lo pronto, bien vale la pena saber que, por mucho que lo intentemos, y seguimos intentándolo, no logramos salir del agujero donde estamos atrapados.