Un príncipe: “…no puede actuar como los hombres deberían actuar habitualmente para ser denominados honrados; las exigencias del estado le obligan a menudo a faltar a la palabra y a la fe, y obrar en contra de la caridad, de la humanidad y de la religión.” |
José Alfredo Calderón
Historiador y analista político
Este semestre tengo a cargo el curso de introducción a la ciencia política, valiosa oportunidad para satisfacer muchas inquietudes que, contrario a lo que se pudiera pensar, expresan los y las estudiantes, sobre todo ahora que se acercan las “alegres elecciones”.
Conforme avanzan las clases, las inquietudes de los alumnos son mayores y más profundas, contrastando con la norma general que parece darse en la ciudadanía de a pie, por referirse a todos aquellos que no tienen acceso sistémico a la academia.
No repetiré lo ya dicho en torno al simulacro democrático que implican los comicios en su versión más tropical (Guatemala), pero si mencionaré el carácter poético que algunos le siguen dando al “arte de hacer política” o la ilusión sostenida que el bien común es su principal finalidad.
Los antiguos griegos y luego los romanos, nos enseñaron que la filosofía política (la Ciencia Política como tal, llegó mucho más tarde) buscaba la esencia, origen y fundamento del poder, así como su forma normativa sobre quién debería tenerlo y cómo debería ejercerlo. Por cierto, la constante alocución de los politiqueros en torno a las bondades de la democracia griega, deja a un lado (por ignorancia o perversión) el hecho que la democracia esclavista de los griegos se basaba en la explotación de muchos seres humanos en favor de un pequeño grupo de privilegiados. De hecho, para ser ciudadano, se requería de condiciones especiales elitarias. La inmensa mayoría solo significaba fuente de riqueza casi gratuita para las élites dominantes.
El devenir histórico es fiel testigo de cómo, después de griegos y romanos, la Iglesia Cristiana, ya como institución oficial, gracias a la muy oportuna habilidad de Teodocio y Constantino, no solo acaparó toda fuente de conocimiento, sino que apagó el peligro que significaban los opositores a un sistema desigual e injusto, muchos de ellos, cristianos.
El surgimiento de las universidades en pleno medioevo, tuvo su origen bajo la férula de la Iglesia Católica, dominante, por mucho, en esa época. Lejos quedaba todavía la Reforma Protestante liderada por Martín Lutero en Alemania en el siglo XVI, que dio origen a tanta subdivisión religiosa conocida como protestantismo.
El rompimiento con la tradición de los filósofos antiguos y el clericalismo cognitivo, se consolida con un personaje denostado no solo en su época sino hoy en día: Nicolás Maquiavelo, quien merecidamente, puede identificarse como el constructor primigenio de la ciencia política, sentando las bases de su objeto como ciencia autónoma: El Poder.
Dos grandes contribuciones de Maquiavelo constituirían un quiebre epistemológico fundamental para la ciencia política:
- La separación entre las acciones propiamente políticas del resto de las acciones sociales.
- Más importante aún, establece cierta rigurosidad metodológica al privilegiar el uso de la Historia como fuente de información y verificación.
El gran pensador italiano fue el primero en entender la política como una relación vertical y no horizontal, como en la vida comunitaria o societaria, separándola de la ética y la religión. Demuestra, contundentemente, que la política es una práctica que usa todos los medios disponibles para obtener su finalidad, es decir, la conquista, mantenimiento y administración del poder público. Refuerza audazmente que: un príncipe: “…no puede actuar como los hombres deberían actuar habitualmente para ser denominados honrados; las exigencias del estado le obligan a menudo a faltar a la palabra y a la fe, y obrar en contra de la caridad, de la humanidad y de la religión”.
Sin ambages, el intelectual italiano repite que se hace política para lograr y conservar el poder. Para él, el éste está pensado como la habilidad del Príncipe (su referencia constante, dada la época) para organizar y dirigir cualquier conglomerado social. A diferencia de los grandes pensadores paradigmáticos que le antecedieron: Platón, Aristóteles y Polibio (para el caso griego) asi como Séneca y Cicerón (para el caso romano), Maquiavelo equipara la política con el Poder, definiendo dentro de ello, una relación vertical producto de la acción voluntaria de los hombres, al margen de las esencias y entidades metafísicas de sus antecesores.
Sin posicionamientos que ahora se llamarían políticamente incorrectos, indica que no hay tales de una predeterminación divina ni un orden establecido por una entidad externa al dominio terrenal. Agrega además, el escenario político es como una guerra constante en la que priva la confrontación, el enfrentamiento y la competencia por el control y administración del poder.
Más tarde vendrían los aportes de: Hegel, Marx, Habermas, Weber, Gramsci y muchos más, pero Maquiavelo es quien corre con el costo histórico de desnudar la teoría y mostrar tal cual, en forma descarnada, la esencia y objeto de las acciones políticas, al margen de romanticismos, eufemismos y medias tintas.
Difícilmente se podría entender la política en este mundo en general, y en nuestro trópico en particular, sin los aportes del pensador italiano. Estas líneas les serán de utilidad a todos aquellos que manifiesten algún grado de pensamiento crítico, el cual se basa en la curiosidad y la búsqueda incómoda de la verdad. Ojalá, sirvieran también, para que la mayoría tome decisiones informadas de cara al próximo y renuente evento que legalizará, por otros cuatro años, una “nueva” administración sobre la base de un sistema político-electoral agotado, pero vigente.
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político