He notado mucha confusión en la comprensión del concepto de élites, así como una banalización en el manejo del concepto. Así mismo, el guatemalteco no académico se extraña al oír hablar de varios tipos de élites y más concretamente, de segmentos dentro de las mismas.
Las entregas en espacios como éste dificultan el abordaje académico del tema, razón por la cual recurro a formas menos ortodoxas, pero no por ello, menos válidas para que se dimensione una línea de análisis fundamental para entender Guatemala: el origen de las élites, las redes familiares y sus dinámicas en el poder, en el marco metodológico de cortes históricos determinados. Al respecto, es importante releer a Marta Elena Casaús Arzú y su libro insignia, Guatemala: Linaje y racismo, valiosa investigación que nos arroja mucha luz sobre el tema de las élites.
El error más común que he leído y escuchado es mezclar a todas las élites económicas en una sola. Para efectos prácticos, todo el mundo habla del CACIF (fundado en 1957) como si fuera la colmena única y aglutinadora del empresariado guatemalteco, lo cual no es cierto, pues como he repetido en múltiples oportunidades, quien en realidad parte el bacalao es el G-8, el grupo oligárquico que contiene las ocho corporaciones más grandes y concentra unas 22 familias elitarias en su máxima expresión (con raíces o conexiones coloniales). Otro error muy pronunciado, es el uso peyorativo e indiscriminado del concepto burgués y oligárquico, cuando en realidad, son categorías económicas que se usan con regularidad en la academia. El tercer yerro que quiero destacar se refiere a no poder diferenciar la naturaleza de los distintos capitales, a saber: oligárquico, transnacional y emergente; así como la dinámica del crimen organizado que penetra abierta o solapada, directa o indirectamente, las distintas capas del Estado, con énfasis en su aparato burocrático y las fuerzas de seguridad. El empresariado, no es ajeno a este fenómeno, como se puede comprobar en el reciente caso de Valladares Urruela y en la develación estelar de la CICIG (que significó al mismo tiempo su salida del país) cuando sentó a los empresarios menos conocidos públicamente, pero de mayor abolengo (G-8) a pedir perdón, acusándolos de evasión de impuestos y financiamiento ilícito a los partidos políticos.
La segmentación de los capitales la he hecho de forma simple por razones didácticas para hacerla más comprensible, pero reconozco que las dinámicas son más complejas y la interrelación de las redes familiares, juega un papel crítico de hondo impacto. Retomo aquí parte de lo que he venido comentando en mis conferencias, con énfasis en el capital oligárquico, lo cual se entrelaza con los importantes hallazgos hechos por la Dra. Casaús, respecto al origen y dinámicas familiares primigenias.
“La génesis de la clase dominante guatemalteca hay que buscarla en la época colonial.”[i] Este aserto debe entenderse en su justa dimensión, pues no todo el capital oligárquico proviene de la Colonia, pero este período sienta sus bases originarias. La propiedad de la tierra y del trabajo del indio (otra categoría económica) así como la apropiación de los principales cargos públicos caracterizan esta primera etapa. Por cierto, lo he venido repitiendo, la invención de la clase política es un fenómeno que corresponde a la segunda mitad del siglo XX (aunque se encuentren referentes anteriores).
Son los conquistadores, primeros pobladores y peninsulares (españoles que ocupaban el rango más alto en la sociedad colonial) los que inician el proceso de acumulación originaria de capital. “En el siglo XVII se refuerza con los peninsulares y funcionarios de La Corona y con la presencia de nuevas oleadas de españoles, principalmente de origen vasco, que llegan a Guatemala a mediados del siglo XVIII. La consolidación y ampliación de las redes familiares se realiza fundamentalmente a través de enlaces matrimoniales exitosos…”[ii] Estos enlaces “… se realizan de forma endogámica entre miembros de su misma clase o con personas de mayor alcurnia, estatus socio-político o socio-racial.”[iii] Incluso, se dan entre familiares, con las funestas consecuencias que ya he abordado en otras ocasiones (trastornos genéticos).
Cada época tiene su propio bloque histórico en el poder. Una o dos redes familiares dominantes, tienen sus propias redes secundarias. “Así tenemos: en el siglo XVI a los Castillo, Barahona y Guzmán; en el XVII a los Delgado, Nájera, Batres, Arrivillaga; en el XVIII a los Urruela, Aycinena y Arzú; en el XX a los Castillo, Herrera, Díaz Duran.”[iv]
Un elemento metodológico fundamental es comprender que “Las redes familiares ocupan el lugar del Estado en momentos de crisis y en coyunturas en donde aquel aparece débil y poco articulado.”[v] Es impresionante comprobar cómo desde los siglos XVIII y XIX en la que esta práctica fue común (Delgado-Nájera y Batres-Aycinena fundamentalmente) permanece en nuestros días. Esto explicaría esa visión familiar tan fuerte entre los oligarcas, más allá de los lazos de sangre. Son pocos, se conocen entre ellos y se refieren así mismos como una gran familia. De hecho, los une el poder y los negocios; y, en muchos casos, el parentesco.
Otro elemento que no sorprende hoy en día es el comunicado de la Asociación de Amigos del País, que muchos creían desaparecida, y que tiene su referente histórico en la Sociedad Económica de Amigos del País (fundada en 1795) de hecho, cuando la primera se forma en 1966, lo expresa claramente: nacen como un resurgimiento de su referencia colonial. Estas entidades surgen desde la Colonia para defender los intereses de clase del núcleo oligárquico. En nuestros días, son organizaciones como la Fundación para el Desarrollo de Guatemala –FUNDESA– quienes cumplen ese papel, inspirados en las ideas decimonónicas ya apuntadas. Insertarse dentro del amplio concepto de Sociedad Civil, les permite supervivencia y menos desgaste político. Sin embargo, otro hallazgo importante de la CICIG fue descubrir la relación de esta entidad con el Movimiento Cívico Nacionalista – MCN– de Gloria Álvarez y Rodrigo Arenas, a quienes financiaba ilícitamente, razón por la cual esté último sigue ligado a proceso.
Toda clase dominante crea su propia capa de intelectuales y la guatemalteca no es la excepción. Casaús los define como “…los encargados del ejercicio y del control político y de su clase, y de asegurarles la hegemonía social, que les permite sobrevivir en tiempos de crisis. Estos intelectuales, en momentos de vacío de poder, han elaborado un proyecto ideológico, tendiente a asegurar la hegemonía a su fracción de clase.” Al respecto, la autora menciona a Bernal Díaz del Castillo, Antonio Fuentes y Guzmán, Antonio Batres Jáuregui, Manuel María Herrera, José Samayoa, Jorge Skinner-Klee, Manuel Ayau Cordón y Fernando Andrade Díaz Durán.
Veo aquí la principal tragedia de la clase dominante guatemalteca, pues con la muerte de los últimos bastiones intelectuales de su clase, ahora los sectores oligárquicos dependen únicamente de su dinero, pues la operación política fue entregada a una “clase” creada y financiada por ellos mismos, pero que carece totalmente de luces, formación académica y relación social como sus antecesores, mostrando además, mayor independencia (no autonomía) y un talante corrupto que nos retrata como clásica República Bananera.
Continuará…
José Alfredo Calderón E.
Historiador y analista político
[i] Casaús Arzú (pp 253)
[ii] Ibid. Pp 254.
[iii] Ídem.
[iv] Idem.
[v] Ibid. Pp 255.