Como el agua que golpea el malecón cuando hay viento, la música de Roberto Fonseca azota las barreras musicales y salpica con energía. Y en la nueva edición del Festival de Jazz Plaza de La Habana, este prodigioso pianista volvió para mojar a todos.
«La música es como el agua, súper imprescindible para la vida», dice Fonseca a la AFP, mientras detiene momentáneamente el torrente armónico en uno de sus ensayos, en una angosta habitación de la capital cubana.
«Aggua» es precisamente el buque insignia de su nuevo álbum, Yesun. Ye, por Yemayá, la diosa yoruba de los mares; y Sun, por Ochún, la deidad de las aguas dulces, venerada por este culto traído de África a la isla.
«La santería está muy presente en mi disco porque es parte de mi persona, intento a través de la música demostrar y compartir todas mis vivencias. Que la gente conozca de dónde vienen los temas, y la mejor manera es explicando a través de la música», detalla.
De habitual sombrero negro, una especie de corona que llevan los jazzistas, Fonseca se resiste a ser encasillado.
«Una vez le preguntaron a Miles Davis (trompetista) qué estilo era ese (que él hacía), y él dijo ‘ponle el nombre que quieras’. Así soy, así es como que me siento», explica este músico que ha desarrollado gran parte de su carrera en Francia.
El piano, parte de su cuerpo
«Me considero como un músico loco, apasionado, romántico, que tiene el piano como extensión de su cuerpo, con el cual transmite sus sentimientos», cuenta este exmiembro del Buena Vista Social Club que a los 15 años ya impresionaba al público en el Festival de Jazz Plaza de La Habana, que celebró su 35 edición del 14 al 19 de enero.
A sus 44 años, Fonseca compartió escenario con su cómplice Omara Portuondo, en un concierto con ocasión de los 90 años de la diva del Buena Vista. Él es ahora director artístico del festival.
Fue criado en una familia de músicos: padre percusionista y madre bailarina del cabaret Tropicana que luego se dedicó a cantar boleros.
«Siempre había mucha música en la casa y (…) habían diferentes estilos, desde música clásica hasta rock, sin ningún problema», recuerda.
Por eso, «en mi manera de componer se siente que hay mucha música clásica, hay rumba, hay son montuno, hay hip-hop, hay jungle… hay de todo».
Fonseca comenzó a tocar la batería a los cuatro años, antes de dedicarse al piano.
Después de un debut muy exitoso en 1991 en el Festival de Jazz de La Habana, grabó su primer álbum en 1998 y luego se unió en 2001 al Buena Vista Social Club, el famoso grupo de veteranos cubanos al que imprimió su espíritu innovador.
«Libre y siempre atrevido»
Acostumbrado a presentar sus álbumes primero en el extranjero, Fonseca decidió cambiar su estrategia con el noveno, Yesun, que estrenó en la isla en octubre.
«Esta vez quise hacerlo diferente, quise que el primer concierto fuese en Cuba para tener la bendición de mi público», advierte.
También como una manera de honrar a Ibrahim Ferrer, fallecido en 2005, y a Portuondo, sus viejos amigos del Buena Vista. «Ellos siempre me daban el consejo de que no olvidara de dónde soy», pero también «que fuese libre, que fuese siempre atrevido», explica.
De hecho, en uno de los 12 temas de Yesun, llamado Kachucha, se le puede escuchar tarareando «De Cuba yo soy».
En este álbum fusiona ritmos tradicionales cubanos, sonidos electrónicos y el ineludible piano, que toca sobre el escenario con exaltación, como si estuviera poseído.
En el estudio tuvo invitados de prestigio como el saxofonista Joe Lovano, el trompetista franco-libanés Ibrahim Maalouf y la cantante cubana de rap Danay Suárez. También su madre, Mercedes Cortés, participa en algunos coros.
En las próximas semanas, interpretará los temas de Yesun en varios conciertos en Estados Unidos y luego el disco cruzará el Atlántico para una presentación en la sala Pleyel de París, el 24 de marzo.
«Estamos muy contentos, excitados por ese concierto, porque es una sala muy prestigiosa», dice.
Invitado con frecuencia a los festivales Jazz en Marciac (suroeste), Fonseca fue condecorado recientemente con la oficial Orden de las Artes y las Letras de Francia.
«Lo importante es que en cada concierto que vayan la pasen bien, que hagan un viaje hacia una galaxia que no sé cuál será, que se sientan bien, que lloren, que sonrían, que griten, que bailen», pide.