Rodolfo Paiz Andrade, Fito

opinion-gustavo-leiva Servir a la Vida por Gustavo Leiva


Recibimos el aviso de los médicos que están viendo a Fito. Dijeron que le quedaban unas cuantas horas más de vida. Varias otras veces antes, casi en circunstancias igualmente difíciles, los médicos han dicho lo mismo: ya no podemos más, ahora está en manos de la vida. Como si estas palabras fueran una invocación milagrosa, Fito ha logrado salir ya no se cuantas veces de las garras de la muerte. A pesar de su desgaste físico, que llegó a ser realmente grave, siempre se repetía este patrón:  por dura que fuera la prueba, no perdía esa conciencia que lo mantenía vinculado al ambiente que lo rodeaba. Esa conciencia, a mi me consta, era superior a la que tienen las personas cuando pierden la vista o que se quedan sordas, porque Fito llegó a entenderse con su entorno a través de ese lenguaje tan difícil que es el de los sentimientos, donde ya no existen palabras, sino corrientes de energía que van y vienen y que cobran un significado que sólo se entiende con el espíritu. Esta manera de entenderse con la vida a través de sentir y no de pensar, que Fito logró aprender en los últimos seis años de estar convaleciendo, creo yo, ahora, que ha sido la fuerza que tantas veces lo ha salvado de la muerte.

Si durante sus años de alegría y salud, Fito nos contagió con su ánimo persistente y luchador sin límites, estos años que ha vivido en el borde entre la vida y la muerte, Fito ha sido un ejemplo del que quiere vivir hasta que el último de sus respiros.

Es probable que, cuando se publique esta columna en Crónica, Fito haya muerto. Y es probable, también, que cuando se publique esta columna, Fito haya salido del hospital, y esté de regreso en su casa. Estas dos maneras de ser, una vivo y otra muerto, ha creado un patrón que vale la pena preguntarse qué es lo que Fito nos está tratando de comunicar y cuál es el mensaje que está atrás de su ejemplo.

¿Por qué Fito no se rinde? Después de conocerlo durante tantos años, poco a poco se fue haciéndose clara en mi mente esta respuesta. En el mundo hay, en general, dos tipos de personas. Los que nos sentimos agradecidos con lo que la vida nos va dando  a cada momento, y logramos ser felices, y los que, al contrario, estamos siempre reclamando que el mismo universo no nos complace como quisiéramos y, por eso, somos desgraciados.

Esas dos maneras de ser, agradecidos o desgraciados, no se viven hasta el día que estamos entre la vida o la muerte. No. Se viven todos los días. Eso sí, cuando la muerte se acerca a quienes vivimos agradecidos, sea lo que sea, y pase lo que pase, valoramos cada instante que la vida sigue, porque nos da la oportunidad de volver a darle, otra vez, las gracias.

Ese es Fito Paiz, la persona más agradecida con la vida que yo he conocido. Eso quiere decir, también, que Fito ha sido la persona más feliz que he tenido la dicha de conocer de cerca a lo largo, ya, de más de treinta años.

Pero lo que quiero llegar a decir sobre Fito es que, así como agradecía tanto lo que la vida le había dado, que lo colmó con todo tipo de bendiciones, con igual intensidad, Fito se esmeró en devolverle a otros, especialmente a Guatemala, lo que mucho que él había recibido. Uno de sus muchos emprendimientos tenía como propósito descubrir cuáles eran los tesoros que guardaban enterrados las 10,000 comunidades de Guatemala, y trabajó intensamente en ir de un lugar a otro haciendo esta pregunta: ¿Qué podemos soñar que podemos hacer juntos? Fito creía que en cada persona, en cada familia, había un sueño de comunidad y de pueblo que había que despertar. Y, si cada uno ponía a la par del otro su sueño, Guatemala podría salir adelante. Esta idea de una nación hecha de los sueñitos de las 10,000 comunidades era congruente con su historia familiar, cuyo primer sueño comenzó en una aldea de Teculután llamada La Vega del Cobán. En este país que tantos de nosotros queremos con el alma, ninguno, y Fito es el ejemplo mayor, no quisiéramos terminar nuestros días sabiendo que no hay manera de salir adelante. Eso duele más que la muerte.

Le pregunté a Arabella, su esposa, qué podemos esperar que pase ahora, y me respondió así: con Fito nunca se sabe.

Le pregunté a Arabella, su esposa, qué podemos esperar que pase ahora, y me respondió así: con Fito nunca se sabe.

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