De una organización que por mucho tiempo fue tildada de conservadora y de limitar su espacio a lo local, el bosque y el agua, ahora pudimos presenciar todo un pueblo de occidente profundamente preocupado por los destinos del país, acuerpando –también– las reivindicaciones de los jóvenes, de los mestizos y de pobladores de los barrios que, como la Bethania, se alzaron para apoyar la toma de posesión del presidente el 14 de enero de 2024.
José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)
Fácil pero doloroso seleccionar qué nos deja el 2024, pues por más que nos esforcemos, mencionar aspectos positivos resulta bastante difícil, por las exageradas expectativas que se tenían de un nuevo gobierno con aire “primaveral”.
A partir de un cuestionario que un medio de comunicación nos pasó a varios columnistas, se nos preguntó lo bueno, lo malo y lo feo del año 2024. Para tratar de ser más objetivo, aproveché mis funciones de docente universitario y conferencista, lo cual, me permite acceder a distintos públicos y rangos etarios para preguntarles: ¿Me puede mencionar un logro del actual gobierno que considere importante y/o de impacto? Y las respuestas han sido fatales. Más aún, he tenido la oportunidad de reunirme con personas ligadas a la burocracia de alto nivel y personajes relevantes muy afines a la “nueva primavera” y el resultado es el mismo.
El papel positivo queda para un segmento de la sociedad que, contra todos los obstáculos, principalmente el racismo estructural, supo mantener una posición ética y de lucha inclaudicable en 2023 y también en 2024. Me refiero a los pueblos indígenas y más concretamente, a la organización de los 48 Cantones de Totonicapán.
No es que sea la única organización indígena que mantuvo la lucha por los derechos humanos, la justicia y la democracia; pero sí la que mayor relevancia manifestó, sobre todo por su constancia, sufrimiento y coherencia. De una organización que por mucho tiempo fue tildada de conservadora y de limitar su espacio a lo local, el bosque y el agua, el ambiente, ahora pudimos presenciar a todo el pueblo de occidente profundamente preocupado por los destinos del país, acuerpando –también– las reivindicaciones de los jóvenes, de los mestizos y de pobladores de los barrios que, como la Bethania, se alzaron para apoyar la toma de posesión del presidente el 14 de enero de 2024.
Si vamos a lo negativo del año, tenemos una cantera de cosas que mencionar, pero tampoco se trata de hacer leña del árbol caído. En síntesis, me quedo con la gran decepción que significó para muchos de los que apoyamos y arriesgamos, un gobierno que no cumplió con las altas expectativas. El desgaste prematuro fue el más rápido de la historia desde la llamada “Apertura Democrática” (1986) y a pesar de las múltiples justificaciones, han quedado debiendo mucho.
La lucha contra la corrupción, ni siquiera puede calificarse de fallida, porque en realidad, no lo intentaron. La prometida mano firme contra la fiscal general, terminó en lo que ya todos conocemos, dejando la imagen presidencial en trapos de cucaracha. Pero lo peor, sin duda, es haber caído en el clientelismo y patrimonialismo que tanto condenaron, ahora sabemos que en discurso. Basta ver la piñata en el Congreso para aprobar tanto la ampliación presupuestaria, como el presupuesto 2025. En cuanto a producción legislativa ni se diga: una reforma a la ley contra el crimen organizado, que ni siquiera les alcanzó para evitar la cancelación y una ley de PNC regresiva en materia de derechos humanos y otra que concedió privilegios a los ganaderos y finqueros.
El año también deja una nota fea, la actitud altanera de muchos funcionarios y dipukids, intolerantes a la crítica y que destrozan a cualquier ciudadano/a progre que ose no estar de acuerdo con ellos. Encima de los garrafales errores, el pueblo debe apoyar sin la menor crítica, al mejor estilo de los regímenes de extrema derecha. Y, por si fuera poco, las demostraciones de deslealtad hacia Ligia Hernández y Félix Alvarado, fundadores del partido Movimiento Semilla, muestran la catadura moral de quienes dijeron que harían las cosas diametralmente diferentes.
¿Todo ha sido malo? Por supuesto que no, pero el tema central es que, en el imaginario social del guatemalteco, no hay logros de impacto fáciles de mencionar en una charla informal, no digamos en actividades más serias. Tengo muchos amigos en el aparato gubernamental y doy fe de los esfuerzos genuinos que muchos de ellos han hecho y continúan haciendo; pero la voluntad no basta cuando se carece de un liderazgo nacional en la figura de quien debería ejercerlo, cuando no se tiene una planeación estratégica seria y cuando los mecanismos de comunicación son fatales.
La argumentación que los ataques del pacto de corruptos no los ha dejado hacer mayor cosa, no son válidos después de 11 meses de gobierno y, además, esto era algo ampliamente conocido antes de tomar posesión, lo que evidenció una falta de estrategia para enfrentarlo.
Tanto error y la falta de arrestos para enfrentar al mal, podría explicarse por la posibilidad de haber pactado antes y tener que ceder mucho ante empresarios y operadores politiqueros. No serían los primeros progres que tuvieron que hacerlo, anteponiendo su ego a los intereses nacionales y populares. Si se pactó antes de llegar, el pueblo tiene el derecho de saberlo con todos los detalles, no vaya a ser que tal y como sucedió con Julio César Méndez-Montenegro en 1966, el “concordato” asumido luego se haga público y el propio vicepresidente de la época (Clemente Marroquín Rojas), haya tenido que denunciarlo fijando su renuncia al cargo. Ojalá me equivoque, ojalá.
Mientras tanto, cada vez más se oyen las voces desinfladas de muchos ciudadanos que expresan: “Nos volvió a pasar” y “Para variar, los de a pie no debemos esperar nada, solo nos queda seguir trabajando, porque si no, no comemos”.
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