Con desdén y altanería ha dado a conocer al mundo —desafiante ya desde la situación de candidato— su posición ante los pobres y débiles invasores méxicocentroamericanos, porque los más inermes y dependientes del planeta acaso seamos nosotros. Nosotros los mexicanos, porque para Donald —al sur del rió Bravo Grande del Norte— todos somos de la misma etnia mugrosa, morena, despreciable. Él no se da el trabajo de pensar en otros toponímicos complicados como salvadoreño, guatemalteco y hondureño: la hez centroamericana plagada de salvatruchas y maras 18. Gente indocumentada que invade los Estados Unidos para espantar la paz de los arios (blancos, rubios y ojizarcos) con delitos espantosos porque los mexicanos son todos criminales. Así lo declaró innumerables veces durante su campaña, ofreciendo expulsiones en masa y la construcción de un muro —que obligará a su vecino a costearlo— y, para el cual, nuestro genial Presidente de la República le ofreció los obreros necesarios porque, aquí en Guatemala, abundan los esclavos a precio de fincas conocidas y desconocidas, donde no es necesario pagar ni siquiera el salario mínimo sino el diferenciado. Pues: o lo toman o lo dejan, decía recientemente el expresidente Maldonado Aguirre, él tan generoso y caritativo…
Donald, ¿es populista de derechas? La pregunta —por su falta de sentido lógico en su contradicción esencial y clave— se derrumba en apariencia. Y sin embargo se sostiene. Se sostiene no en la teoría pura, pero sí en la praxis. ¿Cómo un nuevo Perón, Hitler, Franco o Mussolini? ¿Cómo así?
Se puede jugar con las teorías y acomodarlas a las causas. Pero más aún: se puede entrar a una partida lúdica con las palabras. Con las palabras toda la vida se ha jugado: los sofistas. Se juega con los términos y las jergas dialectales, mucho más. Por eso siempre —antes de iniciar un juego verbal en el simposio o una polémica o diatriba— conviene definir los términos para no entablar un diálogo de sordos.
El populismo ¡era!, esencialmente, una posición de izquierdas puras. Populista es Fidel Castro o era Chávez o al principio Daniel Ortega o Evo Morales. Pero resulta que, con el paso de los años, las acciones (praxis) de las posiciones derechistas comenzaron a ser amables, ¡cada vez más amables!, con las necesidades populares (miseria, hambre, analfabetismo: escuchemos a cierta ala del CACIF). Reconocieron tales falencias, a pesar de su derechismo, y resultaron y resultan siendo también populistas. ¿Qué tal?
Donald Trump es un señor alto, rubio ¿tupé y bisoñé?, ojizarco y blanquísimo como las nieves polares. Tiene 4000 millones de dólares, una torre en plena quinta avenida y etcéteras. E intereses económicos en casi todo el planeta. Por lo tanto, lo más normal es que se decante —política y socialmente— como un neoliberal recalcitrante, partidario de la defensa de la individualidad (primero yo y después el bien común) y muy poco dado a tener una sensibilidad acendrada por los que carecen de todo y por preocuparse en resolverles los problemas ingentes que padecen. Pero ¡claro que sí! Si son de su raza (porque es racista y ese es otro subtema por tratar) y vivan en los EE. UU.
¿Y por qué se preocupa y se preocupó por ellos si su credo neoliberal no le obliga a tales exotismos? Pues porque en su día eran y fueron votos y allí es donde los neoliberales ¡a ultranza!, pueden convertirse en populistas y en prometedores de mejoras para la clase media estadounidense, porque los pobres/pobres no votan en Estados Unidos ni significan. Mejores salarios y pocos impuestos para ese grupo, ¡ahora su consentido!
Con los ricos/ricos él no tiene polémica. Todos los ricos son coyotes de la misma loma y pueden disentir en matices pero no en cuestiones fundamentales del sistema. Ellos llegan a acuerdos sin mayores discursos confrontados.
Pero si se quiere más en el sentido de su megalomanía, Donald ha declarado con una frescura que apachurra al más pintado, que el cambio climático es especie de leyenda ¡de la histeria ecológica!, que ha culminado en el último aquelarre de París. Y además: que la temperatura del planeta no aumenta, porque aquí en Nueva York hace mucho frío. Por lo tanto —ha añadido— hay que consumir petróleo y sus derivados al por mayor y hay que usar todas ¡febricitantes!, las reservas de ese combustible del planeta. Especialmente y de inmediato, las del Estado Islámico (EI) y las de Venezuela. Para lo cual hay que acabar con el califato hasta dejarlo piedra sobre piedra y asesinar a Maduro lo antes posible. Esto no lo declaró, pero es de suponer que lo piensa. ¡Insensato orate! Otros subtemas aparte por tratar son: la fobia al islam y la homofobia.
Finalmente —porque ya no tengo espacio— con Donald, Marshall McLuhan pasará a la historia y al desván. La aldea global y la globalización dejará de tener sentido. El mundo no debe homogeneizarse —en democracia— sino ser distinto en cada uno de los países de la Tierra. ¿EE. UU. se blindará? Será bastante difícil que lo logre porque la Internet, la cibernética y las redes sociales, a las que él mismo apela, van a hacerle el intento afanoso. Pero no imposible. América debe estar y ser un acorazado como la Alemania del führer. América, exclusivamente para los americanos, en el mejor sentido y concepción de Monroe. ¿Ese es el futuro de los EE. UU. trumpfista? Acaso, sí.