PROVOCATIO: Para qué sirve la historia en términos de futuro

… los 36 años de guerra interna debieron enseñarnos mucho, pero según se puede comprobar, el único aprendizaje visible es el rechazo a la guerra, más no a la violencia; me explico: ser parte de la narrativa que una guerra fratricida entre hermanos solo conduce al dolor, algo que en principio es visto como aceptable, pero se olvida escudriñar sobre las causas que condujeron al enfrentamiento armado, las cuales, siguen vigentes de forma cruda, miserable y obscena.

José Alfredo Calderón E. (Historiador y analista político)

En anteriores artículos he mencionado la definición más recurrente y pública que suelo hacer para definir el concepto de la Historia, por considerarla más asequible al conocimiento general: “El conocimiento del pasado, para la comprensión del presente y la planificación del futuro”. Hay autores como Mark Bloch que la definen como: “la ciencia, no del pasado, sino de los hombres en sociedad a través del tiempo”.

Un componente fundamental de este concepto, es el estudio del pasado, pero quienes le regatean su condición de ciencia, se limitan a dejarla ahí, como una disciplina que investiga lo antiguo.

En el sistema educativo guatemalteco, no es casual que la historia se conciba como narrativa y no como una disciplina metodológica que puede servir para el cambio. Incluso, amigos con formación académica muy formal, nos reclaman a los científicos sociales el hecho de no hablar solo de futuro, y aún mejor, en términos positivos, esperanzadores, a pesar de los nubarrones grises que nos trae la cruda realidad. Olvidan los apreciados profesionales que NINGÚN futuro se construye sin el conocimiento exhaustivo y aleccionador del pasado, pues sin el oficio del historiador crítico, no se podría explicar por qué somos como somos y estamos como estamos; por qué el imaginario colectivo se decanta por ciertos paradigmas y no otros; por qué la población comete los mismos errores en forma tan persistente, tradicional y hasta acomodaticia. Por qué y con qué intereses se mata la natural curiosidad infantil, sea en el entorno familiar, comunitario, social y escolar.

La Historia como ciencia, te permite entender el presente con base a los sucesos acontecidos, no por casualidad, sino de forma sistémica (con data y hechos comprobables) de acuerdo a ciertos intereses que son ajenos a los tuyos. En esto consiste el “peligro” de aprender de la historia y explicar el presente bajo una perspectiva diferente a quienes han detentado y ostentado el poder. Al final, la alegoría de la construcción de un edificio (representando el futuro) pasa por colocar cimientos sólidos que le den sostenibilidad, estabilidad y seguridad, o sea, la investigación profunda de lo que ha pasado para una interpretación crítica del presente. El futuro es una cuestión vital y solo puede elaborarse desde un diseño radicalmente diferente, si es que se desean resultados distintos, rompiendo los paradigmas antiguos que nos han instalado desde pequeños, haciéndonos cada vez más “pequeños”.

Sentadas las bases metodológicas para explicar la importancia de la Historia como ciencia y como guía, estamos en la posibilidad concreta de diseñar e implementar un futuro diferente.  Un cambio súbito y anacrónico de estructuras políticas, sociales, culturales y económicas, rompe con uno de los principios sensatos de la metodología científica: la viabilidad.

Para el caso guatemalteco, los 36 años de guerra interna debieron enseñarnos mucho, pero según se puede comprobar, el único aprendizaje visible es el rechazo a la guerra, más no a la violencia; me explico: se parte de la narrativa que una guerra fratricida entre hermanos solo conduce al dolor, algo que en principio es visto como aceptable, pero se olvida escudriñar sobre las causas que condujeron al enfrentamiento armado, las cuales, siguen vigentes de forma cruda, miserable y obscena. El problema es no trascender el concepto de la guerra, entendiendo la lógica de la violencia, concepto más general y sistémico que adopta muchas caras, no necesariamente físicas, sino también psicológicas, patrimoniales, sexuales, raciales y simbólicas.

El aprendizaje debió ser en torno a la erradicación de cualquier forma de violencia y la comprensión diáfana que, mientras el sistema no cambie, las bases de la conflictividad socio-política de Guatemala seguirán intactas. La organización social derivada del conflicto no existe más, por el rompimiento del tejido social y humano, así como otros factores. El escenario actual, imposibilita cualquier forma contestaria violenta, lo cual, es bueno en términos civilizatorios, pero NO en función de resolver la problemática que tiene en el limbo de la extrema pobreza a la mayoría de la población; situación innegable, independientemente de las ideologías que se profesen, consciente o inconscientemente.

Un elemento que se debe rescatar es que todo asunto económico, cultural, social, comunitario, tecnológico, militar y científico, depende de lo político, no necesariamente de lo que conocemos como “la política”.  Esto es clave en términos de futuro: ¿cambiar la realidad? Empecemos por el sistema político-electoral, un área más específica y en donde anida el “pecado original”. ¿Fácil? Para nada, pero sí, más factible que los sueños de cambiar mágicamente la realidad o peor aún, con más violencia, siguiendo el funesto principio que: fuego se combate con fuego.

El camino es tortuoso y lleno de trampas, pero es la única forma viable que puede concentrar la esperanza de varios sectores de la sociedad que, aunque tengan formas de pensar diferentes, coincidan en la necesidad perentoria del cambio, consensuando que la única alternativa es unirse en un movimiento AMPLIO basado en un poderoso talante ético (la reserva moral de la sociedad) y cuya cohesión se dé en función de un pensamiento democrático diverso en torno a un único interés: EL BIEN COMÚN Y EL BUEN VIVIR.


LEE ADEMÁS:

Deja una respuesta