Hay frases y actitudes que refuerzan el sentido anacrónico en el que nos encontramos actualmente en Guatemala. Una, para ejemplificar la falta de autoridad y la precariedad de la administración pública es «tirarse la chibolita». Nadie asume, todos aparentan hacer su trabajo; pero a la hora de errores, contradicciones o ilegalidades, nadie aparece como responsable. Ese tipo de comportamientos crear la cultura de impunidad. Otra, parecida a la anterior es «yo no fui, fue tete». Yo lo hice bien, entregué a tiempo lo que me pidieron; pero en el camino otras manos intervinieron y allí se dieron los problemas. Típico ejemplo de evasión.
«Hay que cumplir con los procedimientos»; en momentos de miedos hasta debajo del colchón, nos movemos rápidamente a los extremos. Primero, lo laxo, donde se privilegia lo informal, la ausencia de reglas. Actualmente, ante los casos de corrupción y donde muchos se cuidan hasta de sus sombras, nos movemos al otro lado: la enorme cantidad de pasos, permisos y firmas para que las cosas caminen. Poco analizan si esas etapas adicionales agregan valor, mejoran la transparencia y reducen la opacidad. Lo «importante» es hacer ver que se tiene más cuidado formal.
Si nos movemos a mayores profundidades, aparecen otras prácticas que comienzan a ser recurrentes. En el ámbito judicial, se presenta la ola de las recusaciones y las solicitudes para revisar los casos. Con un sistema debilitado, donde la independencia es una quimera y pocos son los jueces y magistrados independientes y valientes, los personajes que están tras las rejas han encontrado tres puertas por donde pueden comenzar a retrotraer lo actuado: buscar por todos los medios que se cambien los jueces que llevan sus casos para colocar a operadores parciales que les faciliten la salida exprés, las presiones para que se revisen los casos y así lograr que se otorguen medidas sustitutivas. Ya no se trata solo de anteponer recursos de amparo para parar procesos, ahora el menú es más extenso.
En el ámbito de los decisores, léase Ejecutivo y Legislativo, vemos otros comportamientos recurrentes. Abundan los discursos vacíos, las victimizaciones, las actitudes arrastradas y complacientes de funcionarios que llegan al extremo de considerar que el Presidente es un estadista, cuando en realidad no llega ni siquiera a la categoría de aprendiz de tan compleja profesión. Se privilegian las excusas, las mentiras, las justificaciones falaces para encubrir ineficiencias y mediocridades. La ausencia de reconocimientos valederos de la ciudadanía, se sustituyen por «echarse flores entre los mismos». Unos y otros funcionarios se elevan los bonos mutuamente, aunque por detrás estén prestos y dispuestos a clavar el puñal o al menos «zafarle la alfombra» al compañero de al lado. Esto lleva al plano de la traición. Las enemistades, las trampas, la idea de delatar a cualquiera que obre o piense distinto, está a la orden del día. Muchos quieren quedar bien o al menos salvar su pellejo, y para ello están dispuestos a traicionar hasta a los cercanos. El propio mandatario no tiene empacho en sembrar dudas sobre miembros de su gabinete, negar respaldo a la CICIG por el hecho de haber avalado el apresamiento de su hijo y hermano e inventarse historias para desviar atención, victimizarse y hacerse como quien está tomando decisiones de fondo.
Campo aparte tiene la construcción de distractores. Estos han existido desde siempre, en especial, en momentos de crisis. Lo preocupante se da cuando lo eventual se convierte en permanente y cala a fondo. Eso pasa con la colocación de la agenda artificial, la de los inventos, que aunque se reconocen como tales en ciertos sectores, crean ruidos, temores e inquietudes en los círculos mayoritarios. La guinda al pastel se da cuando funcionarios de primer nivel participan del juego y lo convierten en herramienta habitual.
Frases y comportamientos dicen bastante del giro que toma la sociedad, ya que representan elementos torales que desembocan en actitudes, percepciones y valoraciones. Cuando estos se consolidan, avanzan y se profundizan crean un lastre difícil de modificar en el cercano plazo. Así, la cultura ciudadana se estanca, desnaturaliza y desencadena efectos nocivos que solo arrojan resultados «positivos» para las estructuras manipuladoras que diseñan y activan esos mecanismos alteradores de realidades.
Renzo Lautaro Rosal
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