Toda falsedad es una máscara , y por bien hecha que esté la máscara , siempre se llega, con un poco de atención, a distinguirla del rostro.
Alejandro Dumas
Gonzalo Marroquín Godoy
La máscara es sinónimo de hipocresía, apariencia, falsedad, y engaño. Hay quienes dicen que todos usamos a veces caretas, con el fin de ocultar algo que puede causar vergüenza. En todo caso, es un símbolo milenario, pues se ha utilizado desde culturas como los griegos, romanos o mayas, para citar las más destacadas.
Ya como figura de lo que representa la máscara, podemos decir que es parte del atavío de los políticos, de la clase política, aunque ahora parece innecesaria para algunos personajes del primer plano, tomando en cuenta que les preocupa poco las apariencias, pues saben que tienen poder y les resguarda la impunidad.
Por eso estamos viendo actitudes que sorprenden. Ya no se preocupan de las apariencias y por eso ciertos personajes actúan de manera descarada. Saben cuáles son sus objetivos en el momento actual y, simple y sencillamente, hacen lo que tienen que hacer para lograrlo, sin importarles –ni siquiera un poco– el qué dirán.
Los ejemplos más claros los tenemos en el Ministerio Público (MP) con la fiscal general, Consuelo Porras, o en los magistrados a la Corte de Constitucionalidad (CC), Corte Suprema de Justicia (CSJ) –con algunas excepciones– y Tribunal Supremo Electoral (TSE), así como también en el Congreso, que se muestra por medio de su presidente Allan Rodríguez, líder la alianza oficialista parlamentaria.
Las máscaras pretenden vernos un poco la cara de babosos a los ciudadanos, pensando que al usarlas, creeremos lo que vemos o escuchamos de la persona escondida tras la careta. Pero lo que estamos viendo es que ya ¡les pela!, ser descubiertos como afines a la corruptela imperante y gobernante.
El caso más evidente ha sido la fiscal general. Desde sus primeros días en el cargo, Porras se desgarraba las vestiduras para presentarse como alguien de impoluta trayectoria y persona comprometida con servir al pueblo. Desde entonces se vio que la máscara le servía para decir lucho contra la corrupción, mientras sus hechos mostraron siempre lo contrario.
Claro, al principio trató de ser sutil –por la careta–, pero finalmente, cuando ya la necesitaba la alianza oficialista, como tapadera de toda la corrupción, no le ha quedado más que mostrar su verdadera personalidad, aunque su discurso siga tratando de justificar sus acciones, a todas luces, contrarias a lo que dice.
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Todavía resuena el tuit de un funcionario del departamento de Estado, que le pidió: Persiga a los corruptos, no a sus propios fiscales anticorrupción. La máscara le servía para insistir en su compromiso de hacer las cosas bien, hasta que el fiscal Juan Francisco Sandoval se metió a tratar de investigar la Trama Rusa. Porras se quitó la máscara y se puso de tapadera. Despidió a Sandoval.
Los magistrados de la CC no se quedan atrás y sus resoluciones obedecen a los mandatos de la alianza oficialista, al extremo de pretender suavizar ciertos delitos para favorecer la corrupción. No quieren que haya cárcel para un funcionario cuando hay encubrimiento, tráfico de influencias, contrataciones ilegales, peculado, incumplimiento de deberes, falsedad en declaración jurada, prolongación de funciones públicas o encubrimiento, para solo citar algunos de los 62 delitos que suavizan con un fallo los magistrados oficialistas.
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Y tampoco se miden los magistrados de la CSJ. Entre bomberos no se machucan la manguera. Más tranquilos sin Sandoval respirándoles en la espalda, auto protegieron a siete de ellos y a uno de la CC, al no levantarles el derecho de antejuicio como solicitó la FECI por el caso Comisiones Paralelas.
Ahora actúan descaradamente. Ya no usan la careta, por ejemplo, para decir que se investiga la Trama Rusa, cuando se sabe que no es así. Ya ni usan la careta para proteger a diputados y magistrados que forman parte de la alianza oficialista.
Un país con máscaras, al menos puede guardar las apariencias. Sin las máscaras, son capaces de todo. Quitárselas tan descaradamente no hace más que mostrarles como son, pero el peligro es el poder que detentan al controlar cortes, Congreso y Ejecutivo.