Este tipo de capital se caracteriza por ser parasitario y se basa en la cooptación del Estado para obtener mano de obra forzada, exención de impuestos y una legalidad que privilegia su condición de dueños de la finca. Por más que sus descendientes se esfuercen por crear narrativas de esfuerzo, emprendimiento y sufrimiento, los académicos tenemos claro su origen espurio. Se valieron de las 3 dictaduras cafetaleras (Barrios, Estrada y Ubico) para consolidar este cultivo y sus privilegios. Su dinámica no es propiamente empresarial, sino agroexportadora. |
En Guatemala son escasos los académicos que han estudiado a profundidad a las élites económicas, sus imaginarios, sus redes y correlaciones de poder. Destacan entre las pocas investigaciones: “Las élites industriales en Guatemala, una historia de su ascenso 1871-1994” de Paul Dosal y “Guatemala, linaje y racismo” de Marta Elena Casaús Arzú. Ambos estudios no hacen referencia al siglo XXI, escenario de muchos cambios, pues su publicación data de finales del siglo pasado.
Descubrir la esencia e interioridades de quienes construyeron la Patria del Criollo en 1871, la de sus adláteres y advenedizos, así como de las élites más recientes; es fundamental para entender el nudo gordiano en este país. Incluso los sectores académicos no tienen mucha claridad al respecto.
El ciudadano de a pie es más lego en el tema y tiende a creer que los ricos están revueltos en un bolsón y lo único que los distingue es el monto de sus fortunas, no así, el origen y otras particularidades socioculturales, que terminan asignando roles protagónicos y subalternos a las clases sociales y capas de la sociedad. En este segmento incluyo a muchos periodistas, opinólogos, así como otras especies similares, estandartes de la posverdad.
Básicamente, existen tres tipos de capital: El oligárquico o tradicional; el corporativo o propiamente burgués; y el emergente. A cada uno le corresponden determinadas características y comportamientos, aunque los tres respondan a la lógica del capital: obtener el mayor beneficio al menor costo, pasando sobre cualquier obstáculo, sea humano, legal, material o financiero.
Capital oligárquico o G-8: Se forma desde la época de la colonia entre algunos descendientes de los conquistadores y funcionarios españoles iniciales, así como de quienes hicieron su fortuna en la etapa independiente hasta el final del gobierno ubiquista (1944). En términos económicos, a este lapso se le llama proceso de acumulación originaria del capital. Son los ricos primarios, el capital tradicional, quienes tienen el derecho de llave de la dominación y que ven con bastante desdén a los nuevos ricos surgidos –paradójicamente– con la Revolución de Octubre: 1944-54. A esto se refería la sabiduría popular cuando escuchaba a las doñas fufurufas de antes, decir: “Los ricos ya estamos cabales”.
Este tipo de capital se caracterizó y caracteriza por ser parasitario y se basa en la cooptación del Estado para obtener mano de obra forzada, exención de impuestos y una legalidad que privilegia su condición de dueños de la finca. Por más que sus descendientes se esfuercen por crear narrativas de esfuerzo, emprendimiento y sufrimiento, los académicos tenemos claro su origen espurio. Se valieron de las 3 dictaduras cafetaleras (Barrios, Estrada y Ubico) para consolidar este cultivo y sus privilegios. Su dinámica no es propiamente empresarial, sino agroexportadora.
Están constituidos por 22 familias en torno a los 8 grupos monopólicos más grandes y fuertes (de ahí el nombre G-8). El número de familias puede ser un poco mayor, aunque la lógica de ellas es casarse entre parientes (endogamia) para proteger su capital o enriquecerlo mediante esa unión; por lo que el tronco fundamental, sigue siendo básicamente el mismo. La única forma de abrir esta dinámica histórica se da en dos vías: casarse con mestizos de mucho dinero ya que familias tradicionales venidas a menos, veían esto como un recurso de salvación, aunque el mestizo escogido fuera de piel más oscura de lo aceptado, pero su fortuna lo ecualiza todo. Otra forma era casarse con un extranjero, mejor si europeo/a y de facciones atractivas, aunque careciera de gran patrimonio. Al final, la “alcurnia fustán con picos”, dejaba de serlo, si las condiciones así lo exigían. De ahí la doble moral de esta clase social.
En este segmento podemos nombrar a algunos, como los Castillo, Novella, Herrera, Maegli, Zavala y otras pocas familias, es decir, gran capital y alcurnia unidos. Por cierto, muchas familias oligárquicas no pudieron mantener su status al perder mucho capital y solo pudieron aferrarse a su linaje, lo cual, ya en la segunda mitad del siglo XX, les sirvió de muy poco. Entre estos están varios grupos familiares vascos como los Aycinena, Beltranena y Urruela, así como otros, los Delgado de Nájera, Valle, Matheu, Cobos Batres y algunos más. Cabe aclarar que la “pobreza” en la que cayeron algunas familias es bastante simbólica, pues retuvieron muchos privilegios a partir de su relacionamiento y/o matrimonios, así como mucho patrimonio territorial que fueron vendiendo al ser incapaces de reproducir el capital.
La forma más sencilla de entender al G-8 me la compartió un consultor de ellos: Son los empresarios aglutinados en los 7 ingenios azucareros más grandes, con sus respectivos bancos: Industrial, GyT Continental y Agro Mercantil (aunque tenga mayoría de capital colombiano). Adicional, la Corporación Multi Inversiones (MCI) quien entra al grupo por fortuna, pero no linaje.
Capital burgués o corporativo: Estos son los llamados nuevos ricos (primera generación). La familia más emblemática de este grupo son los Gutiérrez-Bosch quienes forman parte del G-8 pero como adláteres. A diferencia del capital oligárquico, estos tienen una cultura más propensa al trabajo y a no depender del trabajo forzado (abolido por la Revolución) la impartición directa de gobierno y justicia, así como la exención de impuestos, por lo menos, no de formas tan burdas como sus antecesores. Si bien su embrión de desarrollo se da en los cincuentas, se impulsan con el Mercado Común Centroamericano en los sesentas y se consolidan en los setentas. Otra característica es que este tipo de capital se abre más al mundo y empieza a interconectar con otras naciones y empresas. Su influencia política es más bien reciente (años ochenta) y su poder se manifiesta –ya abiertamente– con el Serranazo.
Gran parte de este capital proviene de la diáspora española al finalizar la guerra civil (1936-1939) que migró hacia México –fundamentalmente– y algunos a Guatemala. Quizá esta influencia europea responda al hecho de que sus formas no sean tan primitivas como el capital oligárquico, sin que podamos hablar de nobleza ni nada parecido. El dato más importante es que su irrupción en el escenario de las élites limita el monopolio político que habían tenido los del capital tradicional, teniendo que compartir estos, con una nueva fracción de clase dominante.
Capital emergente: Es el más heterogéneo porque, en muchos casos, se mezcla patrimonio lícito e ilícito. El caso más emblemático es el de Mario López Estrada (TIGO), ya fallecido, el único billonario de Centroamérica y quien mantuvo una pugna abierta con el CACIF y, sobre todo, con el G-8, pues sin abolengo, nadie tenía más dinero que él (no en grupo familiar), sobre todo, cashflow. Este capital empieza a consolidarse en los ochentas y además de López, por primera vez, el narco irrumpe en la escena pública, con Edgar Gálvez Peña, el fundador del Banco Imperial y otros muchos negocios, el cual fue asesinado por un francotirador de la DEA en 1992. A partir de ahí, los narcos dejaron de ser un referente borroso y empiezan a surgir los nombres de carteles mexicanos con sus extensiones en Guatemala, así como una serie de personajes con nombres y apellidos. Ya en el siglo XXI, estos personajes nombraron representantes suyos que incursionaron en política, al extremo que, en el Congreso y muchas alcaldías, es evidente y pública la vinculación de los mismos con la narcoactividad.
Ahora, los grandes capos financian campañas e inciden en los 3 organismos del Estado y gran parte de la institucionalidad pública, pero también, en el sector privado. Del supuesto desprecio que los megaempresarios tenían respecto al narco, hoy es innegable su coexistencia y hasta connivencia, cuando no, negocios en común.
Hay mucho que hablar sobre este tema, pero la intención de este artículo es llamar la atención que ningún análisis de la realidad nacional puede prescindir del estudio de las élites en Guatemala, pues ahí radica poder entender plenamente el meollo de cómo funciona “la mano que mece la cuna”.
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