Enfoque por: Gonzalo Marroquín Godoy
Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza.
Bien dicen que hay que creer en la sabiduría popular. Este es un refrán que nos lleva a pensar en lo imposible que es cambiar —o reformar— algo que nació y creció torcido. A mí me parece que se adapta perfectamente a nuestro sistema de partidos políticos, que, si bien, nació con buenas intenciones en el lejano 1985, no lo hizo de manera recta y robusta, sino, más bien, torcida y mediocre.
En sus primeros años se hizo evidente que aquella Ley Electoral y de Partidos Políticos (LEPP), aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente de 1985, tenía graves deficiencias. Paulatinamente fue quedando al desnudo que se trataba de una legislación hecha a la medida de una clase política caudillista, de poco mérito, pero, sobre todo, inclinada a la corrupción, sin generar espacios para el fortalecimiento mismo de la democracia.
El árbol ha crecido torcido. Y lo peor es que, cada rama que ha brotado (partido político), muestra la misma tendencia. Los estruendosos fracasos de los gobiernos de turno han sido el reflejo de las limitaciones de ese sistema político. Cada partido —al menos los que han alcanzado alguna notoriedad— tuvo dueño con nombre y apellido, algunos alcanzaron el poder, pero luego la historia se ha repetido, con tonos más fuertes o débiles, con mayor o menor corrupción, con total fracaso o algunas limitaciones, mas nunca con resultados satisfactorios.
Prueba de ese descontento popular es que ningún partido político, de los que han hecho gobierno, ha repetido el triunfo en las urnas. El voto popular les ha castigado.
Después del gobierno de Alfonso Portillo, tras repetir administraciones corruptas una y otra vez, se hizo evidente que se necesitaba un cambio a la Ley. Pero, claro, las reformas quedan en manos de los políticos, y aunque se hizo una reforma en la época de Oscar Berger, los cambios no fueron más que maquillaje sutil para seguir con más de lo mismo.
Lógico, los fracasos tenían que continuar. Si no se hacía algo diferente, no podía haber resultados distintos.
En 2015 parece que el sistema colapsa. La corrupción de la clase política queda totalmente al desnudo. Aquel árbol que creció con tronco y ramas torcidas, no puede dar buenos frutos. Y de nuevo se piensa en reformar la Ley marco —la LEPP—, porque está claro, para la ciudadanía, que el mal está en ella. Sin embargo, a los políticos no les conviene más que hacer una podada que les permita seguir en las mismas, aunque con una fachada un poco mejorada.
Entonces nos dan atol con el dedo y llevan a cabo la reforma aprobada por los diputados y sancionada por el presidente Jimmy Morales.
Hace algún tiempo participé en una reunión en la cual un montón de instituciones y oenegés repitieron al mandatario casi al unísono: Las reformas no son buenas, son insuficientes, pero sanciónelas, señor presidente, porque en algo mejoran. Yo pensaba, y pienso, diferente. ¡No sirven!, a causa de que el sistema sigue controlado por la clase política, con los mismos partidos, sin democracia interna y con toda la corrupción. ¡Ah!, eso sí, ahora con posibilidad de hacer campaña electoral pagada por el pueblo. Qué triste pensar que no solo les pagaremos su campaña, sino que luego llegarán para robar y olvidarse de todos.
Producto de esa reunión, el presidente Morales ofreció impulsar reformas ¡de segunda generación! —¿Qué significa eso?—, las cuáles encargó a las mismas instituciones que le pidieron en coro que sancionara las de primera generación.
Y las prepararon. Por supuesto, el grupo de pensadores, mas no necesariamente de expertos en el tema, quiere enderezar el árbol torcido.
¿El resultado?: reformas de segunda generación, ¡pero de tercera categoría!
Lástima, era una oportunidad para hacer una nueva ley, arrancar aquel árbol torcido de raíz, y sembrar uno TOTALMENTE NUEVO.
Entiendo que la clase política pudo haber rechazado una iniciativa novedosa y de acuerdo con las necesidades del país; sin embargo, entonces se hubiera podido dar un interesante pulso entre la sociedad y los politiqueros, pulso que algún día deberá librarse. En cambio, ahora se irá a discutir más cambios de maquillaje, para luego seguir en lo mismo, si es que esa reforma prospera finalmente.
En las ferias chapinas aún se producen los deliciosos churros, esos que son una mezcla de harina que se fríe en aceite. Endulzados con azúcar son deliciosos, aunque casi siempre shucos. Algo así de retorcido será el churro que saldrá de mezclar las reformas de primera y segunda generación, las cuales, endulzadas engañosamente, pretenderán que las traguemos. ¡Cuidado!, porque hacerlo nos provocará el mismo malestar que, a veces, causan en el estómago esos churros de feria.
Pregunta sin respuesta: ¿Por qué no se atrevieron a buscar asesoría para hacer una nueva Ley, en vez de proponer parches con sus ideas a la ya existente e ineficiente?